Néstor “El Doogie” Olivares
Empezaré por decir una verdad y esta es que mucha gente quiere a López Obrador, hasta lo idolatra y le cree… y he ahí el detalle.
Inicia el 2024 y con ello la madre de todas las batallas políticas en la historia de México y no, no es mamad@, porque puede que la elección de este año defina el rumbo que ha de seguir el país, no solo por los siguientes 6 años, sino, tal vez, por unas cuantas décadas. Pero antes de estresarnos por lo que está por venir, es bueno ponernos a pensar en lo que está por irse o lo que nos va a quedar.
Y es que seamos sinceros en que para pedir que un proyecto político tenga el voto de la gente para tener continuidad, debemos hacer un corte de caja para ver si los resultados obtenidos son merecedores de premio o castigo.
Luego de chingosmil años y más intentos de ganar la presidencia que de buscar un trabajo formal donde de verdad pague impuestos, prometiendo hasta lo que no, nuestro cabecita de cebolla se dio cuenta que no es lo mismo saberse la de andar de hocicón, que saberse la de chambear, o lo que es lo mismo: no es lo mismo ser borracho, que cantinero.
Con proyectos sin terminar y algunas promesas sin cumplir, López Obrador ha ido navegando en su velero de gobierno, impulsado con pura saliva, donde su dominio del verbo ha construido una narrativa, que quienes lo ven como un mesías que camina sobre las aguas, le compran sin chistar, creyendo que su palabra está escrita en las mismísimas piedras que Moisés recibió de Diosito con sus leyes.
Si él dice que tenemos un nuevo aeropuerto que es una gran obra de ingeniería como ninguna otra en el mundo, le creen, sin importar que fue hecho al chingadazo, sin una manera fácil de llegar a él, que parece central camionera y estar siempre vacío.
Si dice que tenemos una nueva refinería, que producirá chingos de barriles de petróleo que ayudará a bajar los precios de las gasolinas, la gente se la cree, sin importar que en el año y medio de inaugurada (o sea, se supone que inauguras algo cuando está completo y funcional, no cuando es obra negra), no ha producido más que dos botellas de Coca-Cola de 2 litros y medio con una madre que parece calostro de vaca, pero nada de gasolina.
Si dice que tenemos un nuevo y modernísimo tren, otra obra incomparable en el mundo, totalmente funcional, la gente se la compra, sin importar que a la semana de inaugurado detuvo sus operaciones y que le faltan varios tramos de construcción.
Y no paremos en eso, recordemos también la promesa de que con el dinero de la venta del avión presidencial iba a dar incentivos a deportistas, insumos a hospitales y llevar agua potable al municipio de Zacualtipán de Ángeles, en Hidalgo, la gente se la compró con vítores y hurras, cuando al momento, el dichoso avión fue rifado, subastado y ya vendido y en Zacualtipán, varios pobladores, siguen acarreando agua en cubetas.
O aquella promesa de campaña donde dijo que descentralizaría las secretarías de Gobierno y pondría sus sedes repartidas en distintos estados de la República y que él, de propia voz ya dijo que no lo cumpliría.
O la promesa de devolver al Ejército a sus cuarteles en los primeros 6 meses de su gobierno y hoy el Ejército sigue en las calles y hasta administra aeropuertos, trenes y aduanas.
Y aquello de prometer reducir la violencia, siendo que las mismas cifras oficiales señalan que México se está volviendo el infierno en la tierra con los grupos delictivos ocupando cada vez más territorio.
Y así nos podemos seguir con otros tantos ejemplos, totalmente cotejables, que nos arroja la fría y cruda realidad y que será el saldo final de este gobierno y la carta de presentación para la codiciada continuidad, que pinta para ser igual de mediocre.
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