Paramilitares sudamericanos que fueron contratados por cárteles de la droga en Michoacán para realizar labores de vigilancia y manejo de explosivos, ahora se enfrentan a una nueva realidad: la deserción y el temor constante de ser nuevamente atrapados en el mundo del crimen.
Uno de estos desertores, un ex sicario colombiano, compartió en exclusiva con Milenio su historia. Inicialmente, había sido reclutado bajo la promesa de un trabajo que, según le dijeron, no implicaba delincuencia. Sin embargo, pronto se encontró involucrado en la protección de pistas de aterrizaje y el uso de drones para asegurar cargamentos de droga. “Pasé de trabajar con el Estado colombiano a una organización al margen de la ley”, confesó.
Deserción por desesperación
La situación se volvió insostenible cuando los pagos comenzaron a retrasarse y las condiciones de trabajo se tornaron más peligrosas. Fue entonces cuando decidió huir junto con otros tres paramilitares, uniéndose a un creciente número de desertores que, como él, se ven atrapados en Michoacán, sin poder regresar a sus países por temor a la justicia.
“Es bastante complicado hasta para la comida, nos toca pedir en las calles”, relató, describiendo la dura realidad de vivir escondido en un estado donde es visto con recelo por su acento y nacionalidad. Además, el temor de ser nuevamente reclutado por los cárteles es una constante en su vida diaria, un riesgo que podría llevarlo de vuelta a un mundo del que ya apenas logró escapar.
Una realidad compleja
Este testimonio arroja luz sobre la compleja y oscura realidad del narcotráfico en México, donde incluso aquellos que trabajan para las organizaciones criminales buscan desesperadamente una salida, enfrentándose a un futuro incierto y lleno de peligros.
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