Un paso tras otro, con precisión quirúrgica. Así describe Mauricio Merino en su reciente artículo para El Universal, la estrategia del actual régimen para tomar el control del Poder Judicial y vestirlo de legitimidad popular. El académico revela cómo el gobierno ha operado en cuatro etapas para asegurarse una Corte a modo… y además, presumirla como “voluntad del pueblo”.
Primero, vino el derrumbe reputacional: ataques constantes desde Palacio Nacional, insultos a Norma Piña y una campaña sostenida para dinamitar la confianza en la Suprema Corte. Luego, el golpe directo: una reforma profunda que exigió borrar a todos sus integrantes y reconstruirla con nuevos rostros “más puros”.
Con la victoria del llamado “Plan C”, el oficialismo consiguió la llave: mayoría calificada en el Congreso. Así, el tercer paso fue seleccionar candidatos leales y eliminar a los ajenos, incluso acusándolos de tener vínculos con el narco. El mensaje fue claro: que nadie vote por los aspirantes del Judicial.
Ahora llega la recta final: mostrar músculo en las urnas. Aunque el resultado ya esté amarrado, el gobierno necesita imágenes de casillas llenas, filas interminables y cifras redondas para gritar al mundo que en México manda “el pueblo”. Para lograrlo, se están usando todos los recursos posibles, desde mapas de votación hasta acordeones con los números que deben copiar los electores.
Eso sí, las condiciones están dadas para que el espectáculo funcione: menos casillas, una sola urna y boletas complejas que harán que cada voto tome su tiempo. El efecto visual será potente: filas largas y casillas abarrotadas, aunque voten pocos por hora.
Por la noche, el INE dirá cuántos votaron. Ese número será la joya de la corona. Su presidenta, sin contrapesos y cercana al régimen, será la voz única. Con 15 millones de votos bastará para cantar victoria.
Después vendrán los conteos. Pero los únicos cargos que realmente importan ya están prácticamente definidos: el nuevo Tribunal de Disciplina Judicial y la próxima presidenta de la Suprema Corte. Todo indica que el cargo será para una de las dos leales de AMLO: Yasmín Esquivel o Lenia Batres.
La operación no solo es política. Es una coreografía cuidadosamente diseñada para que el nuevo poder no solo se imponga, sino que además luzca democrático. Porque, al final, “el pueblo es mucha pieza”… aunque le dicten la partitura.




