México camina sobre la cuerda floja: su economía apenas esquivó la recesión con un crecimiento raquítico de 0.2% en el primer trimestre, pero el verdadero factor decisivo no está en Palacio Nacional… sino en la Casa Blanca.
El regreso del trumpismo con su política “America First” golpea directamente al nearshoring que tantas esperanzas despertó en los últimos años. Hoy, empresas que antes miraban a México como destino estratégico ahora lo ven con menos brillo. Y para colmo, los aranceles de 25% sobre acero, aluminio y parte de los autos siguen pesando como una losa.
Marcelo Ebrard consiguió salvar el T-MEC de un desastre mayor, pero no pudo evitar que varios sectores quedaran atrapados en la trampa proteccionista de Trump. La promesa de un acuerdo de seguridad en las próximas semanas podría traer un respiro en materia arancelaria, aunque nada está asegurado.
Por dentro, la situación tampoco pinta fácil. El Banco de México recortó su tasa de interés ante la debilidad del empleo y la fortaleza del peso, mientras que Claudia Sheinbaum ha restringido el gasto público para contener el déficit, sacrificando proyectos de construcción que generan empleo. Se espera que el presupuesto de 2026 libere más recursos para su ambiciosa agenda de infraestructura.
El gobierno apuesta al “Plan México”, con parques industriales y una ofensiva fiscal contra empresas evasoras, además de un intento por rescatar a Pemex. Sin embargo, el desafío es mayúsculo: todo este esfuerzo podría venirse abajo si Trump decide hundir, con un solo tuit, la relación económica bilateral.
En pocas palabras: México está en manos de Trump, y la economía nacional podría despegar… o desplomarse.
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