La narrativa del poder en Venezuela se resquebraja. Lo que en otro tiempo fueron demostraciones forzadas de fuerza, hoy se han convertido en un espectáculo vacío: plazas desiertas, funcionarios que ya no responden y un pueblo decidido a desobedecer.
En un discurso cargado de fuerza simbólica, la oposición denunció que el régimen chavista termina como comenzó: entre mentiras, chantajes, odio y violencia. Se acusó directamente a los responsables de haber saqueado el país, dividido a las familias, violado derechos humanos y cometido crímenes por los que hoy son señalados en el mundo entero.
El 28 de julio fue mencionado como un parteaguas: la victoria popular que el régimen intentó enterrar bajo amenazas y represión. Pero el mensaje fue claro: Venezuela dejó solos a los verdugos de su miseria.
A los empleados públicos, militares, policías, bomberos, jueces, fiscales, maestros, enfermeras, campesinos y transportistas se les lanzó un llamado directo: “Esto se acabó. Se acerca la hora de levantar al país desde las ruinas, de trabajar por justicia y dignidad, y de no volver jamás a la opresión”.
El clamor central fue la desobediencia civil. “Ignóralos, déjalos solos. Estos cobardes quieren usarte para aparentar fuerza, pero en realidad se están derrumbando”, se escuchó entre las frases más contundentes.
El símbolo que marcó la jornada fueron las plazas vacías de toda Venezuela, que reflejan la soledad de un poder que se dice fuerte, pero que ya no convoca ni arrastra. “No tengas miedo, no estás solo. Ellos sí”, fue la frase final que condensó la sensación de fin de ciclo.
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