El mito se derrumbó en 45 minutos. Ismael “El Mayo” Zambada, el narco más buscado de México durante medio siglo, se declaró culpable de narcotráfico, lavado de dinero y uso de armas ante un tribunal federal de Nueva York, desnudando la red de sangre y corrupción que sostuvo al Cártel de Sinaloa por más de cinco décadas.
En una declaración que heló la sala, el viejo capo admitió haber traficado 1,500 toneladas de cocaína y ganado cientos de millones de dólares anuales. Pero lo más explosivo fue su confesión:
“Promoví la corrupción de policías, militares y políticos en México”.
Con voz debilitada por sus 75 años, El Mayo pidió perdón por el “gran daño” causado en Estados Unidos y México, reconociendo que ordenó asesinatos contra rivales y que en esas guerras murieron también inocentes.
La ironía que pocos esperaban salió a la luz: según Zambada, su caída no vino de la DEA ni del ejército mexicano, sino de una traición interna. Aseguró que fue Joaquín Guzmán López, hijo de “El Chapo”, quien lo atrajo a Estados Unidos para entregarlo en el aeropuerto de Santa Teresa, Nuevo México.
Con esta confesión, el último capo intocable del narco mexicano se derrumba públicamente, dejando al descubierto lo que siempre se sospechó: que su imperio criminal se sostuvo no solo con drogas y violencia, sino con la complicidad de las élites políticas y militares mexicanas.
El eco de sus palabras retumba como una bomba: ¿cuántos de esos nombres que “El Mayo” corrompió siguen en el poder?
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