Eduardo Sergio de la Torre Jaramillo
Denisse Maerker escribió y dirigió el documental de cinco capítulos titulado “PRI:
Crónica del fin”, una interesante reconstrucción histórica de la creación del Partido
Revolucionario Institucional (PRI), pasando por sus etapas previas como el Partido
Nacional Revolucionario (PNR) y el Partido de la Revolución Mexicana (PRM).
El documental se apoya en entrevistas con numerosos actores políticos de distintas
épocas y constituye un material valioso para que las nuevas generaciones
comprendan una parte esencial del siglo XX. Sin embargo, presenta errores
históricos, pues la mayoría de las referencias provienen de políticos y no de
académicos.
En el caso del PNR, es falso que se haya creado con dos mil partidos políticos,
como afirmó Heriberto Galindo Quiñones. En realidad, fueron poco más de cien,
como documentó Luis Javier Garrido en su libro “El partido de la revolución
institucionalizada”. Además, faltó señalar que la idea de crear ese partido fue
sugerida por el embajador de Estados Unidos en México, Dwight Morrow (1927-
1930), primero a Álvaro Obregón y después a Plutarco Elías Calles. José
Vasconcelos lo refiere en su libro “El Proconsulado” a través de una carta de Manuel
Gómez Morín, quien relató que a Morrow no le interesaba ni Ortiz Rubio ni su
gobierno, sino la creación de un partido político que diera estabilidad al país.
A Estados Unidos le preocupaba la estabilidad y pacificación de México en el
contexto de la Guerra Cristera (1926-1929) y el alzamiento del general José
Gonzalo Escobar. Morrow jugó un papel central para que su país vendiera armas a
México. La fórmula de estabilidad fue, entonces, la creación de un partido político.
El PNR, que existió de 1929 a 1936, nació desde el Estado, sin sectores definidos.
Su ideología era la de la Revolución Mexicana y sus integrantes eran en su mayoría
revolucionarios sin credenciales académicas, guiados más por el “olfato político”
que por doctrina. Era un partido único con un solo dueño: Plutarco Elías Calles. Esa
clase revolucionaria fue depredadora y patrimonialista, donde la corrupción se
convirtió en eje del régimen naciente. El único periodo de freno a la corrupción se
dio entre 1936 y 1946, con el PRM creado por Lázaro Cárdenas, de quien no se
conocen actos de corrupción sino una práctica de austeridad.
En 1946, Daniel Cosío Villegas publicó el ensayo “La crisis de México”. Allí lanzó
críticas demoledoras, la más célebre: “De ahí la sangrienta paradoja de que un
gobierno que hacía ondear la bandera reivindicadora de un pueblo pobre, fuera el
que creara, por la prevaricación, por el robo y el peculado, una nueva burguesía,
alta y pequeña, que acabaría por arrastrar a la Revolución y al país, una vez más,
por el precipicio de la desigualdad social y económica”.
Respecto al presidencialismo metaconstitucional (1936-1997), no me detendré aquí,
pues el objetivo es atender el documental. Regresando al trabajo de Denisse
Maerker, en la entrevista a Carlos Salinas de Gortari, cuando habla de Manuel
Camacho Solís, dice: “El presidente tiene colaboradores que piensan que son
mejores que el presidente”. Aunque es cuidadoso en sus palabras, es evidente que
reconocía, en su fuero interno, la superioridad política e intelectual de Manuel
Camacho Solís, y que este hubiera hecho un mejor gobierno que el suyo, de haberlo
nombrado sucesor.
Luis Donaldo Colosio Murrieta fue un candidato que remó contracorriente, desde el
inicio de campaña, que fue el 8 de diciembre de 1993, lo hizo sin el permiso
presidencial, y como se lo confesó a Julio Scherer, en su libro “Esos años”, el
discurso del 6 de marzo de 1994 no lo conoció el presidente Salinas de Gortari.
Inclusive, cuando Manuel Camacho Solís el 22 de marzo de aquel dijo apoyar a Luis
Donaldo Colosio, como lo reafirma Marcelo Ebrard Casaubón, lo que he escrito
varias veces, llegaron a un acuerdo Camacho-Colosio, y no es como Carlos Salinas
afirmó en la entrevista que amenazó a Manuel Camacho para que apoyará a Luis
Donaldo; simplemente porque Camacho Solís era autónomo, como el mismo
comentó que: “…los pasos del gobierno qué el no compartía”
Me llamó la atención el desconocimiento histórico de Carlos Elizondo Mayer-Serra,
quien en el documental atribuye un chiste a Ernesto Zedillo. Ese apodo, “la Semana
Santa”, en realidad se popularizó en la campaña de Luis Donaldo Colosio. Yo mismo
lo constaté, pues participé en aquella campaña. Como anécdota, en el elevador del
edificio 2 del CEN del PRI coincidíamos a veces con Zedillo y le hacíamos bromas
para que nos incluyera en las listas de diputados plurinominales. Así supimos del
apodo, que surgió cuando lo iban a relevar como coordinador de campaña.
Sobre Manlio Fabio Beltrones, quien afirma que: “que podíamos esperar, si trajimos
al PRI, a alguien que nunca creyó en el PRI”, considero que es una visión
reduccionista. Zedillo fue agraviado dos veces por ese régimen: primero en 1968,
cuando como estudiante del Politécnico fue detenido y golpeado por el ejército, y
después por el asesinato de Colosio. Sumado a su formación en Yale, ello moldeó
su visión democrática cercana al modelo norteamericano.
Yo estuve presente en el Auditorio Plutarco Elías Calles cuando Zedillo habló de la
“sana distancia con el PRI”. Muchos no entendieron que lo decía por convicción
democrática, no por desagrado hacia el partido. Sabía perfectamente que el Tratado
con la Unión Europea, que entraba en vigor el 2 de julio del 2000, exigía dos
condiciones: a) México debía ser democrático, y b) debía respetar los derechos
humanos. De lo contrario, no habría acuerdo.
La diferencia entre Salinas y Zedillo respecto a la democracia fue clara. Salinas
impulsó una “democracia selectiva”: sólo reconoció triunfos del PAN en Baja
California, Chihuahua y Jalisco, y concertacesionó Guanajuato y San Luis Potosí.
En cambio, Zedillo reconoció los triunfos del PRD, incluido el de Cuauhtémoc
Cárdenas en la Ciudad de México, así como Zacatecas, Tlaxcala y Baja California
Sur.
No todo fue sencillo dentro del gabinete. En la elección federal de 1997, cuando el
PRI perdió la mayoría, Emilio Chuayffet, entonces secretario de Gobernación,
intentó un “golpe técnico” al pedir a los diputados del PRI que no asistieran a la
instalación de la Cámara. Hoy aparece en el documental como demócrata, pero fue
un miembro prominente del grupo Atlacomulco y de la vieja clase política.
De Francisco Labastida Ochoa percibí resentimiento hacia Zedillo, culpándolo
incluso de sus propios errores, como sus lamentables frases en el debate
presidencial: “En las últimas semanas me han llamado chaparro, mariquita, la
vestida, mandilón”. Tampoco resulta creíble que no supiera del Pemexgate, que
costó al PRI una multa de mil millones de pesos.
Vicente Fox aparece como lo que fue: un producto del marketing político. Ranchero,
entrón, antipolítico, el hombre que derrotaría al PRI. Pero una vez en el poder,
careció de proyecto de gobierno y prefirió cohabitar con el PRI. Gobernar no es sólo
querer, sino saber y poder. Felipe Calderón, por su parte, destruyó al PAN al tratarlo
como si fuera el PRI, imponiendo dirigentes nacionales por dedazo. Ambos fallaron:
Fox por miedo a gobernar y Calderón por las concesiones excesivas al candidato
perdedor de 2006, que incluían la renuncia del presidente del INE y el boicot
legislativo. Aun así, no logró legitimarse.
La ciencia política comparada sostiene que un partido sólo puede ganar dos
periodos consecutivos, y eso le ocurrió al PAN. El regreso del PRI se debió a varios
factores: el liderazgo de Dulce María Sauri y Beatriz Paredes; los coordinadores
Emilio Gamboa Patrón y Manlio Fabio Beltrones; un corporativismo desvencijado; y
los gobernadores priistas. Así llegó Enrique Peña Nieto al poder.
La entrevista a Peña Nieto revela paralelismos con Fox: no supo gobernar. El Pacto
por México fue un logro inicial, pero su gobierno se desplomó con Ayotzinapa, la
Casa Blanca, la corrupción del “nuevo PRI”, la banalidad y el gasolinazo. Delegó el
poder en Luis Videgaray y Osorio Chong. En su negociación con AMLO, como
admite en la entrevista, permitió el registro de Morena, aun cuando sus estatutos no
eran democráticos y no deberían haberse aprobado, como sucedió con el partido
de Gilberto Rincón Gallardo en 2003, y los del fallido partido de los albañiles.
Diego Fernández de Cevallos sostiene que “el PRI está más vivo que nunca, sólo
cambió la chaqueta tricolor por una moradita”. En cambio, Juan Villoro acierta al
decir: “el PRI no es un partido, sino una cultura”. Ya en 2003 Ugo Pipitone había
señalado que el PRI representaba un triunfo cultural: nepotismo, patrimonialismo y
corrupción. Eso se observa hoy en todos los partidos.
Considero muy pertinente reconocer la contribución de dos formidables políticos,
antitéticos entre sí, Porfirio Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas, que por cierto se
conocieron en el jardín de niños; ellos fueron los constructores de la “corriente
democratizadora”, como la bautizó la prensa de los años ochenta, sino por la
congruencia en la búsqueda de la democracia; el primero fue presidente del PRI en
la elección presidencial de 1976; el segundo era senador de la república; en 1977,
el primero fue titular de la SEP; y de 1979 a 1985 designado como representante de
México ante la ONU; mientras el segundo era gobernador de Michoacán de 1980 a
1986. Y allí empezó una parte de la historia de la democracia en el país, con estos
formidables políticos.
Desde mi punto de vista, Morena no es el PRI: se asemeja más al PNR. No tiene
sectores, carece de cuadros académicos, es rústico como aquellos revolucionarios,
pero más corrupto. Es un partido cleptocrático con un solo dueño: Andrés Manuel
López Obrador. Al igual que el PAN, sólo gobernará dos sexenios, por la misma
causa que llevó al PRI a la derrota en 2018: corrupción sistémica, frivolidad,
soberbia, alianzas con grupos ilegales y gobernadores cuestionados. Lo más
evidente: el obradorato está moralmente derrotado por los propios hijos del
presidente.
La pregunta final es: ¿cuál será el impacto de este documental en la sociedad
mexicana? El primer escenario es la pérdida del registro del PRI en 2027. También
tendrá impacto en Morena, que, como el PRI en 1997, perderá la mayoría en la
Cámara de Diputados y varias gubernaturas. El nuevo partido de la presidenta
avanzará, como antes Morena lo hizo con el PRD y luego con el PRI: vaciándolos.
El PAN tampoco será opción en esa elección intermedia. La presidenta seguirá la
ruta de Ernesto Zedillo: primero la sana distancia y después la derrota electoral,
iniciando por la Cámara de Diputados y culminando con la presidencia de la
República.
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