Mientras el país sigue sumido en una guerra sin fin contra el crimen organizado, las fuerzas federales dieron varios golpes simultáneos que dejaron cifras millonarias y toneladas de evidencia del poder narco que sigue operando a plena luz del día.
En Tlaquepaque, Jalisco, un operativo conjunto entre la Guardia Nacional, el Ejército y la FGR terminó con el aseguramiento de 324 mil 300 litros de hidrocarburo robado y 15 autotanques listos para su traslado. El hallazgo —propio de una refinería clandestina— incluyó bombas de trasvase y equipos de medición, confirmando la magnitud del negocio del huachicol en la región.
El golpe al narcotráfico también se extendió a Durango, donde el Ejército descubrió un centro de producción de metanfetamina en la zona de El Llano de Palmillas, Tamazula. Ahí aseguraron mil 450 litros de sustancias químicas, con un valor estimado de 29 millones de pesos.
En Sonora, la creatividad criminal volvió a sorprender: elementos de la Guardia Nacional interceptaron un tractocamión cargado con botes de “suplemento alimenticio” que en realidad ocultaban 60 kilos de metanfetamina, valuados en más de 16 millones de pesos.
Finalmente, en Sinaloa —la cuna histórica del narco—, militares desplegados en Badiraguato, Culiacán, Escuinapa y Villa Unión decomisaron armas largas, granadas, explosivos, cartuchos, cargadores y fentanilo, en un operativo que evidencia la persistente fortaleza del crimen organizado.
Pese al aparente “éxito operativo”, la realidad es que los decomisos no han reducido la violencia ni frenado el flujo de droga o combustible robado. Cada golpe, por millonario que sea, deja al descubierto la magnitud del problema y la profundidad del negocio.
El Gabinete de Seguridad presume cifras, pero el país sigue ardiendo: el huachicol sigue rodando, el fentanilo sigue matando y los narcos siguen operando con la misma logística que un Estado paralelo.
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