Asombro inconcebible: René Delgado

En distinto tono, los actores políticos reconocen una situación extraordinaria y, sin embargo, casi todos hacen lo de siempre… y se asombran de obtener el mismo resultado.

El Ejecutivo, el Legislativo y los partidos, incluido Morena, repiten la rutina alguna vez aprendida, aplican la fórmula consabida, practican la conducta acostumbrada y les sorprende que la realidad no cambie, siendo que en su lógica -dogma o creencia- han hecho lo necesario.
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Los senadores de la República se sienten los siervos de la nación después de rechazar el aumento de 340 millones en el presupuesto 2017, pero nada dicen sobre la posibilidad de reestructurar el Senado y reducir su impresionante derroche de dinero público.
A su parecer basta con gastar lo de siempre para que la patria les agradezca su solidaridad y gesto. Si Juan Escutia defendió el lábaro patrio arrojándose envuelto en él desde el torreón donde ondeaba, a los senadores les corresponde ascender por elevador hasta su oficina envueltos en el presupuesto.

Un ejemplo elocuente del despilfarro de recursos públicos al servicio de la insaciable ambición de los senadores de cobrar presencia y dinero es el número de comisiones legislativas en el campo de las relaciones exteriores. Sin considerar las tres destinadas a los asuntos fronterizos norte y sur, así como migratorios, los senadores armaron ocho comisiones legislativas de relaciones exteriores.

Está, en sí, la de Relaciones Exteriores que encabeza la panista Gabriela Cuevas y, luego, se suman siete más: la de América del Norte, la de América Latina y el Caribe, la de Asia-Pacífico, la de Europa, la de Organismos Internacionales, la de Organismos No Gubernamentales, y la de África. Todas, desde luego, con sus respectivos secretario legislativo y técnico, así como sus integrantes e infraestructura. Ni la misma Secretaría de Relaciones Exteriores divide así sus subsecretarias regionales o temáticas. Sólo tiene cuatro subsecretarías.

Y, además, un absurdo. Hay senadores que presiden más de una Comisión. Ahí está el caso de la panista Mariana Gómez del Campo. Encabeza la Comisión de Relaciones Exteriores para América Latina y el Caribe así como la de Nochixtlán, pero eso no es todo. Es secretaria de las comisiones del Distrito Federal; de Radio, Televisión y Cinematografía; y la Especial para Desarrollo Metropolitano. Y es integrante de las comisiones de Derechos Humanos; Cultura y Especial de Movilidad; así como del Comité de Fomento a la Lectura. ¡Qué capacidad!
Sin hablar de la duplicidad y falta de coordinación entre las ocho comisiones senatoriales en materia de Relaciones Exteriores, el despilfarro que provoca es inconcebible.

¿A qué venirse a dar golpes de pecho por el rechazo a un aumento, si la estructura del Senado garantiza un derroche inaceptable?
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El partido Morena no canta mal rancheras. Al instalarse la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México descubre algo insólito… aunque obvio desde hace meses. Esa asamblea no es tan representativa como debería de ser en la medida que el Ejecutivo Federal, el Ejecutivo Local y el Legislativo se guardaron para sí cuarenta asientos. Nada de someterlos a elección, cuestión de nombrarlos.

A Morena asombra la falta de legitimidad del órgano y algo peor: el PRI está sobrerrepresentado y, por eso no bastará, un integrante del tricolor -cuarta fuerza en la capital de la República- encabeza la Asamblea Constituyente, Augusto Gómez Villanueva.

Bien que mal, Morena jugó el juego de todos los partidos pero, ahora, está sorprendido. Justo al inicio del trabajo de la Constituyente, formula la denuncia que lo cura en salud, pero el vicio no nato de la Asamblea prevalece. Claro esto sin mencionar que Morena y, desde luego, ninguno de los demás partidos ha mostrado una brizna de interés por preguntar sobre el impacto presupuestal que la nueva estructura de la Ciudad de México significará… en tiempo de recortes.
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Y, en ese tenaz esfuerzo de hacer lo de siempre bajo la ilusión de obtener un resultado diferente, el jefe del Ejecutivo lidera.

A unos días de aceptar la renuncia de su brazo derecho, Luis Videgaray, y de verse obligado a prescindir de Enrique Galindo al frente de la Policía Federal, remueve al director de la Agencia de Investigación Criminal de la Procuraduría General de la República, Tomás Zerón, y lo rescata en la secretaria técnica del Consejo Nacional de Seguridad.

Esos tres movimientos como otros que vienen estaban cantados mucho antes de que el mandatario los ejecutara. Lo abusos y errores cometidos en Tanhuato y en Iguala, así como el craso error de invitar y servir a Donald Trump en la residencia oficial de Los Pinos perfilaban esos cambios que, desde luego, el Ejecutivo realizó a destiempo y sin explicar el porqué de ellos. Así, porque sí… cuando las razones son obvias.

En vez de aprovechar la evidente crisis y la división en el gabinete para recomponer el equipo de colaboradores y ensayar, aunque sea al final del sexenio, un gobierno, el mandatario repitió la fórmula consabida: remover sin explicar uno por uno a los colaboradores ni hacer del problema oportunidad para ensayar algo nuevo.

En fin, repetir lo de siempre para obtener el mismo resultado.
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Sobra que los actores políticos reconozcan la situación extraordinaria por la cual el país atraviesa si, a fin de cuentas, con o sin disfraz, insisten en hacer lo mismo de siempre.

El problema de repetir rutinas, aplicar fórmulas viejas, practicar conductas acostumbradas y pretender obtener resultados distintos es que el ejercicio está agotado. No asombra ya a la ciudadanía el fracaso de la clase política, aunque no deja de llamarle la atención que los integrantes de esa élite pongan cara de sorpresa.

El Siglo