¿Cuál es el límite?

René Delgado

No es inusual. En temporada electoral y sin importar en qué latitud del orbe, partidos y gobiernos hacen de cada asunto o problema, materia combustible de la paranoia por conservar, recuperar o alcanzar el poder. Echan mano de cuanto pueden.

El límite en el uso de esas cuestiones como ariete contra el adversario lo fijan la cultura y el desarrollo político, así como la ética de la responsabilidad de los actores principales. A veces, cuando hay conciencia cabal de los protagonistas y cuidado de los asuntos de Estado, también establece el límite la circunstancia prevaleciente en el país donde se realizan los comicios. No se recurre a cuestiones o instrumentos que pueden generar daños al país o descarrilarlo.

En México, el partido oficial está rebasando el linde y la administración está ignorando el calendario y la circunstancia, así como el malestar social.

Aun antes del inicio del proceso electoral y muchísimo antes del arranque en sí de la campaña, la administración y su partido no escatimaron esfuerzo en el intento de debilitar a la dirigencia de Acción Nacional y, luego, en fracturar la bancada parlamentaria de ese partido (la del perredismo ya estaba rota) hasta provocar una fisura en el panismo. La respuesta fue del calibre de la ofensiva, el grupo hegemónico albiazul -con respaldo y apoyo del Frente que pretende integrar- no dudó en llevar a una crisis al Poder Legislativo. El parlamento derivó en el guion de un pleito; el Congreso, en la arena donde el tricolor quiere protagonizar la pelea estelar.

Ese capítulo de la lucha por recolocarse del mejor modo posible ante la contienda electoral lo desvaneció el sismo y la tragedia en el Istmo de Tehuantepec y más tarde el temblor que golpeó y lastimó el centro de la República. Como quiera, ese episodio fue -al menos hasta ahora- la más obvia y grosera expresión de cuanto el partido oficial está dispuesto a hacer con tal de mejorar su posibilidad en las elecciones del año entrante.

Y mejorar, en la subcultura del tricolor, supone a veces no resolver o superar los problemas propios, sino generar enredos al contrincante. Obtener ventajas a partir de las zancadillas.

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Ardides semejantes al anterior hay y ha habido otros, no tan espectaculares, pero sí peligrosos.

Entre ellos, combinar estrategias partidistas con posturas diplomáticas, como emparentar a Andrés Manuel López Obrador con Nicolás Maduro al tiempo de embarcar la política exterior en una aventura; pervertir reclamos ciudadanos al son de la demagogia electoral y el dolor, como prometer renunciar a las prerrogativas partidistas y eliminar la totalidad de los legisladores plurinominales; desatender el problema de la inseguridad y la violencia, porque no hay condiciones políticas adecuadas; priorizar los asuntos de interés partidista, como lo es interesarse por el Fiscal General sin estructurar la Fiscalía; e, incluso, jugar con el calendario natural, político y electoral como si los estrategas tricolores fueran capaces de controlar la salida y la puesta del sol.

El principito -desde luego, el de Antoine de Saint Exúpery- podría declararse simpatizante del PRI.

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Hasta hoy, los daños a las políticas e instituciones nacionales provocados por el partido oficial y sus operadores son reparables.

Sin embargo, de ir más allá e insistir en obtener Los Pinos por el Estado -tal cual se intituló un anterior Sobreaviso- con tal de prevalecer, podría llevar la renovación de los poderes Ejecutivo y Legislativo a una descomposición mayor a la predominante.

Convertir la contienda electoral en una ruleta rusa puede resultarle tentador al tricolor. Sin embargo, es muy difícil restaurar un régimen cuando sus propios creadores remataron el engranaje, las palancas y el mecanismo que, por momentos, le hicieron vivir la gloria de mandar sin obedecer.

Las vueltas que da la política. De Andrés Manuel López Obrador es la expresión “al diablo con sus instituciones”; del partido oficial, su puesta en práctica. Menuda paradoja.

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El inventario de recursos empleados por la administración y su partido en el propósito de golpear y disminuir a sus adversarios integra ya un largo listado y, en combinación con el calendario y la circunstancia por la cual atraviesa el país, errar en su uso podría arrastrar no sólo las posibilidades del propio partido en el poder, sino también al país.

Jugar con la idea de que la estabilidad financiera y monetaria puede resistir la salida del gobernador del Banco de México y el relevo del secretario de Hacienda, cuando la política comercial se tambalea con motivo de la difícil renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, es peligroso. Jugar con que los secretarios de Estado no se distraen un ápice de su tarea mientras se empeñan en placear su ambición sucesoria es un engaño. Cesar a los funcionarios que, al cumplir con su deber, chocan con el partido oficial es peligroso. Alinear la administración al rejuego del partido es peligroso.

La pregunta es: ¿cuál es el límite?

EL SOCAVÓN GERARDO RUIZ ESPARZA

Si, conforme al dicho presidencial, socavones hay en todas partes del mundo y no suponen corrupción, es menester pedirle perdón al gran secretario de Comunicaciones y Transportes, incorporar su inmaculada figura en el Monumento al Caminero y achacar las irregularidades detectadas en la construcción del Paso Exprés de Cuernavaca a la creativa imaginación de la Función Pública. ¡Viva, entonces, el santuario* Gerardo Ruiz Esparza!

* Santuario -según la Real Academia Española- es, en su primera acepción: Templo en que se venera la imagen o reliquia de un santo de especial devoción. En su tercera: Tesoro de dinero o de objetos preciosos que se guarda en un lugar.

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