Pensar lo que se dice

Martín Quitano Martínez

No hay espejo que mejor refleje la imagen del hombre que sus palabras.
Juan Luis Vives (1492-1540) Humanista y filósofo español.

Pensar bien lo que se dice, es una sabia recomendación para nuestro ámbito personal, pero sin duda en el ejercicio público es un imperativo de la comunicación e información oficial.

Coloquialmente se sentencia que “no se debe decir todo lo que se piensa, pero sí se debe pensar todo lo que se dice”, en referencia básica que implica asumir que prácticamente todo lo que digamos, así como la forma, lugar y momento, en sí mismo refiere un mensaje especifico, tiene una intención y busca una interlocución, y por ende, tiene consecuencias.

Lo anterior viene a colación ante las formas de la comunicación oficial y política que se verifica hoy por hoy en nuestra entidad veracruzana, marcada por una evidente y creciente polarización. Se ha vuelto común que los términos, las palabras, los sucesos, se aborden sin cuidado, con sesgos o con demasiada ligereza, sin mayores consideraciones al respeto institucional, social, a la ley o incluso a la verdad.

Se podrá menospreciar el valor de las palabras frente a la contundencia de los hechos, sea para bien o para mal, pero sin duda sería mejor que la prudencia, la continencia verbal fuera la guía de las posturas y declaraciones de todos, pero prioritariamente de las oficiales.

Todas las expresiones son importantes y son responsabilidad de quien o quienes las digan, pero es en la dimensión pública donde se reúnen las mayores responsabilidades, porque sus representantes forman opinión y deben resguardar el interés público y el bienestar general. Los costos o dividendos que impliquen las expresiones o declaraciones, no solo tendrán repercusiones en las personas que las dicen sino en el conjunto institucional, en espacios más amplios que ellos mismos.

Hacer uso de la palabra desde el ámbito púbico, exige que los mensajes que se publicitan, las palabras que se ocupan, hayan sido valorados en la dimensión del impacto que tendrán, calculando sus repercusiones, sin embargo lo que venimos escuchando y viendo de muchos de los actores de gobierno, de la clase política, es una falta de cuidado que daña profundamente los ya de por si lastimados asideros para construir los diálogos urgentes para enfrentar nuestros problemas.

Es necesario hacerles notar la relevancia que tiene para el saneamiento de nuestra vida pública, el manejo responsable de sus declaraciones, de las consecuencias de sus palabras, de la apremiante necesidad de tender puentes y construir formas contra las intolerancia y las polarizaciones existentes, para garantizar mejores condiciones que dejen de lado las criticables muestras de arrogancia, de supremacías morales y de posesiones de verdades incuestionables.

Es penoso observar el talante de desprecio y descalificación hacia el desasosiego social o las críticas de sectores sociales que no comparten sus visiones, la ligereza y poca sobriedad con la que se responde ante asuntos delicados en medio de una crisis y una descomposición social que requiere urgentemente salidas y soluciones.

Es un deber público y político comunicar, pero lo es también comunicar bien, bajo valores de legalidad, certeza y gobernanza.

DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA

Más allá de cifras, la inseguridad, la violencia y el dolor que provocan, siguen agobiando a Veracruz.