La Piedra en la CNDH

Claudia Constantino

La fecha ha llegado. Es el miércoles 23 de octubre y tras varias nominaciones y 40 años de luchas, el senado de la república otorga a Rosario Ibarra de Piedra la Medalla Belisario Domínguez.

En presencia del presidente Andrés Manuel López Obrador, la presidenta de la mesa directiva del senado, Mónica Fernández Balboa, asegura que “se trata de una distinción republicana a una mujer firme que hizo de la ausencia de su hijo, Jesús, una bandera permanente en favor del derecho, la justicia y disidencia democrática, una condena cabal a los abusos del poder y una defensa ilimitada de la vida”.

Y recordó que “Ella padeció una tragedia irreparable, que la lanzó a una búsqueda incansable en 1973, cuando su hijo fue detenido, al margen de todas las disposiciones legales bajo la acusación de pertenecer a un grupo armado. Sus captores, lo desaparecieron en 1974. Esa búsqueda convocó a otras madres, que como ella, sufrían por la desaparición de sus hijos y en 1977, integraron el Comité pro-defensa de Presos Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos, Comité ¡Eureka!”.

Entre aplausos recordó cómo se organizaron, realizaron huelga de hambre, se apersonaron ante las figuras políticas y presentaron denuncias en México y en foros internacionales. También la exigencia de respeto a la ley que motivó a Rosario a pedir amnistía para los presos por razones políticas, lo que se consiguió en 1978 cuando se localizó a algunos desaparecidos, aunque nada se pudo saber de la mayoría de ellos.

En voz de su hija Claudia, Rosario Ibarra respondería al galardón diciendo: “Señor presidente, Andrés Manuel López Obrador, querido y respetado amigo: No permitas que la violencia y la perversidad de los gobiernos anteriores siga acechando y actuando desde las tinieblas de la impunidad y la ignominia, no quiero que mi lucha quede inconclusa. Es por eso que dejo en tus manos la custodia de tan preciado reconocimiento y te pido que me la devuelvas junto con la verdad sobre el paradero de nuestros queridos y añorados hijos y familiares, y con la certeza de que la justicia anhelada por fin los ha cubierto con su velo protector”.

Pareciera que en respuesta, el ejecutivo hubiese entregado la Comisión Nacional de los Derechos Humanos a Rosario Piedra Ibarra a manera de expedita justicia. Pero hay quien supone que la entrega de esta presea fue el primer movimiento de una partida maestra de ajedrez político en que la CNDH quedaba a modo del presidente de México y no de las víctimas y sus familias.

Quienes tienen buena memoria recuerda los tiempos en que la comisión solo era una institución de ornato, que poco aportaba a la sed de justicia de miles de víctimas de la violencia en México.

Esta vez, se presentaron un gran número de aspirantes al cargo de Ombusman, se decantó la lista hasta reducirse a terna, y entonces, la hija de la galardonada, la morenista Rosario Piedra Ibarra se convirtió en la nueva Comisionada, tras una votación muy cuestionada y la promesa incumplida de repetir dicha votación, por parte del partido en el poder.

Pero no sin antes ofrecer el espectáculo más ensombrecedor de que se tenga memoria, en la toma de posesión de Ombusman alguno. Gritos, jalones, pancartas, peticiones de transparentar la elección y una Rosario Piedra confundida, a quien hubo que sostenerle la mano en alto para que tomase posesión entre empujones e insultos.

Al día de hoy, en cuantas entrevistas le fueron hechas, la escuchamos ignorante de las cifras y de todo cuanto habría que saber si realmente fuese la idónea para el encargo. Por supuesto que es meritoria la labor de su madre y su familia, pero esa ya había sido reconocida institucionalmente.

Solo resta ver, si la CNDH es un premio para las miles de familias que sufren en México el horror de haber perdido a sus seres queridos en las peores y más confusas e injustas situaciones, o, si las Piedra serán usadas por el ejecutivo federal para neutralizar los posibles reclamos de toda una sociedad harta de los excesos y la indiferencia del régimen se llame como se llame.

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