Armonía temporal y ocio

Abel Domínguez Camacho

El viejo del cuarto sin número no daba crédito de lo que observaba, después de lo que él y otros ciudadanos del barrio y colonia vivieron con la gente en materia de organización y participación, de un momento a otro de aquel año, de repente todo se quedó como suspendido o como si se hubiera bajado el telón. Desde el vecindario hasta el parque de la colonia A y la colonia B…todo, absolutamente todo dejó de moverse, las personas participantes se hicieron invisibles, el entorno urbano y rural (muy cercano) eran como imágenes congeladas para el ojo de propios y extraños. El viejo del cuarto sin número refería el comportamiento, por demás pasivo y feliz, de los habitantes de su vecindario, desde la esposa de Don Cándido, dueña de la cuartería hasta Gelasio el pintor, pasando por Doña Altagracia y su hija “esta chamaca mensa”, solía llamarla.

Don Cándido y su esposa, ya no se preocupaban por acosar a los inquilinos con el pago de la renta, había quedado resuelto en la etapa previa, de mucha actividad y compromiso; ahora ambos eran dados a vestir diferente y adquirir cosas superfluas y hasta sendos celulares, nadie sabía que ellos entraron en el umbral que los hacía beneficiarios por default, a pesar de ser dueños de dos vecindades de al menos 15 cuartos, de la tienda de abarrotes, la carnicería y una cantina-bar que administraba uno de sus hijos, mismo que discretamente aparecía cada fin de semana con la respectiva cuenta. Respecto a su consumismo, solían expresar “es un regalo y por eso lo utilizamos para chucherías”. Instalaron una pantalla de muy buen tamaño en el espacio techado entre la parte trasera de su casa y la cuartería, a temprana hora del día se empezaron a reunir allí, primero las señoras, luego los hijos y al rato las 14 familias completas. Pedro y Pablo ya no corrían para tomar el colectivo.

La “chamaca sonsa” primero empezó a dejar el cuidado de su hijo a su anciana madre y al poco tiempo, su presencia en el vecindario fue permanente y se hizo asidua a las reuniones de muy temprano frente a la pantalla; su pequeño hijo observaba una sutil capacidad diferente y ella, siendo madre soltera, optó por quedarse a cuidarlo y educarlo, muy a su modo pero madre al fin, al parecer ya no hacía falta llevarlo, dejarlo y recogerlo en la guardería de atenciones especiales, ella había sido dotada de ciertas competencias para tal fin y, su madre Altagracia pasó la misma suerte que don Cándido…Altagracia dejó de salir a la pepena, antes decía que el cartón y los envases de plástico le daban para medio vivir, hoy se le ve diferente. La misma suerte corrió don Gelacio y no se le miraba afligido, por el contrario, sus incursiones a la vinatería se intensificaron y no le faltaba su cajetilla de Marlboro.

Pedro y Pablo los jóvenes hijos del pintor, que siempre andaban correteando la chuleta, así decía su padre, empezaron a llevar una vida más laxa, entraron a trabajar en los negocios de la dueña del vecindario, lo que originó, por cierto, el despido de otros dos empleados, a saber, orillando al infierno a dos familias de tres y cuatro hijos cada una; Pedro y Pablo solteros aún y huérfanos de madre, entraban a las 9:00 A.M. y salían a las 16:00 P.M. ahora sin gastar en transporte público y sin necesidad de preparar el portaviandas, por consiguiente eran parte de la imagen congelada del vecindario durante las tardes de música, cerveza y ron, también se compraron celulares modernos, solicitando a la dueña que les compartiera la contraseña del Wifi, concedida. En esa lógica le siguieron casi todos los inquilinos, el viejo del cuarto sin número era el único, que indignado y con pensión digna, estaba dispuesto a rechazar el beneficio que lo alcanzará en los próximos años.

Armonía temporal y oció eran convergentes a la felicidad que preocupa al viejo del cuarto sin número, ¿Cuánto tiempo podría durar esa felicidad? se preguntaba.