‘Promesas que cumplir y millas que andar’

Lorenzo Meyer

Se puede usar la cita del encabezado, poeta Robert Frost, para valorar el primer año del nuevo gobierno. También se puede volver a Maquiavelo quien, examinando “los principados nuevos”, adquiridos por “esfuerzo propio”, concluye: “…no hay nada más difícil de emprender, ni más dudoso de hacer triunfar, ni más peligroso de manejar, que introducir nuevas leyes” (El Príncipe, Cap. VI).

Hoy, en Latinoamérica, capas amplias de población que no se sienten identificadas con sus gobiernos, han tomado las calles para protestar y se mantienen movilizadas pese a la mezcla de represión con promesas de reformas. De tiempo atrás los inconformes perdieron confianza en sistemas políticos que demostraron que, en materia de distribución del ingreso, salud, educación o justicia, el ciudadano de a pie debía arreglárselas por sí mismo, pues en el gobierno no estaban interesados en forjar y sostener el mínimo de solidaridad interclase que pudiera dar sentido al estado nacional.

Es en el campo de la relación gobierno-mayorías populares donde se han centrado los esfuerzos iniciales de la llamada IV Transformación. Desde hace tiempo el presidente (AMLO) concluyó que para hacer de México una nación menos injusta y bárbara, había que revertir una parte muy arraigada: la gran distancia entre el mexicano común y el sistema de dominio. La separación entre ambas partes se basa en una distancia histórica de desconfianza mutua y oposición entre los intereses y formas de vida de las élites y las no élites.

En la disminución del golfo que desde la Colonia separó a gobernados de gobernantes, las grandes transformaciones políticas del pasado no tuvieron el impacto que prometieron. Para el México popular, los gobiernos del primer medio siglo de independencia sólo lo beneficiaron en la medida en que el Estado casi desapareció y no pudo extraerles tantos recursos. El porfiriato fue el gobierno duro de una oligarquía. El villismo, el zapatismo y el cardenismo, fueron episodios de intensa convergencia y empatía entre gobernantes y gobernados, pero no permanecieron. A partir del alemanismo (1946-1952), la postrevolución generó una nueva oligarquía, recreó de nuevo la identidad entre el grupo gobernante y las élites económicas locales y nacionales, identidad que se mantuvo hasta que su desgaste generó las condiciones para que, vía la democracia formal, la insurgencia electoral abriera la posibilidad de generar, sin violencia, un gobierno con respaldo mayoritario, libre de la sombra del fraude y dispuesto a emplear las instituciones en favor de esa mayoría.

Para mostrar la cercanía de esta administración con las capas en la base de la pirámide social mexicana, AMLO redujo las remuneraciones y privilegios propios y de la cúpula del gobierno y empezó a limitar drásticamente el campo de la corrupción de los altos mandos del sector público. Sin decidirse a reformar una estructura fiscal para hacerla congruente con su gran proyecto, AMLO rediseñó el gasto para otorgar becas, pensiones y otras ayudas a una amplia capa de mexicanos particularmente vulnerables como jóvenes, ancianos o comunidades indígenas y personas sin seguridad social. A la vez, el nuevo gobierno marcó distancias con el gran capital (cancelación del nuevo aeropuerto en Texcoco y no cancelación de deudas al fisco), aunque manteniendo zonas de encuentro con inversionistas y evitando un choque frontal. Pese a sus obvias diferencias, el presidente mexicano también ha logrado evitar una colisión con el brutal e impredecible presidente norteamericano, lo que no es poca cosa dada la compleja agenda bilateral entre México y su vecino del norte.

Las giras incesantes y actos públicos de AMLO, más sus reuniones muy temprano y cinco veces a la semana con la prensa, son un esfuerzo sin precedentes del jefe de gobierno para tomar de manera directa e ininterrumpida el pulso de la opinión pública.

Los cambios de la llamada 4T se iniciaron rápido pero aún deben echar raíces y sobre todo, continúan pendientes en dos frentes cruciales. Por un lado, la violencia del crimen organizado sigue in crescendo -en 2018 los asesinatos dolosos sumaron 36 mil 685 y la cifra este año será mayor. Por el otro, el crecimiento de la economía simplemente es cero. Así pues, en estos campos las promesas siguen teniendo el carácter de promesas y las millas por avanzar aún son muchas. A partir de ahora, la cuesta se hace más empinada.

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El Siglo de Torreón