La niña y el Tigre

Abel Domínguez Camacho

“Las mesas del entorno inmediato, poco a poco eran ocupadas por los empleados de la oficina del sector educativo, que iban saliendo a partir de las 6:00 P.M. y nadie había reparado que lo hacían para, casi involuntariamente, formar, de oídas, parte de la tertulia literaria de la mesa del rincón. El viejo lanzaba un comentario provocativo sobre el libro en turno, ahora sabemos que elegían uno por semana, y Casimiro trataba de responder en forma equilibrada y casi siempre, explicando o justificando al autor, por su parte Andobas era dado a poner en contexto la provocación del viejo. Ella, la niña, y los comensales sumados, atentos y tomando nota en sus mentes. Don Petronio era otro, se le veía contento y orgulloso de su espacio”.(Último párrafo de la entrega Las tertulias con Don Petronio, De la serie: Ella, la niña.https://dialogandoconabel.blogspot.com/2018/05/las-tertulias-con-don-petronio-de-la.html)

Al paso del tiempo la niña resultó ser una ávida lectora, ante su escasez de recursos económicos, todos, incluyendo a Petronio, suponían que solamente se acercaba a escuchar los comentarios sobre la lectura semanal, en su gran deseo de aprender, por eso es sabia se decían; ocasionalmente Petronio le dejaba un viejo ejemplar de la lectura recomendada, ella lo tomaba sin decir más y lo regresaba sigilosamente el día de la tertulia literaria. Pero sin decirlo, se preguntaban como lograba realizar las lecturas, los robaba y no era Liesel. Un buen día Don Petronio recibió una llamada telefónica indicándole que fulana de tal, la niña, se encontraba en los separos detenida, lo sentimos tendrá que venir para informarle en persona de la falta y las disposiciones para liberarla. El agravio quedó entre ellos dos, la humillación, más que la multa monetaria por el hurto de un libro, caló en la conducta de la niña, tardó en retomar la normalidad y su participación…

El Tigre era el sobrenombre de aquél jornalero de los muelles, vestimenta rudimentaria de mezclilla, sombrero de paja de tres piedras, paliacate cruzado al cuello, los guantes en la trasera derecha, el periódico del día en la izquierda, el gancho metido al cinturón a un costado y una faca bien afilada en el otro costado. Después de la lectura correspondiente, si leía, el periódico tenía una variedad de usos, “si te agarra la noche, te haces un chaleco para el puto frio” solía decir. En alguna ocasión, pensando en su “chilpayate” se acercó a un menaje para sustraer un libro X, era un libro y eso importaba, para su sorpresa fue sorprendido por los vigilantes quienes procedieron en consecuencia, con solo una llamada de atención y le confiscaron el libro.

Al siguiente día, para su sorpresa y enojo, encontró en su casillero una caricatura de un tigre a pierna cruzada ensimismado en la lectura y la leyenda: “El Tigre intelectual”, su respuesta fue soltar todo el florido repertorio de insultos hacia los más cercanos. El escarnio de sus compañeros fue el peor castigo que tuvo que aguantar durante días, “y todo por un libro para mi chamaco”, en realidad le dolía, se sintió agraviado, entiéndase que era un hombre trabajador y recto, honesto al 100 y competente al 100, no había 90-10.

La niña agraviada por la detención y multa, el tigre por el escarnio de los compañeros jornaleros, no hubo alguien que saliera en su defensa, para el imaginario colectivo, el robo era robo y punto. Nadie abogó para “no lincharlos” y mucho menos para pedir que el asunto “sea tratado en su justa dimensión y no se afecte ni destruya la dignidad de la persona”, no eso no pasó. Como dicta la sentencia popular: “mataste un perro, eres mataperros”.