Conspiranoia y miseria

Aurelio Contreras Moreno

“¿Por qué nunca dijiste nada antes?”. “¿Dónde estabas cuando se robaban el dinero?”. “¿Por qué no le decías lo mismo a fulanito?”. “¡Seguro ya se te acabó el ‘chayote’ y por eso criticas!”, son algunos de los “argumentos” que usan en redes y otros espacios públicos los defensores oficiosos del régimen de la autodenominada “cuarta transformación” para denostar a cualquiera que exprese la mínima crítica a sus líderes y sus decisiones.

Esos dichos no son otra cosa que la repetición de un “speech” bien aprendido y promovido desde la misma cúpula del lopezobradorismo que en cualquier crítica, divergencia o disenso ve una conspiración para “derrocar” al gobierno que lleva las riendas del país desde el 1 de diciembre de 2018.

El principal problema de esta estrategia –que tiene uno de sus escenarios más violentos en redes sociales como Facebook y sobre todo Twitter- es que el discurso del odio se ha trasladado a los intercambios diarios en el mundo real, donde cada vez es más común encontrar reproducciones de esas agresiones verbales entre personas que antes jamás siquiera habían acuñado términos como “conservador” y “fifí”, o “chairo” y “pejezombie”.

Si bien uno y otro bando contribuyen diariamente a la polarización política y social que caracteriza al México de hoy, es indudable que la mayor responsabilidad recae en el lado del actual grupo gobernante, por una simple razón: es su obligación gobernar para todos y no solo para sus huestes, sus clientelas y sus aduladores.

Pero no solo no lo entienden así, sino que todos los días es el propio presidente Andrés Manuel López Obrador quien atiza el fuego de la intolerancia al llenar de improperios, descalificaciones e incluso difamaciones a quienes osan señalar las muchas deficiencias, los numerosos yerros y las tremendas irregularidades en que incurre la actual administración federal.

“¿Entonces preferirías que siguieran los mismos que saquearon al país?”, suele ser una de las respuestas incluidas en las cantaletas de “contención” de las críticas. Como si las corruptelas y abusos del pasado sirvieran para justificar los del presente.

Los casos de las caravanas migrantes y de la “Caminata por la Paz” de los últimos días son sintomáticos. En el primer tema, resulta vergonzoso que quienes -como el sacerdote Alejandro Solalinde- usaron el fenómeno migratorio para enderezar agrias críticas –y con razón- a gobiernos pasados con los que no coincidían, ahora juren que ese mismo fenómeno es provocado por supuestas fuerzas oscuras para desestabilizar a la “4T” en la cual militan, cuando lo que cambió en realidad fue la postura y el discurso de un gobernante que con tal de no incomodar a los Estados Unidos, dobló la cerviz y convirtió a su cuerpo de seguridad de élite en una pedestre copia de la Border Patrol norteamericana.

Con las víctimas de la violencia no se portan mejor. La “Caminata por la Paz” convocada por el poeta Javier Sicilia y Adrián Lebarón –cuya familia fue masacrada hace unos meses-, pero acompañada por un numeroso grupo de familiares de víctimas, pasó de ser ninguneada por el gobierno de López Obrador a hostigada por grupos de choque que, a su arribo a la Ciudad de México, los insultaron y hasta los tacharon de “traidores”, utilizando un peligroso y autoritario discurso: quien critique al régimen o le exija que cumpla con sus responsabilidades básicas, es un “traidor”, equiparando falazmente al gobierno con la Patria.

La muestra más grotesca de la miseria humana que campea la dio el subsecretario de Gobernación del Gobierno de la República, Ricardo Peralta, quien en su cuenta de Twitter y en clara alusión a la “Caminata por la Paz”, publicó la siguiente frase: “a chillidos de marrano, oídos de chicharronero”. La nueva versión del “ni los veo ni los oigo” salinista, pero con la carga de vulgaridad y rusticidad que caracteriza a varios de funcionarios de “cuarta” como éste, aspirante a capataz de estercolero.

Y entre la conspiranoia y la miseria transitamos, sin salidas reales a enormes problemas que, por más que cierren los ojos o le echen a alguien más la culpa sin asumir las propias responsabilidades, ahí seguirán.

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