Carta al Presidente, de un admirador de López Obrador

Señor Presidente. Usted no me conoce. Pero si me conociera, sabría que he sido uno de los más pacientes a la hora de esperar –no digamos resultados- pero al menos estrategias adecuadas de su gobierno para atender los diversos y nada fáciles desafíos que enfrenta el país. He tenido debates acalorados con colegas y amigos, argumentando que Usted tenía el mejor diagnóstico de los problemas nacionales, y que era cuestión de tiempo que las políticas se pusieran en práctica y empezaran a dar sus frutos. He portado, aún porto entre mi gente cercana, el mote de “Lord 4T”.

Sin embargo, mi paciencia –como la de tantos otros compañeros de ruta- se está acabando. El principal detonante es el descalabro en torno a uno de los problemas sociales más importantes: el de la seguridad de las personas, y específicamente la violencia que sufren cada día las mujeres –niñas, jóvenes, novias, madres, esposas, empleadas, abuelas, cuidadoras- por su condición de género. Frente a este problema, lacerante, indignante, socialmente insoportable (todos somos hermanos, cónyuges, amigos, colegas, padres o hijos de mujeres), las respuestas de su gobierno, pero especialmente sus respuestas públicas, sólo han servido para aumentar el dolor. El dolor que provoca la decepción de tantas mujeres que han depositado en Usted una enorme confianza desde hace al menos tres elecciones; el dolor de la indignación por la falta de empatía reflejada en sus respuestas; el dolor por la manifiesta incomprensión de la magnitud y la complejidad del desafío.

Por si Usted no se enteró, la sociedad mexicana ya no es la que aguantó setenta años de fraudes electorales y represión de la disidencia, a veces por “buenos motivos”. Ni siquiera es aquella que sacó al PRI de Los Pinos, expectante de las ventajas derivadas de la alternancia en el gobierno. México cambió. Los ciudadanos no somos feligreses ni Usted es un sacerdote. Ni las conferencias mañaneras son misas ofrecidas desde un púlpito. Las y los mexicanos esperan del gobierno respuestas racionales a los problemas públicos. Si queremos sermones, vamos a la Iglesia. Del Gobierno esperamos estrategias basadas en evidencia, que adopten los instrumentos más adecuados para atender las causas de problemas públicos complejísimos como es, por ejemplo, la violencia de género.

En México desaparecen 10 niños al día, y mueren otras tantas mujeres por crímenes de odio. Algunas regiones de este país tienen cifras de violencia propias de países con realidades de conflicto armado. El neoliberalismo no puede ser la única causa. Le propongo seguir otras dos pistas, si quiere complementarias: 1) La naturalización de pautas violentas donde los más poderosos se imponen a los más débiles. Los hombres a la mujeres, el Estado a los migrantes, los adultos a las y los niños, los jóvenes a los ancianos, militares contra civiles. Vivimos en una cultura del abuso, y fui un ferviente defensor de la 4T, entre otras cosas, porque confié en que de su mano, esta realidad iba a cambiar. Catorce meses después, no se ve cómo ni por donde. Esto requiere tiempo, mucho trabajo en distintos ámbitos (familiar, comunitario, organizacional) y supone una transformación real de la vida pública y privada. Allí el Estado tiene mucho por hacer desde la propaganda bien entendida. Una dedicada a derribar la lógica de la dominación patriarcal, promover valores cívicos, de respeto y preservación de lo público, y de sanción social (como primera trinchera) de toda forma de abuso, en cualquiera de los ámbitos donde ocurra. Un mensaje que contribuya a eliminar el temor a levantar la voz ante el abuso (sexual, laboral, estatal) puede ser más poderoso –para empoderar a las víctimas y responsabilizar ex ante a los perpetradores potenciales- que decálogos vagos y repetitivos. Hay que reconstruir relaciones, y las nuevas deben hacerse desde una convicción de igualdad de derechos y no desde el temor constante al abuso de los poderosos. 2) Una segunda pista es la impunidad. Los crímenes se cometen porque no hay forma institucional (y si la hay, no se aplica) de hacer responsables a los responsables. No tiene que ver con aumentar penas sino con aumentar la probabilidad de responsabilizar al perpetrador: ante la víctima, en primer lugar, ante la comunidad toda en segundo, y ante las leyes del Estado en tercero. Esto ocurre porque no hay capacidad –de vigilancia, entrenamiento, instrumental- ni voluntad –de las fiscalías responsables de la investigación, ni de los magistrados de hacer cumplir las penas, quienes a veces son cómplices y a veces rehenes de los criminales. Ahí, ahí está la corrupción. No sólo ni fundamentalmente en los contratos de obras públicas, sino en la procuración de justicia. Tanto en la rama ejecutiva como judicial. Si no nos enlodamos allí, para limpiar ese drenaje profundo lleno de basura, moriremos ahogados cuando el crimen inunde todos los ámbitos de nuestra sociedad. Y Usted, mal que nos pese, será responsable.

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