Mediación ante el barullo

René Delgado

Qué difícil quedarse en casa cuando, afuera, el barullo político dificulta saber si más adelante -al recuperar la libertad sin miedo-, habrá un horizonte.

La clase política con sus fanáticos y jilgueros vacila y, en su incesante y sorda lucha por el poder -así derive de la enfermedad, la muerte y la ruina-, ha hecho de la desconfianza y la incertidumbre un virus tanto o más peligroso que el COVID-19. Le resulta imposible desaprovechar la oportunidad de debilitar al adversario cuanto pueda, desde luego poniendo cara de congoja por la pérdida de salud, vidas y empleos.

Aunque sólo uno lo diga, a unos y otros el coronavirus les viene como anillo al dedo porque, de tiempo atrás, poco les importa usar cualquier ariete contra el contrincante. Han hecho de la política no un concurso, sino una incompetencia: un juego de eliminación, donde con tal de acceder al poder pierden el sentido de éste. Hoy, cavan trincheras que más tarde usarán de fosas.

No estaría de más pensar en una comisión mediadora, aceptable para las partes -y hay cuadros para ello- que, considerando causas e intereses, prepare ya, cuanto antes, un plan de emergencia económica y conjure la crisis política en ciernes. Vale la insistencia: agregar a la crisis sanitaria y la económica una crisis política compondría un coctel explosivo. Una crisis de crisis, superior a las sufridas.

Pulsar, en vez de unir fuerzas, dejará exangüe a la nación. Tras enterrar los muertos, de poco valdrá calcular porcentajes de responsabilidad y culpa, así como levantar encuestas para ver quién queda menos mal parado.

Es absurdo, cuando la circunstancia exige hacer política, verdadera política, los supuestos profesionales de ella abdican llevar a cabo la tarea.

Bajo la etiqueta reduccionista de que todo es politiquería, el Ejecutivo rehúsa practicarla. Bajo la etiqueta descalificadora, el dirigente de la principal fuerza opositora, el panista Marko Cortés (ver Entredichos: ‘AMLO debe unir no hablar de revocación’, https://bit.ly/2z2grHd) exhorta al mandatario a no hacer política y concentrarse en la epidemia. De locos. Si esos dirigentes entienden así la política, del resto de actores y posturas mejor ni hablar. Son lamentables.

A la chita callando, la oposición variopinta desautoriza una y otra vez al mandatario: carece de liderazgo; es caprichudo, autoritario y ocurrente; no sabe que no sabe; se les está yendo el país de las manos; se acabó el sexenio… No lo dicen, pero sugieren la renuncia. Sin embargo, en cuanto el Ejecutivo propone adelantar la consulta sobre revocación del mandato, la oposición primero calla y luego grita: ¡quiere hacer campaña!

De dientes para afuera, la oposición insta al Ejecutivo a impulsar un acuerdo, pero en vez de negociarlo, como quien no quiere la cosa, le dicta qué debe decir. En respuesta, el mandatario no desperdicia la ocasión de largar una andanada de cacayacas contra ‘los conservadores alterados’ que sueñan, dice, con derrocarlo. La oposición practica la grilla de salón y el mandatario, el proselitismo pie a tierra.

El Ejecutivo pide al Senado aprobar la amnistía para liberar a quienes, quizá, no tendrían por qué estar presos y evitar así el contagio generalizado en los penales. Y qué responde Acción Nacional: ‘La prioridad de Morena es apoyar a quienes violaron la ley. Los millones que vivimos del trabajo y la decencia (sic) no merecemos su atención’. Claro, si cunde el mal en las cárceles sobrepobladas, parque habrá para criticar por qué no se hizo nada.

El presidente de la República ni por asomo considera detener alguna de las obras emblemáticas de su proyecto y la oposición lo llama a suspender solo ‘las faraónicas’. ¿Cuáles son esas? Pues, todas. De paso, podría pasarle a firma un acta de rendición irrevocable.

De los gobernadores -incluidos los de Morena- unos cuantos se salvan, pero otros dan pena ajena. Ahí están los que consideran que éste es el momento indicado para replantear el pacto fiscal, a sabiendas de la imposibilidad de llevarlo ahora y del peligro de balcanizar a la República. La costumbre de recibir recursos sin recaudarlos les quita el sueño. Y, cosa rara, el michoacano Silvano Aureoles se cayó de la cama y ha despertado.

Paradójico, los poderosos no pueden.

El presidente López Obrador confundió la velocidad con la precipitación y, más allá de las zancadillas, los propios tropiezos en la administración le imposibilitan consolidar el gobierno. La modificación desarticulada de más de una ley lo ha vuelto prisionero de sus reformas. La suma de personalidades a su campaña, ofreciendo incorporarlos al gobierno, le impide integrar un gabinete en serio y, así, ha desfigurado facultades y funciones. Si antes de la peste la administración marchaba mal, ahora va peor.

La oposición, por su parte, celebra la caída de la preferencia electoral por Morena (encuesta de El Financiero, 13/04/20), pero calla un detalle: la pérdida de Morena no supone ganancia para ella. Crece el descontento ante los partidos, el hartazgo ciudadano. Y, como extra, la oposición panista y priista carece de liderazgo y articulación en su actuación.

Los poderosos en el gobierno y la oposición nomás no pueden y, aun así, disputan el ejercicio del no poder.

En esa condición y ante la peligrosa circunstancia nacional, integrar una Comisión de Mediación no sobra. Hay economistas, dirigentes empresariales y sindicales, así como politólogos y políticos que, sin duda, podrían formular una propuesta aceptable, atemperar la crisis económica y conjurar la crisis política.

Ver caer al país otra vez para levantarse y recaer de nuevo no es opción, es ruina y rutina deplorable. Es hora de mediar y acordar, no de pelear y dejar exangüe a la nación.

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El Siglo de Durango