La crisis del empleo en México: sobrevivir sin trabajo

Las medidas preventivas de confinamiento para evitar el contagio del COVID-19 han tenido un impacto doble en la economía: tanto por el lado de la demanda, como el de la oferta.1 La consecuencia más fuerte se está observando en la pérdida de empleos. En Estado Unidos, por ejemplo, son 43 millones de personas que han solicitado el seguro de desempleo en las últimas 11 semanas, es decir, cerca de 26  de la fuerza laboral en ese país. En México no existe un seguro de desempleo nacional que brinde información comparable con la de Estados Unidos, por lo que no teníamos certeza del impacto y sólo había pronósticos basados en escasa información.2 Pero el lunes pasado se liberó información oficial y resultó que la situación en México es tan grave como la de Estados Unidos: una de cada cuatro personas de quienes laboraban hasta marzo, dejaron de trabajar (y recibir ingresos laborales) durante el mes de abril.

De acuerdo con datos publicados por el INEGI3 para abril del presente año, las personas ocupadas en el país pasaron de 55.8 a 43.3 millones, es decir, 12.5 millones empleos menos en sólo un mes. La principal razón de esta salida de la fuerza laboral refiere a personas cuyos empleos están suspendidos, no tienen goce de sueldo ni certeza de que vayan a regresar a trabajar o se mantenga el vínculo laboral. En marzo fueron 9 millones de personas, disponibles para trabajar, que perdieron o renunciaron a su empleo o cerraron su negocio, mientras que en abril se sumaron 3.5 millones más.

¿Se puede decir entonces que hay 12.5 millones más de personas desempleadas (desocupadas)? No exactamente. Estas personas efectivamente perdieron su empleo o dejaron de trabajar, pero no entran en las cifras de “desocupación” oficiales. ¿Por qué? En términos formales, de acuerdo con la OIT, una persona desocupada es sólo aquella que no está trabajando y que busca activamente un empleo. Debido a las restricciones de movilidad y el #QuédateEnCasa asociadas a la crisis sanitaria, se ha obstaculizado la posibilidad de búsqueda activa de empleo para quienes se han quedado sin trabajo. Más allá de la formalidad del término, la consecuencia es la misma: hay 12.5 millones de personas que ya no trabajan y se han quedado sin ingresos laborales ellas y sus hogares.

Además de los cambios en población ocupada y desocupada, vale la pena destacar que se duplicó la población subocupada, es decir, aquella que tiene necesidad y disponibilidad de trabajar más horas de las que actualmente labora. Así pues, la población subocupada pasó de 5.9 millones en marzo a 11 millones en abril de 2020. En consecuencia, mientras que en marzo había 50.7 millones de personas ocupadas y ajenas a esta situación de subocupación, en abril sólo quedaron 32.2 millones, es decir, una reducción de 36 . Este dato es sumamente importante, pues muestra cómo la crisis económica ha afectado fuertemente el empleo de al menos una de cada tres personas en el país.

En suma, como destaca David Kaplan: “la desocupación subió un poco, la subocupación subió mucho, y la desocupación encubierta se disparó”. Si sumamos a las personas reconocidas en desocupación, las subocupadas y aquellas que están fuera de la población económicamente activa pero disponibles para trabajar (también llamada población “desocupada encubierta”), obtenemos la llamada “brecha laboral”, esto es, un indicador que muestra aquellos empleos que sería necesario crear para que trabajen todas las personas, todas las horas que necesiten y estén disponibles. En este sentido, la brecha laboral pasó de 12.7 a 33.1 millones de personas tan solo en un mes; es decir, se multiplicó 2.6 veces. De este modo, el país tendría que generar al menos 20 millones de empleos los más pronto posible para volver a la situación previa a la crisis.

Brecha laboral en México

Fuente: Elaboración propia con base en datos de ETOE-INEGI.

En México hay 34.7 millones de hogares, y en promedio había 1.71 personas que perciben ingresos laborales por cada hogar. Dado que los ingresos laborales representan el 75  del total de ingresos en de los hogares,4, la pérdida de 12.5 millones de empleos (suponiendo que se distribuye aleatoriamente) implicaría una disminución de 16  del ingreso promedio de los hogares durante el mes de abril. En el cuadro siguiente se muestra cómo se podrían distribuir dichos efectos en los ingresos de hogares, siguiendo el supuesto de distribución aleatoria de la pérdida de empleos. Como se observa, el impacto se distribuye de manera diferenciada entre los deciles de hogares de acuerdo con el número de personas ocupadas promedio y el porcentaje de ingresos laborales respecto del total de ingresos.

Cuadro 1: Cambios en ingresos laborales e ingresos totales por pérdidas de empleos en abril 2020

Cuadro 1: Cambios en ingresos laborales e ingresos totales por pérdidas de empleos en abril 2020

Fuente: Elaboración propia con base en datos de ENIGH-INEGI.

Así como en el cuadro anterior se estima el cambio promedio y por deciles en ingresos de los hogares, es posible estimar el cambio en población en situación de pobreza, según la metodología de cálculo del CONEVAL. Tomando en cuenta sólo la pobreza por ingresos, el aumento sería equivalente a 11 millones de personas, alcanzando 72 millones de personas en dicha situación. Dicho pronóstico se podría confirmar con otras metodologías, como la medición de pobreza MMIP (elaborada por el EVALÚA CDMX), que mostraría un aumento absoluto similar en personas en situación de pobreza, ubicando a 84.5 millones de personas en dicha situación. Nuevamente, los cálculos anteriores suponen que los diversos estratos sociales perdieron el mismo número de empleos. Un cálculo más desagregado al respecto seguramente podría pronosticar cifras aún más desalentadoras.

Más allá de caer o no por debajo de la línea de pobreza, la drástica disminución temporal de ingresos durante las crisis tiene como consecuencia endeudamiento y/o disminución de gastos en alimentación, salud, educación, entre otros. La crisis sanitaria, luego transformada en una crisis económica, puede transformarse en una crisis humanitaria, con consecuencias de por vida, irreparables, para las personas más afectadas.

Para evitarlo, es necesaria la ejecución de una nueva oleada de programas sociales que, junto a la estructura de programas de bienestar ya existentes, hagan frente a las nuevas condiciones económicas y la crisis que no esperábamos al principio del año. Retomar propuestas como el ingreso vital u otras que proponen un paquete más complejo de transferencias y apoyos sociales (de las cuales destaco las del CEEYSantiago Levy y Gerardo Esquivel) será fundamental para evitar que el impacto temporal de la pérdida de empleos se convierta en una crisis humanitaria.

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