La Neuropolítica de la 4T… es la BOA

Miguel Polanco*

Hace unos días platicaba con mis alumnos universitarios sobre el concepto de la Neuropolítica; una rama de las Neurociencias que ha cobrado una importancia trascendental para el tratamiento de discursos con fines de captación electoral, producto de la acentuación de las clases sociales y las marcadas diferencias entre éstas.

Y en México, cobra mayor relevancia debido a las condiciones de precariedad en la que se encuentran sus habitantes, representados por el 42 por ciento que viven en condiciones de extrema pobreza.

Al respecto, cuestionábamos en clase cómo influye la observación humana para definir parámetros de consumo, con base en factores que van más allá de sus preferencias y centrándonos en el sentir generalizado sobre ciertas situaciones que sirven como “anzuelo” cultural de nuestro país; esto, para definir escalas de persuasión y convencer al consumidor de quedarse. Justamente, como el hecho de ser “pobre” y que “otros tengan más”.

Si se explica así, quizás resulte tedioso. Sin embargo, es el cimiento de la Neuropolítica y hoy en día, es cosa seria… si consideramos el sesgo negativo con el que han empezado a utilizarse y nada lejano a las técnicas propagandísticas más represoras, confrontativas y fascistas que ha dejado la historia en varios períodos.

Para nadie es un secreto el arduo trabajo que realizó Andrés Manuel López Obrador durante poco más de 18 años, recorriendo todos y cada uno de los 2 mil 457 municipios del país; conociendo la personalidad de sus poblaciones y sembrando en cada uno semillas emocionales adaptadas al sentir popular que, en algún momento, habría de segar.

En este contexto, hay que decir que 2006 y 2012 no fueron “fracasos” para el ahora presidente, sino todo lo contrario: sirvieron para consolidar los mensajes diseñados a partir de un entramado neurocientífico de comunicación política, paralelo al tejido de una red de relaciones que le permitieran a López llegar a una “tercera” que fuera la “vencida”, prácticamente sin margen de error y sin que se tomara en cuenta su nula capacidad para gobernar.

Todo fue y ha sido una estrategia de comunicación en la que México entero, no solo sus votantes, han caído “redonditos”; unos apoyándolo y otros criticándolo por su aparente estupidez como persona… pero al hacerlo, contribuyendo con la generación de opinión pública superficial y alejada de los verdaderos temas de importancia y soluciones que se deben exigir a un mandatario nacional.

A continuación, me permitiré citar tres ejemplos de asociación neuropolítica utilizada por López, con simples palabras, pero utilizando una variedad de emociones que sirven para persuadir a la población, de acuerdo a su perfil cultural.

Devoción:

En México, 83 por ciento de 126 millones de habitantes profesan la religión católica. De este porcentaje, destaca casi un 75 por ciento que se considera devoto de la Virgen de Guadalupe. Pero hay algo preocupante relacionado con estas cifras: de acuerdo con Miguel Székely, director del Centro de Estudios Educativos y Sociales (CEES), la crisis por el Covid -por mencionar lo más cercano- dejará a más de 12 millones de mexicanos en condiciones de pobreza, para dar un gran total, hasta 2020, de 54 millones de pobres.

Y usted se preguntará qué tiene que ver una cosa con la otra. Pues ahí le va: si consideramos a la población devota de la Virgen de Guadalupe en razón de la cantidad de pobres que existen en México; la relación puede ser escalofriante si tomamos en cuenta que 3 de cada 5 de esas personas, son guadalupanos, pero pobres. O sea: ya representan una “mayoría” en nuestro país.

Esta asociación deriva en una necesidad de credos arraigados con la esperanza de milagros. Así, literalmente, es como lo procesa nuestra mente, lo cual da como resultado una desestabilización radicada en emociones como la desesperación, hartazgo y decepción: sensaciones infaltables en un discurso populista.

En este caso, la Neuropolítica tuvo la misión de crear símbolos que unieran estos tres conceptos: devoción, pobreza y necesidad. ¿Se le ocurre uno?

Pues sí, seguro acertó: el Movimiento Regeneración Nacional “MORENA”, así como la “Morenita del Tepeyac”.

A ello se suma que López Obrador se registró, por tercera vez consecutiva, pero ahora como precandidato de ese partido… el 12 de diciembre de 2017. Sí: el Día de la Virgen, en medio de un discurso de odio contra la clase gobernante y partidista en general de aquel momento.

Con esto se empezó a cimentar el esquema mesiánico de preferencia electoral neuropolítica.

Envidia:

La utilización de adjetivos que sirvan para descalificar componentes de un sector, integrantes o personalidad del mismo, es un elemento recurrente en la Neuropolítica relacionada con el populismo.

La palabra “fifí”, por ejemplo, cuyo origen se remonta a la Francia del Siglo IX donde se utilizaba para calificar a las personas “presumidas” y adineradas; en el México maderista, adquirió un fuerte significado para calificar a los grupos que atacaban al propio Francisco I. Madero, particularmente identificados como porfiristas.

El argumento era que aquellos eran gente “fifí”, porque eran conservadores (¿le suena?) que habían perdido privilegios tras la caída del régimen autoritario de Porfirio Díaz Mori (¿le suena también?), por lo que se les veía como una “clase” que no encajaba con el concepto democrático y de igualdad que promovía Madero.

Así pues, la función neuropolítica en este orden de ideas es: convencer al electorado de que existe una clase “más poderosa” a la cual se debe derribar, hacer a un lado, minimizar, exterminar por “tener más que otros”, mediante la asociación de palabras que sirvan de etiqueta en el subconsciente del ser humano, para descalificar.

Y la palabra “fifí” funciona perfecto para aglomerar este sistema de significaciones (en pleno Siglo XXI).

Miedo:

Al igual que con “MORENA” y la asociación con el concepto sagrado de la “Morenita del Tepeyac”, también la Neuropolítica puede fabricar conceptos contrarios que sirvan para confrontar mercados electorales a través de palabras que activen el miedo más básico e instintivo del ser humano.

Recientemente, López dio a conocer un supuesto “plan para desestabilizar su Gobierno” (si es que se le puede llamar así a su desastre presidencial). El presunto documento fue atribuido al “pueblo bueno” que se lo hizo llegar a él, “para prevenirlo de cualquier golpe”. El macabro plan desestabilizador se llama “Bloque Amplio Opositor” o “BOA”. Así como se lee, como el otro nombre con que se les conoce a las famosas mazacuatas.

Si bien las boas no son un ser vivo que se caracterice por necesitar en su dieta el consumo de seres humanos; su imponente tamaño (más de cinco metros), creencias locales sobre su manera de atacar y características como el sigilo y la precisión con la que suele devorar a sus presas, así como el simple hecho de tratarse de un animal salvaje; genera una asociación mental con emociones de miedo en el subconsciente del ser humano.

¡Qué mejor nombre para la “sanguinaria oposición” que no deja en paz a López! ¿No?

Sin embargo aquí entra un factor neuropolítico que funciona en dos sentidos: por una parte, generar miedo en los nichos de mercado electoral más vulnerables por su nivel de educación y conocimiento, pero también para provocar la burla (tal cual) en sectores con un mayor acceso a la información, con la intención de fomentar opinión pública distractora, mientras los temas medulares y estructurales del país son llevados a un segundo plano.

¿Le parece increíble? Analícelo porque es una realidad, respaldado por autores especialistas como Antoni Gutiérrez Rubí.

La Neuropolítica tiene el firme objetivo de valerse de los aspectos más inimaginables que dan identidad a los sectores que integran una población, para orientar sus preferencias con base en sus emociones.

Así sea una palabra tan simple como el nombre de un reptil, pues cada contexto, es una oportunidad.

No obstante, también tiene su parte negativa cuando es utilizada para rebajar, con base en la observación del comportamiento y contacto directo con el votante, los mensajes y conceptos políticos a los niveles emocionales de desprecio más arraigados en la población, aglutinados en palabras simples y de fácil comprensión.

Por lo tanto, se puede concluir que la 4T es algo que nunca debió sucederle a México. Nos exhibió como un país visceral, ignorante y fácil de persuadir… y ya en el poder, continúan haciéndolo.

Ojalá y estemos aprendiendo la lección para 2021.

*Consultor en comunicación política e imagen pública