Conspiración, ciencia y razón

Uriel Flores Aguayo

Como deporte y reflejo básico, desde siempre pero actualizado extrañamente, en nuestras deliberaciones públicas se acude sin rubor a las teorías de la conspiración. Hay unas formas mágicas en nuestra personalidad. De componentes misteriosos está hecha nuestra identidad. Un poco por la conquista, otro tanto por las religiones y la poderosa influencia en todos los órdenes del discurso generado en la Revolución mexicana han moldeado una forma de ser colectiva que tiende a lo emocional, a figuras salvadoras y a fantasías. Hasta ya avanzados los años noventa del siglo pasado la historia, ideología, cultura y educación correspondían a la narrativa del nacionalismo revolucionario. Algunas excepciones se empezaron a ver con el reformismo Salinista. En el viejo Sistema, Régimen incluido, había un pensamiento casi único, partido de Estado, sociedad corporativizada y prensa amordazada que servía como propaganda. Todo lo que no se alineara era considerado antinacional, cosas de traidores, proextranjeros, conspiradores y hasta extraviados. Ser oposición costaba represión, cárcel y muerte. Hay registro de las salvajes represiones a maestros, médicos, ferrocarrileros, estudiantes y movimientos electorales. Costó mucha valentía y convicciones llegar a la transición y alternancia democráticas. Muchos líderes, grupos y ciudadanos se comprometieron por esos cambios. Son los precursores de esta realidad política que heredan algunos desde el poder y otros en la simple libertad.

El punto a donde hemos llegado, resultado de un proceso, no atribuido a alguien en particular, sino producto de tendencias sociales y políticas, debería ser algo nuevo en todos los sentidos, de esperanza en la renovación. Debería dejar atrás esos rasgos del viejo autoritarismo y ponernos en la ruta de lo moderno, la inclusión, la democracia plena, la tolerancia, la pluralidad y el desarrollo. Son tiempos de la ciencia y la verdad. Solo con apertura al conocimiento habrá avances en todos los órdenes. La pandemia del Covid-19, el cambio climático y los rezagos en nuestra salud hacen urgente poner por delante a la ciencia con políticas sólidas, presupuestos suficientes y formación permanente de los científicos. La ciencia debe ser predominante en el manejo de las instituciones y en las actividades de la sociedad.

Hablar de ciencia es partir del método científico y someter todo a la comprobación. La ciencia es conocimiento y evidencia. Lo que esté por debajo de esos niveles debe ser motivo de duda. En el debate público también se requiere de evidencias para no perder el tiempo con ocurrencias. Con posturas claras, definidas y sustentadas ayudamos a orientar las deliberaciones, esclarecemos situaciones y, de paso, vamos resolviendo problemas. Hay cierto abuso doloso en los líderes que convocan con consignas y teorías de conspiración. Engañan y manipulan. No dan razones. Con poco, casi nada, convencen a sus bases y pueden hacer lo que quieran. Esas prácticas son añejas. En los tiempos del PRI como partido de Estado o hegemónico, se cultivaban formas huecas y superficiales de discurso y diálogo político, se hablaba mucho y no se decía nada. Ante la crítica se refutaba o descalificaba al valiente con frases grandilocuentes y las figuras de los próceres. Se eludía el presente para ahogar los cuestionamientos en abstractos pasajes históricos. También había ultimátum, disyuntivas pro o anti revolucionarias y conspiraciones imaginarias de todos los colores. Tan solo recuérdese el argumento locuaz de Gustavo Diaz Ordaz, que ordenó la represión el dos de octubre del 68 porque pensaba que atrás había una conjura Comunista internacional.

Estamos a tiempo de mejorar el actual proceso político, que resulte algo mejor. Para que así sea debe reafirmarse el respeto irrestricto y aliento a nuestras libertades. Tiene que darse una apertura total a la transparencia y la pluralidad. México no es bicolor. Somos un mosaico. Sería un gravísimo error, perder una oportunidad histórica, si se impone un perfil autoritario y caudillista. Igual resultaría anacrónico imitar experiencias desastrosas de inspiración estatista.

Recadito: el Covid-19 se salió de control.

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