Deshonor y Pandemonium

Denise Dresser

Te dieron la opción de escoger entre la guerra y el deshonor. Escogiste el deshonor y ahora tendrás la guerra”. Esa es la frase lapidaria que Churchill le dijo a Chamberlain ante la política de apaciguamiento hacia el fascismo. Esa es la frase que ilustra dónde está México hoy, atrapado, acorralado con el tiempo agotado. Como el gobierno de López Obrador optó por no pelear de manera agresiva al coronavirus, ahora enfrenta una guerra en dos frentes: sanitaria y económica. Miles de muertos y millones de desempleados. Familias devastadas y empresas quebradas. Pobres infectados y pobres desamparados. Un gobierno que parece haber perdido el control de la estrategia y de la narrativa. Y un Presidente cuyo decálogo parece consejos de un instructor de yoga, no el de un líder en medio de la peor debacle de nuestros tiempos.

Llegamos a este punto por una combinación de errores y omisiones, lo que se hizo y lo que se dejó de hacer. La responsabilidad principal recae sobre los hombros de un Presidente que no entendió la gravedad de la pandemia y ha buscado minimizar sus efectos. Había que seguir recorriendo el país, comiendo en las fondas, besando a las niñas, en campaña permanente. A México lo salvaría el “Detente Jesús”, lo protegería la fuerza moral, lo inmunizaría la familia solidaria. No la ciencia, no la evidencia, no los ejemplos de otros países. Aquí lo prioritario no sería proteger a la población sino a Pemex. Aquí no habría pruebas ni cubrebocas sino plegarias y estampitas. Aquí no habría política pública sino grilla presidencial.

Por ello no hubo recursos ni ganas ni instrucciones para reaccionar a tiempo. No se ordenó un confinamiento drástico, agresivo y vigilado desde los primeros casos. No se dedicó dinero a la compra oportuna de cubrebocas ni equipo, desde los primeros días. No se preparó la reconversión hospitalaria ni se educó al personal de salud sobre los protocolos para el Covid-19, desde las primeras semanas. México tuvo el tiempo y la experiencia para prepararse y este gobierno decidió no hacerlo porque AMLO no quería endeudarse o encerrarse o educarse o posponer sus obras o cambiar la dirección de la Cuarta Transformación. En lugar de flexibilizarse, el Presidente prefirió atrincherarse. En vez de saltar obstáculos, López Obrador optó por ponerse un anillo al dedo. El anillo del decretismo y el austerinato y la pauperización y la discrecionalidad. Todo aquello que fortaleciera el control presidencial aunque debilitara la capacidad del Estado. Las medidas duras no se han tomado contra el coronavirus sino contra cualquier regla, ley o institución que constriña a AMLO y su libertad de acción.

Estrategia

Todos los países han enfrentado los mismos dilemas que México, y ahora vemos quiénes lo han hecho mejor. Quienes usaron el martillo para suprimir exitosamente ahora comienzan a reabrir cautelosamente. Como lo explicó Tomás Pueyo en el influyente artículo “Coronavirus: el martillo y el baile”, desde el inicio se sabía que era imperativo frenar el crecimiento exponencial de casos. Había que confinar de inmediato. Había que comprar tiempo para fortalecer la capacidad hospitalaria, entrenar al personal sanitario, enseñar a la población a usar el cubrebocas, desplegar pruebas masivas, localizar a los infectados y aislarlos. Cerrar masivamente y crear condiciones para reabrir seguramente.

En vez de esa estrategia bien pensada, bien ejecutada, bien calibrada, en México tuvimos a López-Gatell y sus contorsiones; a Sheinbaum y sus concesiones; al gobierno federal peleándose con los estados en lugar de colaborar con ellos; a funcionarios de salud dando explicaciones confusas en conferencias ininteligibles; a un Presidente que en medio de la pandemia ha denostado a muchos mexicanos cuando debería unirlos. Semáforos que cambian de color sin explicaciones creíbles; picos de contagio que se anuncian y después no ocurren; subregistros que solo se reconocen después de ser señalados por la prensa internacional; una economía despedazada que ahora se reabre con una estrategia improvisada; un gobierno que obliga a los pobres a salir de nuevo a la calle, porque no les proveyó apoyos económicos para que se quedaran en casa. Es como si Churchill hubiera dicho “Los nazis están en toda Europa. No podemos pelear contra ellos. Mejor rindámonos”. Así México hoy: por evitar la guerra, ahora padece el deshonor y un Pandemonium.

ATICO

El gobierno parece haber perdido el control de la estrategia y de la narrativa. México está atrapado, acorralado, se agotó el tiempo.— Ciudad de México.

denise.dresser@mexicofirme.com