Una nueva normalidad tecnológica para una mejor seguridad sanitaria

Eduardo Vázquez Reyes

Comentarios a Corsarios Científicos

 Si queremos que la nueva normalidad sea exitosa en cuanto a sanidad, esta tiene que ser tecnológica o no será. Es una afirmación−lo sé− típica del discurso político e institucional y hasta recurrente en algunos movimientos sociales muy recientes a lo largo y ancho del globo. Podría clasificarse, de hecho, como un lugar común dentro de los diversos roles del discurso con matices cuasi parlamentarios. Pero independientemente de su vestimenta gramatical, de esta coraza de palabras que la tornan rebuscada y pasional, contiene una lógica: si queremos hacer frente− por lo menos en términos de prevención y reducción de contagios− a la actual crisis de salud por la que atravesamos debido a la Covid-19 es necesario fortalecer nuestra comunidad tecnológica, a saber: incrementar diseños en robótica (especialmente de servicio), inteligencia artificial, informática, minería de datos, entre otras áreas.

Se sostiene que la ciudadanía debe adaptarse a las nuevas circunstancias. Muchas cosas, adquirirán, y lo están haciendo, otro orden. Es un nuevo enfoque en nuestra existencia. Es cierto. No nos queda más que aplicar el principio de integración a la nueva escena nacional, a las rutinas, al día a día. A otras cosas peores nos hemos acostumbrado y hoy pasan inadvertidas, se han hecho parte común de nuestro vivir. En definitiva, la nueva realidad se nos ha impuesto de manera efímera y caótica.

La tecnología, por su parte, no puede ser un complemento de esta nueva normalidad, más bien un rasgo fundamental para poder moldear las eventualidades de manera satisfactoria. Las innovaciones de la ingeniería, de la inteligencia artificial, de la robótica deben encontrar sitio en la vida cotidiana, cada vez de manera más acelerada, con la finalidad de proteger la salud de la ciudadanía. Estamos hablando de una tecnología para el servicio de las personas ante el proceso de superación total de la pandemia y de futuras situaciones como la que nos encierra hoy con sus barricadas epidemiológicas.

¿Cómo lograr que esta nueva normalidad sea, en efecto tecnológica? Es preciso el seguimiento de un modelo de acción interdisciplinar, pero también intersectorial. Me explico. Es momento sí o sí de vencer la fragmentación de comunidades científicas, romper con esas ínsulas del saber académico y práctico, donde solo tiene cabida alguna propuesta teórica o de curso de acción si se pertenece a un grupo específico o si el realizar una iniciativa concreta conlleva al proceso de registro de puntos, es decir, la ganancia, las dádivas Conacyt. Ante una crisis de sanidad como la de este 2020 no queda de otra más que reconstruir la lógica del comportamiento de estos dominios del saber, todo esto por un fin social. Es el tiempo de un trabajo colaborativo, lo cual implica diálogo entre disciplinas y construcción de propuestas. Este, sin embargo, no es el único factor.

Más que nada, lo realmente urgente es abrir el camino en el escenario político: la apertura de los tomadores de decisiones ante las propuestas e iniciativas de los tecnólogos que hoy en día se encuentran creando prototipos que ayuden en la lucha para frenar el estado de contingencia. Bertrand Russell, lógico y matemático inglés, afirmaba que los científicos son aquellos que hacen lo imposible, posible y los políticos quienes hacen lo posible, imposible. Y en el escenario de la política científica mexicana tal parece que esta idea resulta ser una verdad tan obvia que no necesita demostración; es decir, una perogrullada.

El cierre al diálogo por parte de alcaldes, gobernadores y titulares de instancias de ciencia y tecnología ha permitido no cumplir con una de las ideas fundacionales del proyecto de la ciencia mexicana en los postreros años de la segunda mitad del siglo XX es decir, brindar a la sociedad de un progreso basado en estos campos. Y esta idea de progreso tiene que ver con un ir hacia adelante en las esferas económicas, culturales y de seguridad.

Ya en años anteriores se ha argumentado que para lograr un bienestar social es necesario invertir en ciencia y tecnología. Solo así, se suele afirmar de administración en administración, México podrá posicionarse como productor y reproductor de tecnología de alta calidad y competitividad. ¡En fin! Este ha sido el discurso por años y los intentos de lograr un desarrollo idóneo se quedan en eso: intentos y nada más.

Lo que la crisis sanitaria ha dejado en claro es, entre otras cosas, que nuestro sector médico carece en gran medida de herramientas robustas que le permitan garantizarle su seguridad, su integridad durante el cumplimiento de su trabajo: el salvaguardar vidas. A diario nos topamos con casos de estudiantes, pasantes y profesionales de la salud (enfermeras, personal de intendencia, secretarias y especialistas) que han sido contagiados de Covid-19 y, como muchos saben ya a estas alturas del partido, algunos lamentablemente han perdido la vida sin que se pudiera hacer algo por ellos. Esto sin esgrimir el linchamiento social en el que se ven envueltos por prejuicios, por falta de un conocimiento sobre los contagios y la pandemia en general, así como por los mitos que rodean la crisis sanitaria.

Entonces, es aquí en este contexto donde la implementación de herramientas tecnológicas deben no solo ser suministradas a la comunidad de los trabajadores de la salud, sobre todo en zonas más vulnerables, sino que sean de calidad, que logren su objetivo: proteger, auxiliar, preservar la vida de quienes hacen frente a la enfermedad día a día y de los pacientes. No es que falten iniciativas, tenemos tecnólogos que, tal y como lo mencioné en la anterior presentación de Palestra, están bregando con amplio tesón por crear esa tecnología que tanto se necesita, que tanto apremia. El caso Poza Rica es un claro ejemplo con el diseño de los cinturones de sana distancia y los ventiladores mecánicos.

El problema estriba, realmente, en la existencia de una endeble política pública que no tiene la capacidad ni el interés en instalar los puentes que interconecten estos factores: la gestión de este tipo de tecnología y la seguridad clínica. Para eso, el primer paso, aunque pareciera que es utópico siquiera pensarlo, es brindar la apertura, la escucha y la recepción favorable de propuestas. La tecnología, desde que inicio la emergencia nacional, ha sido en muchos países parte de la estrategia para brindar ese freno que tanta falta hace. Y lo sigue siendo en estos momentos. Si en este instante de nuestra historia de la ciencia mexicana no ponemos los ojos y las intenciones a los beneficios de la tecnología de servicio estaremos conducidos a un retroceso deplorable y con él a la caída inminente de la aplicación del saber en tiempos de pandemia, en tiempos de tragedia.