Dos años de historia

Jorge Flores Martínez

Hoy se cumplen dos años del día que nuestro país cambió políticamente por completo hasta el punto de casi no poder reconocerlo hoy. Es absurdo pensar que los protagonistas de este cambio ya tienen su lugar apartado en los pedestales de la historia nacional, que solo falta el mármol o el bronce que culmine su obra transformadora.

Son dos años sin buenos resultados en economía y muy medianos en lo social. Pero apenas son dos y la pandemia se cruzó en su camino con todas sus terribles consecuencias y peores respuestas. Muy pronto aún para pensar en pedestales y aún más para pensar en mármoles o bronces.

Gobernar es el arte de administrar aprobación, todo se reduce a mantener márgenes mínimos para sortear los tiempos adversos. Es mucho más difícil administrar la aprobación de un gobierno que el llevar correctamente presupuestos y cuentas nacionales.

El desgaste de ejercer gobierno es natural, todos los líderes mundiales lo han sufrido y administrado durante su gestión; aplazan crisis, adelantan triunfos y sobrellevan la agenda nacional de tal forma que les permita mantener una base mínima de gobernabilidad, y justamente, las elecciones intermedias son una calificación ciudadana de su quehacer como gobierno.

Como les decía, la historia nunca adelanta su veredicto, no hay transformaciones que sean históricas si estas en el tiempo no responden a las expectativas de la sociedad. La Unión Soviética, por ejemplo, se mantuvo como victoriosa e imbatible hasta que se desmoronó por completo en unos cuantos meses. Sus héroes ya en mármol y bronce sobre sus pedestales, fueron retirados de las plazas y edificios públicos en medio de una ensordecedora aclamación popular y sustituidos por otros héroes. Lo mismo, más tarde o temprano, sucederá con el régimen dictatorial de Cuba.

La historia no la escriben los ganadores ni los perdedores, en todo caso siempre son las circunstancias, caprichosas e inesperadas, las que deciden el lugar que tendrán en la posteridad los grandes personajes que decidieron que una vida sencilla no era suficiente para ellos.

Es una extraña paradoja, pero el hombre más importante de la cultura occidental fue un carpintero pobre que vivió hace dos mil años y que al morir no tuvo la menor idea de su trascendencia y el lugar que le tenía reservada la historia. De ese tamaño es de caprichosa la historia y su aliado insobornable, el tiempo.

A la cuarta transformación le sobra una autoproclamada idea de trascendencia y tiene una grave carencia de humildad. Muchos han intentado escribir su importancia y trascendencia histórica y no toman en cuenta que la historia es celosa, muy celosa, y deja a todos que escriban sobre ella, pero al final, siempre rayonea cruelmente lo que no es y nunca fue.

A dos años se puede ver que los próximos cuatro serán muy complicados, intentar ser un gobierno de un solo hombre y que este en su amor infinito al pueblo pretenda administrar sus libertades y gestionar las consciencias de más de 130 millones de mexicanos en pleno siglo XXI no es tarea sencilla. Es muy difícil pretender regresar al sueño del México de hace 50 años, más cuando ya sabemos perfectamente que termina en una crisis terrible y una década de oportunidades pérdida en la que muchos otros países, antes pobres, ahora son más prósperos y libres que nosotros.

Luis Echeverría y López Portillo también pretendieron, en su soberbia y desde su trono presidencial, escribir su paso por la historia. Lo lograron con creces, solo que no como lo deseaban.

Nadie escribe la historia, es esta la que todos los días nos escribe y describe discretamente.