Orgullo

Federico Reyes Heroles

Cuál puede ser la poderosa fuerza que provoca en alguien la negación de la realidad y vivir en una fantasía. ¿Acaso el orgullo y la vanidad tienen ese poder? ¿Se puede esperar sensatez de quienes son prisioneros de esta debilidad? O quizá es ingenuo. Lo que está de por medio no es la biografía de una persona, sino el futuro de toda una nación.

Las advertencias, los argumentos, no sirven. Las pocas correcciones han sido producto del enfrentamiento, sólo así. Comenzaron mal, muy mal, pero hoy caemos al abismo, es una emergencia. Desempleo, violencia, empobrecimiento de millones, decenas de miles de muertes por covid-19 y, además, colapso económico mundial. Como amargo condimento, el narco retando al Estado. Después de todo lo ocurrido nadie podría reclamarle al régimen inconsistencia si hubiera un cambio de rumbo. De hecho, es a la inversa, lo que hoy sulfura es la incapacidad para reconocer la nueva realidad y corregir. Ya no son lo que fueron. La 4T está muerta. A reinventarse.

Por más que el mundo vuelva a crecer, si no restauran con hechos la confianza de los inversionistas, México no crecerá. Ocho de cada 10 empleos dependen de esa confianza. Si siguen cambiando las reglas a los inversionistas internacionales, México no los recuperará, por eso hoy hacen maletas, sobre todo en el sector energético: Iberdrola. Si el Presidente no revisa su estrategia en Pemex y CFE y sigue tirando dinero fiscal, perderemos el grado de inversión y sólo heredará deudas y más pobreza.

Si no dan un giro de 180% en su proyecto aeroportuario que hoy, más que nunca, es inviable y símbolo de la obsesión, se ratificará la necedad como fórmula de gobierno. Si no reconoce que sus agresiones verbales cotidianas han envenenado al país, —los ricos culpables de todo— al grado de ya concitar odio que se expresa en las crecientes marchas en su contra, terminará arrinconado.

Si no reconocen que sus proyectos subrepticios —reelección— ya reventaron, abonarán a la irrealidad. Basta con revisar los muchos asuntos relevantes que la Corte tiene en estudio. Muchos obstáculos, algunos, infranqueables. La diputada Laura Rojas ya interpuso otro más. Hay contrapesos.

Si el presidente sigue sin escuchar voces como la de Bernardo Sepúlveda, excanciller, exembajador en EU e Inglaterra, exjuez de la Corte Internacional de Justicia, un orgullo nacional, sobre la visita a Trump y sigue ufano cometiendo errores crasos y con ello mermando el prestigio de México, terminará humillado y los mexicanos avergonzados. Christopher Landau fue duro y muy claro. ¿Lo escucharon?

Si el Presidente no corrige su absurda política de carbón y combustóleo y no se compromete con las energías renovables y con la Convención de Paris, será un paria internacional.

Si no da respuesta a las inquietudes de las FF.AA. sobre el mediano plazo y las sigue tratando con desdén, sumará más encono. Si no deja los desplantes populacheros y por fin se comporta como el jefe de Estado que es, restituyendo al Estado Mayor, que está guardado, recuperando sus transportes aéreos, también guardados, para tener mayor movilidad y seguridad, si no quiere leer los inconvenientes y riesgos de vivir en Palacio Nacional y sigue empeñado en una forma de gobernar que es insostenible, seguirá perdiendo el respeto de muchos ciudadanos.

Proponerse como guardián de las elecciones desnuda el desprecio por la cultura democrática instalada en la mente de la mayoría de los mexicanos, quienes ya crecieron con un instituto autónomo e independiente, millones que han contado votos o han sido funcionarios de casilla en los procesos electorales desde hace décadas, que cuentan con una credencial como parte de su vida, que vieron a la alternancia asentarse. Ese desprecio lo aleja de los demócratas, proponerse como guardián ofende. Que corrija.

Todas las enmiendas son viables y nos permitirían que la caída sea menos dramática. Pero el mayor enemigo es el perverso orgullo. Que nos de tregua.

Excélsior