La historia de los termómetros asesinos o de la falta de neuronas

Eduardo Vázquez Reyes

Los termómetros (con apariencia de pistolas) infrarrojos para medir la temperatura corporal a cierta y precisa distancia−usados desde hace años por otras circunstancias sanitarias en aeropuertos internacionales− no producen daño cerebral alguno. Son receptores de energía, no la emiten, no cubren esa función, aún no se diseña para esos fines apocalípticos. Por tanto, no tienen la capacidad (por más que lo pretendan estas máquinas “deleznables”) de destruir y aniquilar nuestras redes neuronales ni robarnos el espíritu con su láser, mucho menos colonizar el planeta. Parece, a simple vista, una afirmación llana y sencilla de aceptar sin el menor desconcierto, menoscabo, sin la más mínima discrepancia. ¡No lo ha sido así!

Dejando un poco la ironía, la creencia en la tesis contraria ha ocasionado modificaciones en los protocolos de seguridad sanitaria de espacios públicos conocidos, como tiendas departamentales, algunos restaurantes y otros sitios de conglomeración en lo que respecta al estado de Veracruz y seguramente en otras partes de la geografía nacional y hasta internacional. La visión conspiracionista se ha antepuesto una vez más a la racionalidad científica, a la lógica básica y a la conciencia social que se debería tener de la magnitud de la pandemia por la que atravesamos. No es sugerencia, sino una obligación. Sí, en pleno apogeo de la ola de contagios y en la madurez de esta apoteosis, ideas como esta se hacen presentes, se instauran y acechan al imaginario colectivo a pesar de las barricadas que desde la divulgación le hagan frente.

Desde hace días, la noticia según la cual estos aparatos tecnológicos en realidad causan la eliminación de neuronas ha cobrado un papel relevante en la discusión mediática, que no en la científica. Ya es tendencia en periódicos de índole internacional y, claro está, nacional; en espacios muy importantes en cuanto a alcance se refiere. Ese no es el problema central del asunto. Lo verdaderamente alarmante es que esta (mal llamada por algunos adeptos− debido a la carencia de evidencias y pruebas que la avalen−) teoría está muy lejos de ser concluyente, se encuentra alejada de la verdad.

Pero, independientemente del abismo insondable que la separa de la discusión fidedigna, ha provocado que muchas personas sientan desconfianza de su uso. Y tal es su impacto que tiendas de marcas reconocidas han tenido que modificar su aplicación al medir la temperatura; a veces por presión ciudadana, en otras (las más lamentables) porque también comparten esta creencia ya común y generalizada. Ahora bien, ¿cuál es el génesis de esta idea que gran parte de la comunidad académica y especializada ha calificado de perniciosa y que toca los linderos de la pseudociencia? ¡Veamos!

José Mena es el nombre de la persona que no hace mucho explicó en un video mediante la plataforma de Facebook y otras redes sociales los “daños cerebrales” que, desde su punto de vista, el uso de los termómetros infrarrojo causa. Según Mena: “todas las personas que están en los supermercados y en las tiendas no les dan información de lo que hace esa pistolita. No se siente, como cuando vas con el médico y te hacen rayos X, no se siente, pero se está almacenando”. Y como explicación un tanto alarmista de la lógica del funcionamiento de este utensilio tecnológico asegura: “Yo me pregunto, cuántas veces en la semana vas al súper y te están radiando precisamente en la cabeza. Hoy te matan 1000 neuronas, mañana otras 1000, pasado mañana otras 1000 y eso a la larga trae un sinnúmero de alteraciones con tu sistema nervioso central que controla tus automatismos y nunca vas a saber que fue por esa lamparita”.

Así pues, en los últimos días circulan en las diversas redes sociales cadenas de información (mejor dicho desinformación) de esta noticia que, hasta el momento, no cuenta con una base sólida con enfoque científico dentro de la investigación en general. Sin embargo−y es lamentable− se encuentra en los enlaces que personas de a pie comparten con tesón ante el mar de catarsis por pandemia. En el peor de los casos, hasta miembros de instituciones educativas relacionadas con el ámbito se han visto conducidos a fomentar y robustecer, por haber pecado de falta de información, la circulación de tal video.

La Agencia Factual, de noticias globales, (AFP) desmintió desde un análisis periodístico esta información, luego de realizar una investigación de la difusión de esta noticia mediante una búsqueda del hashtag #EnlaCabezaNo. “Una búsqueda en YouTube de la etiqueta ‘#EnLaCabezaNo’, que acompaña algunas de las publicaciones sobre los termómetros, permitió dar con otro video, de 2019, titulado ‘capacitación doctor JOSE MENA’, en el que habla un hombre que parece tener la misma voz. Una nueva búsqueda de este nombre, esta vez en Google, permitió llegar a un video, también del año pasado, en el que se presenta como ‘José Mena Abud’. Una búsqueda de ese nombre en el Registro Nacional de Profesionistas de México permitió confirmar que esta persona se encuentra registrada como cirujano dentista desde 1977”. De la odontología a la inteligencia artificial. ¡Eso es nuevo! ¡Una más por el argumento de la falsa autoridad!

Con todo y esta labor de desmitificar las propiedades del termómetro de infrarrojo, la noticia ha logrado sumar a la fragmentación en cuanto a conciencia social se refiere. Sin duda alguna, lo ha hecho en un momento delicado, cumbre, en el que cada vez más damos un paso hacia el pico. Sí, aquél que ya se ha pronosticado reiteradas veces. ¿En qué instante? El mismo que ya logramos ver con nitidez, donde las cifras son preocupantes, los casos comienzan a ser cercanos. En efecto, en el momento en el cual lo que se tiene que fomentar es el robustecimiento de una cultura sanitaria y esta solo se podrá lograr si la llevamos encaminada desde el conocimiento científico y, en este caso, tecnológico. Sobra decir−pero no lo suficiente− que ahora, más que en otro tiempo, resulta altamente importante apropiarnos de estos saberes con incidencia ciudadana, humanitaria. Mientras tanto, levemos las anclas que hay tantas cosas por hacer en el periodismo de ciencia.

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