El cura volador

Hágase la luz: Eric Rosas

La historia de la aeronáutica está plagada de hitos. Uno de estos fue el que alcanzó el 8 de agosto de 1709 el cura Bartolomeu Lorenço de Guzmão, cuando hizo la demostración de su denominado “instrumento de andar por el aire” ante el rey Juan V de Portugal.

Cuenta la leyenda que la idea de construir un aeróstato le vino a Bartolomeu cuando en una ocasión presenció cómo una pompa de jabón se elevó al pasar cerca de la flama de una vela. Bartolomeu, que tenía especial dedicación a la física y a las matemáticas pronto entendió que la pompa de jabón había subido ayudada por la corriente ascendente del aire calentado por la flama. Y es que en el aire caliente las moléculas que lo componen tienen un mayor espaciamiento que en el frío. Esto provoca que la densidad – la cantidad de masa por unidad de volumen – del aire disminuya conforme aumenta su temperatura. De esta forma, si se logra atrapar dicho aire caliente y mantenerlo contenido con la ayuda de alguna envolvente, subirá como burbuja hasta la altura en donde su densidad se iguale a la de sus alrededores.

El globo aerostático construido por Bartolomeu voló con éxito a una altura de cuatro metros impresionando al rey, lo que le valió la concesión de una patente portuguesa para su invención, el otorgamiento de una plaza de profesor en la Universidad de Coímbra, la más antigua de Portugal, y le ganó también el apelativo de “El cura volador”. Muchas décadas más tarde, los hermanos Joseph-Michel y Jacques-Étienne Montgolfier, quienes eran hijos de un fabricante de papel y no conocían del invento de Bartolomeu, descubrieron que las bolsas de papel subían cuando las colocaban sobre el fuego de manera invertida.

Los hermanos Montgolfier desarrollaron entonces sus primeros aeróstatos con bolsas esféricas hechas de lino, que podían contener hasta 18 metros cúbicos de aire y elevarse hasta 250 metros. Los desarrollos subsecuentes de Joseph y Jacques lograron desplazarse hasta dos kilómetros en diez minutos y alcanzar una altura de dos mil metros. Este logro descomunal les incentivó a enganchar una cesta al globo y colocar en ella a unos animales de granja: un gallo, un pato y una oveja, que resultaron ser los primeros seres vivos en volar en globo aerostático, alcanzando una altura de 26 metros. Poco tiempo después del vuelo de los animales, Pilâtre de Rozier y François Laurent d’Arlandes volaron nueve kilómetros sobre París durante 25 minutos y a una altura de cien metros, convirtiéndose así en los primeros humanos en viajar en globo aerostático.

Los subsecuentes aeróstatos evolucionaron a los dirigibles, y a utilizar nuevos materiales para las envolventes y otros gases para su contenido… y así, la luz se ha hecho.

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