Trump se queda con el BID

Jorge Fernández Menéndez

Pocas cosas en medio de la pandemia, de la crisis de seguridad y económica, podrían parecer más banales que la elección de un nuevo director del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), con todos sus pesares, la principal institución financiera multilateral en el continente americano.

Sin embargo, la decisión del sábado pasado de designar para ese puesto a Mauricio Claver-Carone, el candidato nominado por el presidente Donald Trump, cambiará muchos de los equilibrios financieros de la región en un momento donde instituciones como el BID son fundamentales para salir de la crisis económica que aqueja a buena parte de los países.

Desde su creación hace 61 años, el BID fue dirigido por un latinoamericano, de la misma forma en la que el Banco Mundial es dirigido por un estadunidense y el FMI suele ser encabezado por un europeo. El gobierno de Trump ha tratado de romper esos equilibrios argumentando que su país es el principal financiador de esas instituciones y tiene derecho a encabezarlas. En el caso del BID, eso se logró sin demasiado esfuerzo: la única otra candidatura (de un economista argentino) fue rápidamente superada y el candidato de Trump, que tenía, además, todo el apoyo del gobierno de Brasil, tuvo una clara mayoría. Los esfuerzos de Argentina, México, Chile y Costa Rica, de los países de la Unión Europea e incluso de China (todos ellos tienen un grado de inversión en el BID) para crear otra opción fueron rápidamente superados.

Y es que, además, Claver-Carone es un político proveniente del exilio cubano, muy cercano a Trump, cuyos objetivos ideológicos para la operación del BID son muy claros. Era hasta ahora el principal asesor de Trump para América Latina y al tomar el cargo dijo que defendería apasionadamente al organismo y a la región, pero su llegada al BID modificará la forma de operar del banco regional.

La elección del jefe del BID, han señalado los especialistas, se convirtió en una lucha geopolítica entre el gobierno de Trump, que busca con ello fortalecer su posicionamiento en América Latina, sobre todo para contrarrestar la influencia de China y de otros países que no quieren perder control del banco. El tema de China lo consideran en Washington central. Desde hace años están viendo la penetración de la economía asiática en la región, principalmente a través de financiamiento a la infraestructura (algo que Estados Unidos en la etapa Trump ha abandonado casi por completo) lo que genera una mayor influencia política de China.

Por eso, el triunfo de Claver-Carone fue tan festejado por Washington. La guerra económica y comercial de Estados Unidos contra China es un enfrentamiento estratégico entre esos dos países, con sus respectivas zonas de influencia. Si Trump pierde las elecciones de noviembre, probablemente se podrá modificar la forma en que se plantee, pero esa confrontación estratégica no se modificará tampoco con la llegada de Biden a la Casa Blanca.

Evidentemente, buena parte de América Latina, en forma notable México, depende y está relacionada estrechamente con la economía estadunidense, pero la presencia china y sus inversiones en la región son cada vez mayores porque muchos de los proyectos que otros países no pueden o quieren financiar sí están siendo financiados por el gobierno o empresas chinas.

Las inversiones chinas en la región han aumentado de 17 mil millones de dólares en el año 2002 a casi 306 mil millones en el año 2018. Al mismo tiempo, el país se ha convertido en el socio comercial más importante para Brasil, Chile, Perú y Uruguay. Trump, cuya política hacia la región ha sido casi inexistente, quería, antes de la elección de noviembre, dar un golpe de autoridad en el BID y utilizarlo para bloquear en lo posible, aún más, la influencia china en la región.

Ahora bien, eso será en buena medida inútil si Estados Unidos, con Trump o con Biden al mando, no tiene una política, una estrategia para la región que vaya más allá de la confrontación con Venezuela o Cuba.

Hace muchos años ya que Washington piensa en América Latina sólo en términos de seguridad o control político, pero nunca de desarrollo regional. Y eso es lo que debilita su posición ante muchos gobiernos incluso afines. La situación de México, por su ubicación geopolítica, desde la creación del TLC y ahora del T-MEC es diferente: en los hechos estamos claramente en la que Estados Unidos considera su zona de influencia directa (incluso en términos de seguridad, México, como Canadá, son considerados parte del Comando Norte de la Defensa estadunidense, o sea, parte de su propio territorio, al resto del continente se le considera parte del Comando Sur), pero la región, insistimos, ha sido abandonada por Washington.

Uno supondría que tanto interés en colocar en el BID a uno de los principales colaboradores del presidente Trump tendría que devenir en un programa de apoyo ante la inevitable crisis económica pospandemia, que será desoladora para la mayoría de los países de la región, pero hasta ahora, la llegada de Claver-Carone no ha dejado de ser, sobre todo, una demostración de fuerza.

Exélsior