Menos malo

Macario Schettino

El lunes pasado, Leo Zuckermann me hizo favor de invitarme a su programa La Hora de Opinar, en Foro TV. En el transcurso de la emisión, tuvimos un breve momento de emoción, en que fui un poco excesivo en mi queja acerca de la manera en que el secretario de Hacienda engaña a los mexicanos a través de los medios. Después de la grabación, me comuniqué con Leo para disculparme, y en el breve intercambio que siguió a ello, encontré el punto de conflicto. Para Leo, es preferible tener a alguien como Arturo Herrera en Hacienda, porque con él puede dialogarse, en lugar de un radical como los que abundan en el grupo que ha llegado al poder. Algo parecido escribió unos días antes Mario Maldonado, periodista especializado en negocios.

Mi opinión es diferente, y creo que vale la pena ponerla en blanco y negro. Me parece que los funcionarios que no tienen el valor de enfrentarse a su jefe son un problema serio. Y ese problema es doble cuando la imagen pública hace pensar que las cosas podrían ser diferentes. Más claro: nos convencen de que saben su oficio, de que están haciendo todo lo posible, pero al final acaban subordinándose al ignorante de Palacio, provocando exactamente lo mismo que habría ocurrido sin ellos. Después de haber creado expectativas que no se cumplirán.

En esta misma lógica, podemos reclamar a Carlos Urzúa haber dado legitimidad a López Obrador. En su descargo, pudo haber imaginado que el Presidente realmente quería serlo, y gobernaría, a diferencia de lo que hizo en el DF, cuando fue jefe de Gobierno. Entonces estaba en campaña permanente, y se entendía. Una vez en la presidencia, imagino que pensó Urzúa, entraría en razón y gobernaría. En medio año fue evidente que no sería así, y Urzúa optó por renunciar y convertirse en uno de los críticos más acerbos del actual gobierno.

Herrera se quedó, y no sólo no es un crítico, sino que es un mentiroso igual que su jefe. Si alguien quiere encontrarle atenuantes, puede compararlo favorablemente con López-Gatell, cuyo servilismo es todavía mayor. El punto de disputa con Leo el lunes pasado tuvo que ver con la manera en que México debió reaccionar frente a la pandemia en cuestión económica. Todos los economistas con acceso a medios, desde el CEEY, Coparmex o el Consejo Coordinador Empresarial, hasta Rolando Cordera o Gerardo Esquivel, propusimos que el gobierno contratara deuda para llevar a cabo un programa de contención económica, primero, y uno de reactivación después. Teníamos (y seguimos teniendo) una línea de crédito con el FMI por hasta 60 mil millones de dólares, con una tasa de interés que difícilmente superaría 0.1 por ciento (gracias a Jorge A. Castañeda por esta información).

Pudimos contratar cinco puntos del PIB de deuda, y utilizar dos para frenar el golpe, y tres para reactivar la economía, como lo comentamos el martes. Sumar cinco puntos desde el gobierno implica reducir la caída de este año de -10 a -5 por ciento, desde donde la recuperación de 2021 es mucho más fácil. Por otra parte, el tamaño de la deuda neta habría sido menor, porque el PIB habría caído menos.

No lo hicimos, le dijo Herrera a Leo, porque contratar deuda en México es más caro. Si fuese deuda interna, lo creo. Pero aún en ese caso, el costo de la deuda depende esencialmente de la confianza que tienen los acreedores en el gobierno. Si éste decide tirar el dinero en Pemex, no habrá forma de conseguir créditos. Si el dinero es para reactivar la economía, sobrarán quienes quieran apostar por la economía número 11 del mundo.

Pero con un gobierno de cuarta, y funcionarios de quinta, es más probable que esta economía sea pronto el lugar 20, 30 o 50 en el mundo. Con un gobierno miserable, el país será miserable.

El Financiero