¿Democracia con sobrecupo?

René Delgado

El pronunciamiento del cadete José Carlos Moreno no tuvo resonancia ni eco en la prensa ni en los sitios web oficiales y paraoficiales del Gobierno. Le tocó hablar, pero no ser oído en el acto conmemorativo de la gesta de Los Niños Héroes.

El joven militar dijo: “…luchemos por un futuro común y luminoso en el que puedan caber todas las ideologías”. Antes de esa idea, lanzó una convocatoria: “Como jóvenes, como soldados de la patria y ante todo como mexicanos, hacemos un llamado solemne a mujeres y hombres de una gran nación para que, sin distinciones de ningún tipo y desde nuestras respectivas trincheras, hagamos causa común por lo que nos hermana, por lo que nos une”.

Quizá porque hoy solo una voz resuena y, pese a muecas y rechinar de dientes, a ella solo atienden y replican quienes la resisten o se quejan, no hay ánimo ni disposición para escuchar otras posturas y salir del juego del todo o nada, conmigo o en mi contra, a favor o en contra… y, así, solo se perfila un desencuentro de un calado superior al visto hasta ahora.

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El 8 de agosto de 2018 concluyó la elección presidencial de aquel año con la declaratoria del tribunal electoral, reconociendo y señalando a Andrés Manuel López Obrador como presidente electo.

Empero, desde antes de esa fecha, se comenzaba a manifestar un fenómeno delicado. Algunos sectores políticos, empresariales, financieros e intelectuales reconocían y aceptaban el resultado electoral, pero no la consecuencia política. Si la contienda electoral había concluido, la disputa por el poder apenas comenzaba. La desconfianza entre esos factores de poder dominantes y el nuevo y principal actor político, el presidente de la república -ansioso por asir y ejercer el mando- no tardó en salir a flote, atemperada entonces por el disimulo.

Esa fisura poco a poco se ensanchó hasta abrirse la grieta. El desbocamiento del gabinete presidencial por impulsar a troche y moche las políticas, los programas, las acciones y la obras que prefiguraran el proyecto lopezobradorista, sin tener dominio de la administración, provocó tropiezos y la dificultad, aún vigente, de constituir gobierno. Ganaron la elección, pero aún no conquistan el gobierno.

En paralelo a los tropiezos, vinieron las zancadillas impuestas. De infinidad de recursos se echó mano para frenar de un modo u otro el cambio radical propuesto desde la campaña y, aún hoy -a casi dos años del inicio del sexenio-, no acaba de establecerse el marco jurídico del proyecto ni de instrumentarse y asentar las políticas y los programas que sustantiven la intención.

Al litigio por el poder, donde tropiezos y zancadillas ritmaban el inicio del sexenio, se sumó el natural sacudimiento, resistencia y desajuste que todo cambio genera. Obviamente, la economía comenzó a resentir los efectos de la circunstancia política y administrativa, como también lo resintieron algunos servicios públicos que, comoquiera y aun con corrupción, funcionaban. La reacción al lopezobradorismo advirtió, entonces, la ampliación de su margen de maniobra.

A ese cuadro de por sí complejo se añadió, desde el inicio de este año, el brutal efecto sanitario y económico provocado por la epidemia, cuyo resumen es una catástrofe en pérdida de vidas y empleos. Lejos de comenzar a ver resultados de la nueva administración, el virus contagió a la pretendida transformación dificultando de más en más la posibilidad de ésta. Síntomas de tozudez y desesperación no tardaron en manifestarse en el abanderado principal y las manifestaciones para descalificarlo y neutralizarlo cobraron fuerza.

Si de la fisura se pasó a la grieta de la desconfianza, ahora, se está frente a un abismo, donde cada conflicto o confrontación amenaza con desbordar los ánimos y descarrilar no solo al proyecto presidencial, sino también los canales de entendimiento entre los actores y factores de poder, poniendo en apuros ya no solo la recuperación de la salud y el rescate de la economía, sino también a la estabilidad política y social.

La desconfianza y el desencuentro entre los actores y factores del poder en disputa amagan con descarrilar al país en su conjunto.

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De a tiro por semana, algún conflicto o problema tiende un velo sobre el anterior que, en su ocultamiento, continúa su desarrollo y, en la radicalización de las posturas y el afán de posicionarse de cara a las elecciones del año entrante, se desvanece la posibilidad de darle sentido a la alternancia y verdadera perspectiva al país.

Si al inicio del sexenio las diferencias se concentraban en el cómo, pero no en el qué, ahora el qué se ha vuelto el eje de la desconfianza y el desencuentro y, peor aún, las posturas se han atrincherado, llamando a los simpatizantes de una u otra causa a ponerse el cuchillo entre los dientes. A formar filas en uno u otro bando, a recabar firmas en respaldo a esta o aquella otra postura, a radicalizar la acción y, curiosamente, a declararse víctimas de la embestida de la correspondiente contraparte… sin la menor voluntad de distender la situación, atemperar los ánimos y tender puentes de entendimiento.

En ese rejuego, del pasado se ha hecho la meta de la actuación, siendo que no todo él es desechable como tampoco rescatable. Y siendo, sobre todo, que mucho hay que corregir para avanzar a un mejor futuro. La polarización, como dice Porfirio Muñoz Ledo, ha derivado en paralización y encono.

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En la disputa por el poder llamar a tomar postura con una u otra parte y alinearse sin chistar, solo plantea un absurdo: la democracia tiene sobrecupo y no todos caben en ella. ¿Tiene sentido alentar esa idea y jugar a la ruptura nacional?

Es una pena que al cadete José Carlos Moreno le haya tocado hablar, pero no ser oído.

El Siglo de Totrreón