En el llano de Quitzoco

Eric Rosas

El relieve de la Tierra está lleno de cordilleras, volcanes, llanuras, valles, cañones y muchos otros accidentes orográficos. Todos ellos le permiten albergar distintos ecosistemas que muy probablemente no tendrían cabida en una superficie totalmente plana. Estas caprichosas formas de la superficie de nuestro planeta se generan gracias a que la corteza terrestre no es una pieza única, sino que está compuesta por 14 placas tectónicas – Africana, Antártica, Arábica, Australiana, Caribeña, Escocesa, Euroasiática, Filipina, India, de Juan de Fuca, de Nazca, del Pacifico, Norteamericana y Sudamericana –; y a consecuencia de la energética actividad que tiene lugar en las capas internas: el manto y el núcleo, que están formados por magma, un material suave y hasta líquido, a muy elevadas temperaturas.

Las placas tectónicas tienen un movimiento permanente. Algunas se alejan o divergen mientras que otras se acercan o convergen. Tales desplazamientos permiten que se generen o comuniquen las oquedades existentes entre la corteza y el manto, ya sea en las regiones de separación o de colisión de las placas tectónicas, o en otras partes más alejadas, pero debilitadas. Estas fracturas de las rocas pueden servir luego como rutas de escape para el magma interno. Cuando algo así sucede, normalmente el material plástico proveniente de las entrañas de nuestro planeta, surge de manera violenta a través de espectaculares erupciones que elevan el terreno de sus alrededores para formar edificios volcánicos.

Uno de estos majestuosos eventos fue precisamente el ocurrido con el volcán Paricutín, que emergió violentamente en el llano michoacano del Quitzoco el 20 de febrero de 1943 y sepultó con lava al vecino poblado de San Juan Parangaricutiro. El Paricutín ha sido uno de los pocos volcanes cuyo nacimiento ha podido ser observado extensamente por los vulcanólogos. Uno de estos científicos que tuvo tal privilegio fue precisamente el mexicano Gerardo Murillo Cornado, mejor conocido por el seudónimo que utilizó para firmar su amplia y muy apreciada obra pictórica paisajista: El Dr. Atl, voz náhuatl que significa agua.

El Dr. Atl, quien nació el 3 de octubre de 1875, estudió vulcanología en Italia y realizó varias expediciones científicas al Etna y al Estrómboli. A su regreso a México estudió volcanes como el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl y el propio Paricutín, cuyo surgimiento presenció desde los primeros tremores y luego se mudó a sus faldas para escalarlo con frecuencia. Tras perder su pierna derecha por amputación el Dr. Atl debió conformarse con sobrevolarlo en helicóptero, pero esta nueva perspectiva le llevó a crear sus impresionantes “aeropaisajes”… y así, la luz se ha hecho.