El inspector Clouseau

Raymundo Riva Palacio

Alfonso Durazo fue sorprendido por el entonces presidente electo Andrés Manuel López Obrador cuando le dijo que sería secretario de Seguridad Pública. De inmediato buscó como asesores a Alejandro Gertz Manero, que había ocupado ese cargo en el gobierno de Vicente Fox cuando Durazo era su secretario particular, y a Manuel Mondragón, que había encabezado la metamorfosis de esa poderosa dependencia a ser un apéndice de la Secretaría de Gobernación en el gobierno de Enrique Peña Nieto. Mondragón fue quien le preparó un diagnóstico y un plan de seguridad, que le llevó a López Obrador como si fuera el grial sagrado. Ahí empezó la debacle.

Durazo le dio los insumos a López Obrador, quien ya como Presidente aseguró en enero de 2019 que en 100 días, su gobierno mejoraría la seguridad. Atacarían las raíces del fenómeno, y no combatirían con balazos, sino que darían abrazos a los criminales. Las fallas de esa estrategia, sin embargo, habían comenzado meses antes. En julio de 2018, días después de la elección presidencial, Durazo aseguró que los cambios en la estrategia serían paulatinos, y que se enfocarían a la capacitación de los policías, con lo cual podrían retirar “al Ejército a los cuarteles”. Lo que sucedió fue lo contrario, y lejos de meter a los militares a los cuarteles, se hicieron cargo de la seguridad pública, en admisión implícita del Presidente que su secretario falló.

La verdad es que todo el gobierno fracasó. ¿Cómo está hoy la seguridad en el país? Fatal. México vivió los primeros 20 meses de gobierno de López Obrador la época más violenta de su historia. El número de homicidios dolosos durante este periodo alcanzó los 59 mil 451, contra 32 mil 576 de Peña Nieto, 18 mil 442 de Felipe Calderón, y 22 mil 890 de Fox. Ante la falta de resultados, hay abundancia de crítica al pasado. Durazo dijo en vísperas de iniciar la administración que les habían dejado un desastre los anteriores en materia de seguridad, pero se puede argumentar que dejará un país, al irse del cargo, en peores condiciones.

Un bufón cotidiano, el secretario se convirtió en una especie de inspector Clouseau, un jefe de policía en París, torpe, incompetente y poco dotado para enfrentar el desafío que enfrentaba. La diferencia es que Clouseau era simpático, mientras Durazo fue cosechando enemistades y aumentando el desprecio de muchos por su muy triste papel en la Secretaría de Seguridad. Él no se da cuenta, o al menos aparenta no verlo, pero los datos aplastan sus declaraciones triunfalistas, como cuando afirma que ya logró contener el homicidio doloso: sólo en los primeros nueve meses de este año, pese a la pandemia y el confinamiento, la tasa nacional de víctimas por cada 100 mil habitantes fue de 20.5, con lo que rebasó significativamente las de 2015 y 2016, 14.7 y 18.3, respectivamente, que habían sido las más elevadas hasta el momento.

Durazo declaró recientemente, justificando los números de violencia en el país, que “recibimos un país oliendo a pólvora”, que fue refutado rápidamente en las redes sociales donde le dijeron que ahora “olía a sangre”. Un análisis comparativo realizado por Eje Central hace una semana con las estadísticas sobre incidencia delictiva, reveló que durante la gestión de Durazo no hubo ni contención ni disminución de delitos, como presume, y al ampliar la comparación a los últimos cinco años, los resultados revelan el fracaso de su estrategia, particularmente en homicidio, feminicidio, extorsión, secuestros y lesiones.

La seguridad del país la deja en un tiradero, al haber renunciado como secretario, efectivo el sábado, para buscar la gubernatura de Sonora. No deja de llamar la atención que quiera ir a su estado, en donde ha sido amenazado reiteradamente por Los Salazar, uno de los grupos que pertenecen al Cártel de Sinaloa, que en mensajes que han dejado en las calles de Hermosillo, lo han acusado de no cumplir con sus acuerdos. Nadie sabe públicamente a qué se refieren Los Salazar, pero Durazo reaccionó con miedo cuando aparecieron por primera vez los señalamientos, cancelando la boda de su hija en esa ciudad, y trasladando el festejo a la Ciudad de México.

Los lazos del Cártel de Sinaloa han cruzado la cara de Durazo hace tiempo. Cuando era secretario particular de Fox, a principios de 2005, la Procuraduría General de la República detuvo a Nahúm Acosta, coordinador de giras de la Presidencia, que trabajaba con él, acusado de ser informante de Héctor Beltrán Leyva, El H, financiero de la organización que lleva el nombre de su familia y que en ese entonces era responsable de la seguridad de la llamada Federación, que bajo la égida del Cártel de Sinaloa, agrupaba a todos los cárteles de la droga del momento, salvo el Del Golfo y Los Zetas. Acosta fue liberado 73 días después, en buena medida porque la filtración de su detención saboteó la investigación y violó su debido proceso.

El Cártel de Sinaloa lo ha seguido como sombra. La más grande, el 17 de octubre del año pasado, cuando en un operativo con el Ejército, un comando de expolicías federales detuvo a Ovidio Guzmán López, hijo de Joaquín El Chapo Guzmán, por petición, con fines de extradición, del gobierno de Estados Unidos. Durazo nunca les envió los Blackhawks artillados para la operación de extracción, y los dejó a su suerte. Cuando López Obrador decidió la liberación de Guzmán López, Durazo no lo persiguió porque, dijo, en México no tenía ninguna acusación. La omisión total, o el encubrimiento, para donde va también su investigación de la matanza de la familia Le Barón en la frontera de Chihuahua con Sonora, en un corredor de trasiego de drogas del mismo cártel.

Qué desgracia para Sonora si un personaje como Durazo llega a gobernarlos. A nivel nacional, lo único bueno es que se va de la Secretaría de Seguridad.

El Financiero