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Eric Rosas

Fue en la mañana del 31 de octubre del año 2000 cuando la misión Soyuz TM-31 despegó desde el cosmódromo de Baikonur llevando consigo al astronauta estadounidense y a los dos cosmonautas rusos que conformarían la primera tripulación de la Estación Espacial Internacional (EEI). La EEI es un satélite artificial modular y habitable, producto de la colaboración internacional y sucesora de las estaciones espaciales soviética Mir y estadounidense Skylab. Su construcción comenzó en 1998 con la colaboración de las agencias espaciales canadiense (CSA), estadounidense (NASA), europea (ESA), japonesa (JAXA) y rusa (Roscosmos).

A lo largo de estas dos décadas, la EEI ha recibido numerosas adiciones con las que se espera que se mantenga funcional al menos hasta el 2030. Actualmente cuenta con módulos habitables presurizados, estructuras de soporte, radiadores térmicos, arreglos de paneles fotovoltaicos, puertos de acoplamiento, brazos robóticos y bahías para realizar experimentos. Su espacio habitable suma 388 metros cúbicos, lo que resulta similar al de una casa de 85 metros cuadrados y dos plantas. Pesa casi 420 toneladas, el equivalente a unos cinco tractocamiones cargados. Su longitud total alcanza los 109 metros, como una cancha de fútbol, gracias a sus cuatro paneles solares que le proveen con hasta 90 kilowatts de energía. Orbita a una altitud de 400 kilómetros – distancia entre Toluca y León – y con inclinación de 51.6 grados. Viaja a 28 mil kilómetros por hora, lo que le permite dar una vuelta a la Tierra en hora y media y completar 16 órbitas terrestres al día.

El sistema de recuperación de agua de la EEI tiene la capacidad de reciclar el 93 % del vital líquido con el que cuenta, lo que le permite albergar una tripulación de hasta seis personas. En estos primeros veinte años sus habitantes han realizado más de 227 caminatas espaciales, para llevar a cabo actividades de construcción, mejora y mantenimiento. Hasta hoy han estado en ella 240 individuos de 19 países, no sólo astronautas y cosmonautas, sino también algunos cuantos afortunados turistas espaciales. La permanencia más prolongada en la EEI ha sido a la fecha la del astronauta Scott Kelly, con 340 días. Y para mitigar las pérdidas de masas muscular y ósea causadas por la microgravedad, los tripulantes deben realizar al menos dos horas diarias de ejercicio o de trabajo físico.

En dos décadas, más de una centena de naciones han conducido casi tres mil investigaciones científicas, actividades educativas y de desarrollo de tecnología en la EEI, en los ámbitos de la biología y la biotecnología, las ciencias de la Tierra y del espacio, la fisiología humana, y las ciencias físicas… y así, la luz se ha hecho.