Dos años después, los peñistas evalúan dar la cara

Carlos Loret de Mola

Desde hace varias semanas, exfuncionarios del gobierno de Enrique Peña Nieto han tenido comunicación para definir si deben activa y públicamente defenderse frente al embate del presidente López Obrador contra todo aquel que haya trabajado en el gobierno el sexenio pasado.

El diagnóstico es el mismo: los peñistas coinciden en que le están dejando toda la cancha libre al presidente con sus conferencias mañaneras, a lo que se filtre estratégicamente desde la Fiscalía General de la República y a lo que vayan declarando los cada vez más numerosos testigos protegidos. A esto se suman las investigaciones que se realizan en dependencias públicas y medios periodísticos sobre la administración pasada, los documentos que se publican, las implicaciones que un día sí y otro también saltan a la luz y los dejan mal parados.

Frente a todo ello, Peña Nieto y su equipo no han ni siquiera tratado de esbozar una defensa. Es una paliza épica frente a la que hasta ahora han decidido callar. Todos tienen miedo. Pero hay distintas maneras de procesarlo y enfrentarlo.

Ahora, divididos como siempre lo han estado, los distintos grupos del peñato debaten qué hacer. ¿Hubo una gota que derramó el vaso? Ya se venía llenando: primero, las declaraciones de Lozoya; y ahora, las declaraciones de Zebadúa, las que vienen de Rosario Robles y las que podría estar gestionando ya Juan Collado.

A lo largo de los dos años de gobierno de López Obrador, unos han preferido acercarse discretamente a Palacio Nacional para sacar la bandera de la paz, para pedir clemencia y tratar de negociar. Otros han buscado desaparecer por completo de la cosa pública y mandar el mensaje al presidente de que no son rivales, apostando a que eso les garantizará tregua presidencial. Unos más han querido apoyar al nuevo gobierno en las dificultades que va enfrentando, tratando de ayudarles en el cabildeo e implementación de sus políticas, buscando congraciarse desde lo oscurito. Y algunos más juguetean con la idea de contraatacar e intentar meter aunque sea el gol “de la honra”, como se dice en el futbol cuando un equipo está apabullando al otro y lo tiene con un cero en el marcador. Hasta ahora, lo más que se ha visto es un desmentido, no una embestida pública para defenderse y contraatacar.

Hay algo en común en todos estos grupos del peñato: a todos les ha tocado —en mayor o menor medida— que el presidente y su gobierno los aplasten. Los que han buscado acercamiento, los que quieren ser invisibles, los que tratan de ser útiles y los que quieren contraatacar, a todos les ha ido mal. Todos han desfilado en las mañaneras donde son objeto del escarnio público, a algunos se les amenaza con investigaciones, a otros sí se les investiga, unos salen en declaraciones de testigos protegidos, sobre otros se deja colgando la sospecha pública. Y mientras todo esto pasa, con el honor maltrecho, no meten ni las manos. Hoy evalúan si eso debe cambiar, según me revelan distintas fuentes con acceso a esta información en la que baso la presente columna. Quién sabe a qué conclusión lleguen. Porque del lado del gobierno, está claro que hay parque para rato.