Imposibilidad

Macario Schettino

Imposibilidad. I El origen

En 1935 Lázaro Cárdenas inició, bajo cuerda, la movilización obrera en México. Con ella debilitó lo que quedaba de los Sonorenses, que para 1936 estaban totalmente derrotados. Expulsó del país a Plutarco Elías Calles y tomó control de todo el gobierno. En esos dos años, desplazó a la mitad de los gobernadores. A partir de 1936 inició la reforma agraria en serio, dando a miles de campesinos no sólo tierras, sino armas para defenderlas. Con ello, construyó dos grandes corporaciones, una obrera y la otra campesina, sobre las cuales sólo él mandaba. Un año después, consolidó el nuevo régimen con la nacionalización de la industria petrolera, que se vendió como un triunfo frente al imperialismo, y la creación de un nuevo partido político, el de la Revolución Mexicana, totalmente distinto del callista, pero que al día de hoy muy pocos logran distinguir.

Cárdenas construyó un régimen político que coincidía con su momento: corporativo, estatista, en la lógica de Mussolini, pero compatible con Roosevelt. Se trata del único régimen corporativo que logró evitar la declinación hacia una dictadura personal, y por ello duró medio siglo. Sin embargo, sus últimas dos décadas fueron una desgracia debido a un intento de replicar, fuera de época y de lógica, lo que había hecho el general.

Luis Echeverría creía que era del nivel de Cárdenas. Quiso repetir su sexenio. Expropiar, crear universidades, inventar empleos, enfrentar al capital. Fue un fracaso en todo, especialmente en la óptica global, que tanto le importaba. Ya pocos lo recuerdan, pero quiso ser secretario de la ONU, líder de los No Alineados, o al menos premio Nobel. Lo que sí logró fue enfrentar a México con Israel y con Estados Unidos. Intentó reelegirse, y cuando no pudo, nombrar a un pelele en la presidencia. López Portillo, su amigo de juventud, no aceptó ese papel.

El echeverrismo fue el último grupo político del viejo régimen. Para garantizar su acceso a la presidencia no le importó Tlatelolco, ni para consolidarse el Jueves de Corpus. Para promover su regreso, tampoco debe haberle importado Lomas Taurinas, me imagino. Desde 1986, cuando quedó claro que no regresarían a través del PRI, iniciaron su larga marcha. A fines de ese año, la Corriente Democratizadora. Meses después, la candidatura del hijo del general. En mayo de 1989, el PRD: la colonización de la izquierda por parte del echeverrismo.

Desde entonces los izquierdistas mexicanos han vivido una ilusión. Nadie nunca ha votado por ellos, ni lo hará. Fue el populismo estatista de Echeverría, encabezado por Cuauhtémoc o Andrés Manuel, lo que los llevó a ganar ocasionalmente elecciones. Algunos, un puñado, han podido transitar de diputados a senadores: el servilismo se paga. La mayoría, apenas alguna diputación local, regiduría o alcaldía menor. Pero en todas hay con qué garantizar el patrimonio, según hemos visto.

Han sido útiles, tontos útiles les decían antes, para el regreso del echeverrismo. Un nuevo intento de repetir la construcción cardenista. Totalmente fuera de tiempo, sin posibilidad alguna de éxito. Han visto en estos dos años cómo sus temas están fuera de la agenda: derechos humanos, ciencia y tecnología, género, cultura. Pero reconocer su error, haber sido usados, les pesa mucho. Al final, ese izquierdismo no era sino aspiración de superioridad moral.

Si alguien tiene duda de lo que acabo de narrar, baste revisar la historia de López Obrador, Bartlett, Porfirio, y tantos otros que hoy acompañan al grupo que realmente toma decisiones. Nada de izquierda ni progresismo: estatismo echeverrista, populismo cardenista, y los evangélicos que tan importantes resultaron para Trump y Bolsonaro. Quede claro el origen, para poder explicar el miércoles el resultado.

Imposibilidad II. Los resultados

El lunes comentamos el origen del grupo que gobierna México hoy. Nada de izquierdas ni progresismos, es un grupo que proviene del echeverrismo de los años 70, que intentó entonces, sin éxito, replicar la construcción del cardenismo cuatro décadas antes.

El fracaso de Echeverría respondió a una gran transformación mundial que no supo leer. Desde 1968, cuando él garantizó su candidatura con la masacre de Tlatelolco, el mundo giró a la derecha. Ese año no significó el triunfo de la izquierda, como muchos creyeron entonces y varios aún lo creen, sino exactamente lo contrario. Los soviéticos barrieron con la Primavera de Praga, la derecha francesa con los estudiantes, y Nixon con las elecciones en Estados Unidos. En 1971 terminó la posguerra con el fin de Bretton Woods, y con ella la posibilidad de crecer con base en el déficit fiscal. Echeverría no lo entendió, y terminó su sexenio con los peores resultados económicos en 40 años, incluyendo una devaluación no planeada. El intento de su sucesor por una vía desarrollista menos agresiva tampoco tuvo éxito, por la misma razón, por no entender el entorno. En 1982 terminó definitivamente el régimen de la Revolución en materia económica. En 1988, también en cuestión política.

Replicar hoy esos intentos garantiza el fracaso. Todavía en tiempos de Echeverría, el país estaba concentrado en el centro, que tenía más de la mitad de la población (Distrito Federal, Estado de México, Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Puebla, Tlaxcala, Veracruz, Hidalgo). El comercio con el resto del mundo era casi nulo. El sector primario producía 12 por ciento del PIB, y menos de la mitad del mismo provenía de los servicios. Con sus diversas empresas, el gobierno podía controlar la producción agropecuaria (Conasupo), minera (Pemex), eléctrica (CFE), de telecomunicaciones (Telmex), y con un encaje legal considerable, sin créditos hipotecarios, poco había de sistema financiero independiente. En suma, la mitad del PIB estaba en manos del presidente, la mitad de la población a su alcance, y el extranjero era sólo una imagen disponible para el ataque discursivo. Tijuana, Juárez, Monterrey, Chetumal, eran enclaves del imperialismo en esa visión.

En 2021, 50 años después del fin de Bretton Woods, las cosas son muy diferentes en México. Más de la mitad de la población vive en el norte, Bajío o la zona de influencia de Yucatán. Más de la mitad del PIB depende del comercio exterior, las inversiones extranjeras o de sistemas de telecomunicación que nada tienen que ver con Palacio Nacional: benditas redes. Los intentos de revivir Conasupo, Pemex y CFE implican sólo incinerar cantidades ingentes de recursos. El gobierno no tiene esos recursos, a pesar de los intentos de incrementar recaudación.

Esto significa que el intento de restauración no tiene futuro. El gobierno no tiene la palanca para mover ni la economía ni la sociedad. Puede acomodar recursos de otras formas, pero su impacto es, en el mejor de los casos, muy menor. Las remesas de migrantes representan el doble de todos los programas sociales del gobierno. Todo el crecimiento económico desde el punto más bajo de la pandemia se debe a las exportaciones. No pueden bajar ni el precio de la electricidad ni el de la gasolina. No pueden controlar el precio de las tortillas. El Presidente no puede hacer nada, más allá de explotar todas las mañanas en contra de sus adversarios, inventar cifras, mentir, mentir, mentir.

Si el echeverrismo, fracasado hace 50 años y hoy reinventado en el poder, no tiene futuro, entonces lo relevante es entender cuál será el desenlace. Lo platicamos el viernes.

Imposibilidad III. El desenlace

El lunes explicamos el verdadero origen del grupo que hoy detenta el poder político en México. El miércoles, su incapacidad absoluta. Hoy hablaremos del desenlace esperado.

Las decisiones del Presidente no tienen posibilidad de funcionar. Pemex pierde dinero a un ritmo de 500 mil millones de pesos por año, y eso no va a cambiar por simple deseo. CFE es incapaz de aportar la electricidad necesaria en México, ya no digamos a un costo razonable ni con respeto al ambiente: simplemente no puede cubrir la demanda. No hay forma de reconstruir Conasupo, ni de hacer funcionar el Tren Maya, el aeropuerto de Santa Lucía, el Banco del Bienestar o las universidades Benito Juárez. Como decía Yogi Berra: lo que no se puede, no se puede, y además es imposible.

Al fracaso de esas intenciones debe sumarse el que corresponde a los eventos externos. El más importante, sin duda, ha sido la pandemia, frente a la cual México se ubica como el peor país del mundo, tal vez en competencia con Brasil. Los datos son claros: más de medio millón de muertes debidas a la contingencia. Al menos 350 mil de forma directa. No se ha podido establecer un calendario razonable de vacunación, y abundan las evidencias de abusos de parte del ejército electoral del Presidente, ‘siervos de la nación’.

Buena parte del problema deriva de la concentración de poder en manos del Presidente, y otra parte proviene de la expulsión de personal capacitado en diversas áreas. En cualquier caso, es irremediable en tanto López Obrador se mantenga en Palacio Nacional. Si los mexicanos ya son conscientes de ello, el 6 de junio deberá recibir su merecido. Si aún no es así, y logra engañar a algunos por el tiempo suficiente, habrá que esperar a 2024.

Tenemos ya una economía muy debilitada (con un crecimiento potencial de 1 por ciento anual), con desabasto de medicinas, precios elevados en gasolina y electricidad, y una seria crisis en las finanzas públicas. Al mes de febrero, le está faltando un billón de pesos al Presupuesto de 2021, por poner un ejemplo. No se requiere repetir aquí ni los precios de combustibles ni del Kwh, ni listar las claves de medicamentos y material sanitario que ya no existe. No es un pronóstico, es reconocer la realidad.

Un régimen autoritario puede perfectamente sobrevivir a una economía destruida y una sociedad depauperada, Cuba y Venezuela son ejemplos recientes. Pero no puede sobrevivir sin una construcción política funcional. Es ahí en donde radica la imposibilidad del intento restaurador. El régimen de la Revolución fue construido por Cárdenas institucionalizando el papel del caudillo en la presidencia y organizando un sistema corporativo alrededor de él como árbitro, al que dotó de una ideología muy flexible, pero total: el nacionalismo revolucionario. Después de consolidar esa construcción con un acto propagandístico de relevancia internacional, la expropiación, se mantuvo al margen.

Lo que López Obrador hace es exactamente lo contrario: destruye instituciones, subordina colaboradores y hace girar todo a su alrededor. Es un buen método para una dictadura personal, pero no para un sistema político estable. No parece recomendable para un adulto mayor con problemas de salud.

En consecuencia, la restauración del PRI con otro nombre es imposible. El deterioro económico y social, que hoy todavía puede procesarse mediante vías democráticas, se convertiría en un grave problema en otras circunstancias. Una dictadura personal, un reemplazo militar, la escisión del país, estallidos sociales o implosión política en medio del crimen organizado son las posibilidades que tenemos.

Por eso es tan importante el INE, la elección de junio, y la supervivencia de la democracia. No hay un pasado de oro al cual volver. No hay un futuro milagroso. Hay lo que hay, y tenemos que hacernos cargo.

El Financiero