Perdiendo el tren de la recuperación

Jorge Fernández Menéndez

El país, económicamente, está en la peor situación de las últimas décadas, por la pandemia y por las malas decisiones económicas. Es verdad que el deterioro que ha conllevado covid ha destrozado el andamiaje económico de muchos países, incluyendo el nuestro, pero, en los hechos, algunas naciones, en forma notable Estados Unidos y China, han comenzado a salir adelante. Como esta crisis, a diferencia de la de 2018, ha permitido que existan reservas financieras y recursos productivos aún disponibles para recomponer la economía con mucho mayor rapidez que entonces, si la vacunación avanza con certidumbre en las principales naciones del mundo, es previsible una recuperación que, en algunos casos, puede ser explosiva.

La capacidad que ha demostrado China para volver a crecer es notable, pero el plan de 3 billones de dólares destinado por el gobierno de Joe Biden para la recuperación económica de su país, puede ser la locomotora que saque a muchas naciones del estancamiento, que arrastre el tren de desarrollo. En México tenemos muchas expectativas puesta en que esa recuperación estadunidense irá de la mano con la nuestra, pero la verdad es que, si no se toman una serie de medidas internas, no seremos ni el furgón de cola de ese tren económico.

No se puede volver a crecer con desconfianza en la iniciativa privada y sin inversiones pública y, sobre todo, privada: la caída de la inversión ha sido dramática y desde el gobierno federal, con el leitmotiv de no realizar un nuevo fobaproa, no se ha tomado medida alguna para ayudar a las empresas y recuperar los empleos. La ayuda mensual que proporciona el gobierno federal a muchas familias es un apoyo, pero no es un empleo ni puede reemplazarlo. Hay 20 millones de personas que buscan trabajo y no lo obtienen, millones más que están en la informalidad y con empleos temporales y de subsistencia. Las medidas que ha tomado el gobierno federal, basadas mucho más en prejuicios ideológicos que en las exigencias económicas, han frenado las inversiones y, por ende, la creación de nuevos empleos.

Cuando tendríamos que estar preparándonos para acoger todo tipo de inversiones privadas, entramos en conflicto con las empresas por la generación de energía, por los hidrocarburos, por el outsourcing (con un acuerdo de ley que será, lisa y llanamente, imposible de implementar). En lugar de estar liberalizando la economía para alentar las inversiones, la cerramos. Mientras cancelamos un aeropuerto y construimos otro de menor nivel, otras naciones, como China, anuncian la creación de 30 aeropuertos internacionales para este año; mientras la conectividad entre los grandes centros de desarrollo del país aún es deficiente, utilizamos los recursos en un Tren Maya de destino económico incierto. Mientras apostamos a las energías fósiles, claramente de salida en todo el mundo, nuestros socios y competidores apuestan cada día más a las renovables.

Los conflictos que han hecho caer las inversiones privadas, nacionales y extranjeras, son las que también nos llevarán a la confrontación con Estados Unidos. La designación como encargada de la relación en la frontera de la vicepresidenta Kamala Harris, en plena crisis migratoria, no sólo significa una implicación directa de la Casa Blanca en esa crisis, sino, también, ya lo veremos, una negociación en la que estarán sobre la mesa los temas que involucran al T-MEC, como la energía, los hidrocarburos y el capítulo laboral (enrarecido aún más por la nueva ley de outsourcing), además de todo lo derivado de la pandemia, como la vacunación y el arribo de vacunas, así como la seguridad nacional y regional. Quien crea que forzando la mano en lo migratorio (ante la urgencia que esa crisis provoca en la administración Biden) logrará concesiones en los otros temas, no conoce la historia de la vicepresidenta Harris.

No habrá un crecimiento económico significativo simplemente por arrastre. Debemos contar con la infraestructura, la inversión, el crecimiento propio para estar a la altura de las exigencias que nos impondrán nuestros socios comerciales. Pero no veo cómo vamos a compatibilizar e integrar nuestra economía con la de EU, que está apostando a las energías limpias, incluyendo los automóviles y los transportes que no utilizan combustibles fósiles, que quiere desarrollar, en pocos años, una nueva infraestructura no sólo material, sino también educativa, científica y cibernética basada en la utilización masiva de la data; que plantea un mercado laboral cada vez más abierto cuando nosotros lo endurecemos y cerramos.

Pareciera como si se creyera esa mentira de que nuestro destino manifiesto es ir de la mano con Estados Unidos y que, hagamos lo que hagamos, esa economía nos va a arrastrar. Una mentira tan nefasta como aquella que insiste en que debemos tener distancia, cuidarnos, de alguna forma provocar a Estados Unidos, para que respete nuestra soberanía.

No nos engañemos: abrir la economía, recibir la mayor cantidad de inversiones posibles, enlazarla e integrarla con la de nuestros socios comerciales, respetar el T-MEC y los demás tratados comerciales que hemos firmado, incluyendo normas energéticas y laborales, debe ser parte de nuestra agenda interna, de nuestro interés público. Lo demás es una receta para el fracaso.

Excélsior