¿Qué hacer ante un México inconsciente?

Este artículo habla de la indiferencia en México ante el asesinato de Victoria Salazar, ante el asalto diario a la sensatez y al orden constitucional-democrático, ante el infortunio del prójimo y de la patria con un manejo de la pandemia que de haber sido despolitizado y llevado a cabo diligentemente, habría evitado ¡190 mil muertes!, de acuerdo con el informe del Instituto de Ciencias de la Salud Global solicitado por la Organización Mundial de la Salud.

Frente a estos escándalos, inconsciencia, indiferencia generalizada, y en contraste: gritos de tribu, amenazantes hasta el delirio, contra organismo constitucional autónomo que posibilitó a Morena el acceso al poder, y hoy estorba a éste para su hegemonía duradera.

Sería otro escándalo mayúsculo, si el tribunal electoral federal se ciñera, como ha sido la regla de quien lo encabeza, a los deseos del poder y no a la Constitución: está en juego la democracia, el decoro republicano. Ojalá que la inconsciencia sea vencida por la mayoría de magistrados.

La indiferencia es un mal en cuya entraña serpentean egoísmo, mezquindad, ignorancia, irresponsabilidad y soberbia. Habita en la tiniebla, es hijastra de ella. No se ve sino a sí misma, es ciega para los demás y se siente inmortal, invulnerable. Aislada de la realidad que la circunda se encarama en columnas de pino o de marfil para formar un archipiélago sin contactos, una turbamulta.

La indiferencia despersonaliza y traiciona lo mejor del ser humano: su capacidad de “ser más fuerte que su condición”, que sus caídas en alianza con los demás. Es falsa la literatura disfrazada de mala y resignada seudo ciencia que dice que no hay cura, sino un continuo y masoquista no levantarse del polvo lacaniano.

En puridad la indiferencia es: idiotismo, patología individual y colectiva que termina por asfixiar, que termina en derrota vital. Aniquila ella solidaridad, conciencia, compromiso, simpatía, sinergia y amistad cívica, garantes de personas y sociedades prósperas, pujantes, saludables, auténticas. Aniquila el sentido humano que exige siempre un responder del sujeto. Caín no respondió por el hermano: dijo a Dios: “¿soy yo acaso guarda de mi hermano?”.

“La muerte del otro es la primera muerte”: palabras de filósofo. El responder por el otro apunta a la cura de la indiferencia, de la autoderrota, de la resignación determinista, de la disolución del sujeto.

Habla este texto de varios casos de indiferencia. Indiferencia nacional generalizada, salvo manifestaciones aisladas de valientes colectivos feministas, ante el asesinato de una joven migrante salvadoreña, pobre, madre de dos hijas menores de edad, Victoria Esperanza Salazar Arraiza. Rodillas bárbaras de policías aplastaron su cuello hasta la muerte, en Tulum, paraíso para algunos, cadalso para otros, el 27 de marzo. Un grafiti escarlata marca en el piso regado ahora con algunas flores secas: “aquí mataron a Victoria”.

Indiferencia impotente para ponerse, por un instante de humanidad mínima, en el lugar de la víctima, de su madre, de sus hijas huérfanas.

Sus familiares en el Salvador, se enteraron de la tragedia por “Facebook”, pues la autoridad no intentó contactar a la familia según lo señala, en su estrujante relato, la periodista Elena Reina de El País que entrevistó al hermano de Victoria. Elena Reina da en el clavo al afirmar hace días: “las protestas no han estallado por la brutalidad policial -contra Victoria- como lo hicieron en Estados Unidos en respuesta a la muerte de George Floyd, quien también fue asesinado luego de que un policía se arrodillara sobre su cuello. Más bien, Salazar se ha convertido en una estadística más en un país donde cada día son asesinadas 10 mujeres”.

¡Qué contraste con las protestas masivas, airadas, a lo largo y ancho de Estados Unidos! Protestas masivas que repercutieron, que sacudieron la conciencia de todo el mundo a raíz de la muerte de Floyd, -remata Reina. México, por otro lado, sumido en el sopor, en insoportable frivolidad, ignorancia y letargo, en la oscuridad de la indiferencia como regla; eso sí, muy entretenido con poco pan y mucho circo.

La indiferencia fue el mal del Siglo XX como lo señaló en Auschwitz, Maximiliano Kolbe. Kolbe, polaco, fraile franciscano asesinado en Polonia por los nazis en tal campo de muerte. Pasó dos semanas en un calabozo subterráneo junto a nueve presos condenados a morir de hambre y sed. Los nueve fueron confortados por Kolbe quien fue rematado aún con vida.

Dio su vida Kolbe, voluntariamente, por un preso, desconocido para él, condenado a muerte que tenía familia y al que sustituyó para salvarlo. Kolbe, doctor en filosofía, misionero en China, Japón, la India. Una cumbre humana pues ya se dijo: nadie es más grande que el que da la vida por sus amigos, y más por la del prójimo desconocido. ¿Quién mejor que él para señalar con índice de fuego a la indiferencia como mal del siglo?

Y esa indiferencia sigue siendo el mal de la primera quinta parte del Siglo XXI. Indiferencia frente a migrantes reprimidos cuyos derechos humanos son violados por autoridades que utilizan eufemismos, como “rescate de migrantes”, para ocultar las vejaciones; frente a pobladores, tierras, cielos y mares devastados por dinero, caprichos y energías sucias.

Indiferencia frente a la militarización de la vida nacional, frente a la insolencia del poder anunciadora de tiempos negros de no haber pronto un despertar cívico; frente a restos humanos desparramados en bolsas de plástico por la violencia despiadada, y ante niños armándose para defenderse del crimen; frente a un registro de datos biométricos para todo usuario de celulares; registro de corte autoritario: una amenaza a libertad y seguridad ciudadanas como lo advierte el INAI.

Indiferencia ante la ausencia de un verdadero y cotidiano debate nacional, asumido colectivamente, en torno a los gravísimos problemas que laceran al país: políticos, culturales, sociales, económicos. ¿Dónde está la voz crítica, insistente de universidades, juventudes?

Indiferencia frente a ideologías que pretenden inmolar el orden natural y envilecer a la niñez, desconociendo los derechos de los padres y madres de educar a los hijos; frente a concentración de la riqueza en unos cuantos Epulones consentidos que echan por delante sus vientres satisfechos.

Indiferencia frente a incesante ruido mediático con motivo de la vacunación y solamente el 2 % de la población vacunada con las dosis completas, ante Costa Rica con 4.6 %, Uruguay con 6.2 %, Chile con 25.2 %, E.U. con 22.5 % e Israel con 57.3%, según datos de la Universidad de Oxford al 13 de abril de 2021, https://ourworldindata.org/covid-vaccinations

De continuar México con tal paso, se requerirán más de ¡15 años para vacunar a la población toda! Es de esperarse un cambio radical de estrategia como lo sugiere el Instituto de Ciencias de la Salud Global arriba citado, el sentido común.

Indiferencia ante nuevos libros de texto improvisados, adoctrinadores, con mixtificaciones y remedos históricos que idolatran sin recato ni razón al poder en turno.

Cabe señalar que hay excepciones a la tal indiferencia, pero solo para confirmar la regla. Excepciones de personas como Roger Bartra y su manifiesto alertador, instituciones y medios valientes, responsables, pensantes, dignos de encomio y emulación. Ausente, sin embargo: el sacudimiento nacional de conciencias.

Dijo el jurista José Ramón Cossío hace pocos días, en el contexto del asesinato de Victoria:  cuando muere un extranjero como Victoria, migrante humilde con visa humanitaria, a manos de autoridades del país, es el Estado el que debe responder a la luz del derecho internacional.

Pero pienso que no solamente es el Estado, que representa una parte del cuerpo político de México, sino el pueblo todo, la otra parte fundamental de dicho cuerpo a cuyo servicio debiera estar el Estado, el que debe responder ante su familia y la historia, conforme a las exigencias de la conciencia de la especie.

“La muerte del Otro es la primera muerte”, dijo una vez Lévinas, el filósofo a quien un amigo rindió homenaje póstumo, diciéndole, “tu muerte Lévinas, es mi primera muerte”. Descanse en paz Victoria Esperanza Salazar Arraiza.

La turbamulta al abdicar de su libertad, da la espalda a toda responsabilidad, se refugia en el anonimato disolvente. México no debiera ser turbamulta. ¿Qué hacer entonces?: “volver a una patria lejana, olvidada”, vibrante, fraterna, unida, hija del mestizaje de indígenas y españoles. Renegar de dicho mestizaje equivale a denostar nuestras raíces, nuestros valores, nuestro destino; a seguir lapidando nuestra propia identidad nacional, cultural, favoreciendo a los adversarios que arrebataron medio territorio.

Retorno a la patria olvidada, casa de nuestros padres, mestiza y guadalupana, “impecable y diamantina”. De no rectificarse, continuarán los tiempos de desunión, encono estéril, penuria humana, malestar vital en todos los órdenes: un barco extraviado.

Que México despierte – pueblo y gobierno- pida perdón, retome el camino de la generosidad. Todos somos responsables, de una manera o de otra, de lo que le sucede al prójimo, y de ello penderá nuestro destino final. Responsables en la medida que somos humanos, hermanados por común vulnerabilidad y grandeza, por un mismo destino de seres mortales con almas trascendentes.

Dedico este texto a los valientes defensores de la Constitución, la República y leyes electorales.

Proceso