A un año del atentado: monólogo criminal

Jorge Fernández Menéndez

Ya en otra ocasión lo habíamos publicado. Cuando le pregunté a uno de los hombres que más y mejor conoce los ámbitos de la seguridad pública y nacional en México si se debía platicar o no con el crimen organizado, me dijo que ese diálogo siempre existe, pero que suele ser implícito: a cada acción se genera una reacción y así, en los hechos, se dialoga. Esas acciones y reacciones incluyen las líneas rojas que no se pueden cruzar. El problema se genera cuando a las acciones de los grupos criminales no se replica con reacciones contundentes de las fuerzas del Estado.

Hace una semana tuvimos la masacre de Reynosa y la respuesta que hemos tenido de las autoridades es que se trató de una lucha por la plaza, de una acción para “calentar la plaza”. Luego tuvimos una masacre en un baile en Monterrey y se nos dijo que fue una lucha entre cárteles. Al día siguiente asesinaron en una casa a siete hombres y mujeres delante de cinco niños en Fresnillo y la respuesta fue la misma, una lucha por el control de territorios. Y lo mismo se repite ante cada uno de estos hechos. Lo cierto es que en contados casos hay detenidos, y cuando los hay, suelen ser simples sicarios y esas respuestas en términos de reacciones públicas no dicen nada, están describiendo un síntoma sin atacar la enfermedad. El diálogo del que hablábamos se convierte en un monólogo de los grupos criminales que se siguen empoderando ante la falta de respuesta proporcional a sus crímenes por parte de las fuerzas de seguridad.

Mañana se cumple un año del atentado terrorista, no hay otra forma de calificarlo, más grave que se ha dado en la Ciudad de México: el ataque que sufrió el secretario de Seguridad capitalino, Omar García Harfuch, a manos del Cártel Jalisco Nueva Generación. Decíamos en esos días y hay que reiterarlo hoy, que después de un desafío al Estado mexicano de esa magnitud decir que no se cambiará la estrategia de seguridad, que “no se pactará, pero que tampoco se declarará la guerra” a los grupos criminales, no es una respuesta sensata.

No se trata de declararle la guerra o de pactar con los criminales, se trata de enfrentarlos y garantizar la seguridad de la ciudadanía, lo que es la principal responsabilidad que tiene el Estado mexicano. La actual estrategia de seguridad es, simplemente, una suma de buenos deseos. ¿Quién está en contra de reducir la desigualdad o tratar de pacificar al país para garantizar la seguridad? Eso está muy bien, ¿y luego?, ¿qué estrategia se adopta?, ¿qué tipo de despliegue?, ¿en dónde trabajan los grupos operativos y los de inteligencia y sobre qué objetivos?, ¿quiénes se encargan de qué, dónde y cuándo?, ¿qué modelo policial se quiere construir en el país?, ¿qué hacemos para transformar la procuración de justicia y el sistema judicial? Ésas son algunas de las preguntas básicas que se debe hacer para adoptar una estrategia de seguridad.

Lo cierto es que esa heterogeneidad de políticas y esa falta de definiciones, lo que provoca es que los hombres y mujeres que cumplen con su responsabilidad de combatir a los criminales terminan desprotegidos y siendo objetivos de los mismos. Y eso se aplica a García Harfuch, y a muchos hombres y mujeres del Ejército y la Marina, de la Guardia Nacional y de otros ámbitos, que siguen cumpliendo, silenciosamente, su labor.

No se puede ideologizar la seguridad. Hay que insistir en un punto: las políticas y técnicas de seguridad no tienen ideología ni partido. Para garantizar la seguridad se deben establecer políticas eficientes que den resultados, no tiene nada que ver con eso de “pactar o declarar la guerra”, se trata de cumplir con la obligación del Estado y del gobierno.

Cuando se dio el atentado contra García Harfuch, decíamos que el propio secretario de Seguridad de la Ciudad de México era una demostración de ello. Más allá de ser nieto e hijo de personajes tan paradigmáticos como el general Marcelino García Barragán y Javier García Paniagua, de su formación y especialización en inteligencia, dentro y fuera del país, Omar es un funcionario que ha transitado en puestos de responsabilidad en tres diferentes administraciones, en diferentes posiciones y siempre ha dado resultados y ha sido leal con sus jefes. No ha estado en esas posiciones por su cercanía política con el gobernante en turno, sino por su capacidad operativa y estratégica.

Y como García Harfuch hay muchos especialistas reales, operativos y de inteligencia, civiles y militares, con conocimientos de fondo en el manejo de la seguridad pública e interior. Pero hoy muchas de las posiciones relacionadas con la seguridad están ocupados por personajes improvisados. Están ahí por su relación con el Presidente o el gobernador en turno y seguramente por su lealtad hacia ellos, pero no porque sean profesionales de la seguridad.

Se confía en la lealtad política, no en la capacidad operativa y estratégica. Y por eso los resultados son desastrosos, tanto que no se acepta como un desafío al Estado mexicano los mayores ataques que el propio Estado ha sufrido en años, hablemos de Reynosa o de García Harfuch. Así debe ser entendido y esos ataques deben tener una respuesta de esa misma magnitud. Si no, todo se convierte en un monólogo criminal.

Excélsior