Adiós, Malthus

Héctor Aguilar Camín

En el siglo XVIII, Thomas Malthus vaticinó que el crecimiento desbordado de la población haría terrible la vida, pues no habría recursos para alimentar a tantos.

El siglo XXI nos ofrece la anticipación contraria: el número de seres humanos vivos sobre la tierra descenderá por primera vez en la historia de la especie. Y no debido a hecatombes nucleares o ecológicas, sino por un cambio en los hábitos vitales de la civilización.

Esta es la visión del futuro que brota del reportaje del New York Times: “Me asusta pensar en tener un hijo ahora”: el descenso de la población global puede transformar el mundo (https://nyti.ms/3zwyKiy).

Las tasas de fertilidad caen en todas partes, menos en el África subsahariana, donde las parejas tienen todavía tres y cuatro hijos.

Para fines de siglo, Nigeria podría tener más población que China. China, a su vez, donde la tasa de fertilidad se ha detenido, podría ver reducida su población de los mil 450 millones de habitantes que tiene hoy a 730 millones.

En países como India y México la población creció muy rápido, pero los índices de natalidad tienden a caer por debajo de la tasa de remplazo.

Según la revista Lancet, para 2100, 183 países —de 195— tendrán tasas de fertilidad por debajo del nivel de reemplazo.

Esto reducirá “el impacto destructivo del cambio climático” y “la carga familiar para las mujeres”. Pero también producirá países enteros de ancianos, como se anuncia ya en Japón, donde la venta de pañales para adultos es mayor que la de pañales para bebés.

Se interrumpirá el mecanismo transgeneracional, clave del siglo XX, según el cual los jóvenes pagaban con su trabajo el retiro de los viejos.

Los países solo podrán rejuvenecerse mediante grandes oleadas migratorias. Veremos la aparición de un extraño mercado: los países ricos pagarán a migrantes pobres para que migren a ellos.

En la ciudad italiana de Agnone donde nacían más de 500 bebés hace una década, hoy nacen solo seis.

“Antes se oía el llanto de los bebés en la sala de maternidad y era como una música”, dice Enrica Sciullo, una enfermera. “Ahora solo hay silencio y una sensación de vacío”.

Milenio