Cuba: respiración asistida

Jorge Fernández Menéndez

La única vez que pude entrevistar a Fidel Castro fue el 22 de julio de 1992, durante la Cumbre Iberoamericana de Madrid, en el momento de mayor aislamiento internacional de su gobierno. En la propia cumbre, salvo la interlocución con otros mandatarios que le brindó el entonces presidente Salinas de Gortari (prácticamente su única vía de comunicación con George Bush y luego con Bill Clinton en aquellos momentos), la recepción que le hicieron los demás jefes de Estado a Fidel, incluyendo a Felipe González, presidente del gobierno español, fue dura, fría, incluyendo manifestaciones públicas en su contra en todas sus apariciones públicas.

En aquella plática, en uno de los salones donde se desarrollaba la cumbre, Castro estaba visiblemente afectado. Entre otras cosas hablamos de la muerte de Camilo Cienfuegos y ese día Fidel dijo una de esas frases que sólo podían explicarse en el ambiente de pesimismo que entonces lo rodeaba: “si yo hubiera muertos entonces (como Camilo en 1959), hoy también sería un héroe”. En 1992 definitivamente no lo era. Fidel murió muchos años después, dejó el poder en 2008 y falleció en 2016. Su popularidad, desde aquel 1992, tuvo vaivenes, pero lo cierto es que, en 62 años de gobierno, la Revolución Cubana, pese a avances en educación y salud, vive día con día el retroceso generado por una política anacrónica y que separa el discurso de la realidad, con un Estado burocratizado e incapaz de cubrir las exigencias mínimas de la gente.

Un año antes de esa entrevista en Madrid, había estado en La Habana para cubrir el aniversario del asalto al cuartel de Moncada. Se suponía que en esa ocasión el gobierno seguiría de alguna forma la línea de apertura del campo socialista con la Unión Soviética, de la que había dependido económicamente desde 1962, a punto de desaparecer. Esa tarde, luego de horas de esperar bajo el sol de La Habana, Fidel dio un largo discurso en el que, por el contrario, endureció aún más el régimen (que meses atrás, como parte de una extensa purga, había ordenado el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa, casualmente el más cercano a Gorbachov, el héroe militar en Angola y partidario de una apertura gradual) y lanzó el llamado periodo especial, que llevó a la economía popular y el racionamiento a extremos que nunca se habían sufrido.

La consecuencia de esa crisis fue el Maleconazo, las manifestaciones populares de 1994 en el malecón de La Habana, las más numerosas contra el gobierno desde que Fidel asumiera el poder en 1959. Pero entonces, el gobierno cubano estaba ya a punto de encontrar a quien reemplazaría a la Unión Soviética como proveedor y financiero de la revolución: fue el mandatario venezolano Hugo Chávez quien le proporcionó una ayuda económica a la isla incluso superior a la que le otorgó en cualquier momento la Unión Soviética.

Con ese apoyo, que duró hasta que Chávez y luego Nicolás Maduro reventaron la propia economía venezolana, fue que Cuba pudo salir del periodo especial. Cuando Fidel dejó el gobierno en 2008, su hermano Raúl intentó recorrer algo así como el camino chino de desarrollo y en ese contexto se dan los acuerdos con Barack Obama y la reapertura de las relaciones diplomáticas, con visita de Obama a La Habana incluida. El sueño duró muy poco, el régimen no se abrió casi en nada y eso debilitó la posición de Obama sobre todo en Miami; la economía, absolutamente controlada por el Estado, no creció pese a la reapertura del turismo y la llegada de remesas del exilio de Miami a sus familias en la isla. El deshielo terminó poco después con la llegada de Trump al poder, aunado al debilitamiento del apoyo del régimen venezolano.

El domingo regresaron las manifestaciones a toda Cuba, con una población cada vez más angustiada económicamente, con un régimen cada día más cerrado en términos políticos y económicos, con un gobierno formado ya por burócratas ajenos al contacto con la gente y con una sociedad que, por el turismo, por el contacto con el exilio, por las redes sociales, aunque estén restringidas y censuradas, sabe que ese no es su destino manifiesto.

La gente salió a la calle a reclamar libertades, comida y vacunas anticovid. En respuesta, el presidente Díaz-Canel acusó a los manifestantes de contrarrevolucionarios (la enorme mayoría de ellos ni siquiera habían nacido en 1959), dijo que estaban manipulados por Estados Unidos, responsabilizó de la situación al bloqueo iniciado en 1962 y pidió a sus partidarios que salieran a las calles a “defender a la revolución” y a contragolpear, con lo que fuera, a sus opositores.

El presidente López Obrador, cuya simpatía por el régimen cubano es pública, ha dicho que sin interferencia política, o sea, sin pedir nada a cambio al régimen, ayudaría con alimentos, medicinas y vacunas al gobierno cubano y demandó a Estados Unidos que termine el bloqueo a Cuba (una medida inútil que termina siendo una coartada para el régimen), lo que tendría lógica si también le pidiera al gobierno cubano que no reprimiera a sus opositores y otorgara libertades básicas, políticas, sociales y económicas, conculcadas desde hace 62 años.

Este drama ha recorrido más de medio siglo de la historia latinoamericana. Esperemos que no terminemos como antes lo hicieron la URSS y Venezuela dando respiración artificial a un régimen que ya es parte del pasado.

Excélsior