Aduanas y fronteras: aciertos y peligros

Jorge Fernández Menéndez

La entrada en vigor de la Agencia Nacional de Aduanas de México, un organismo desconcentrado y que sumará todas las funciones, ahora divididas, entre distintas instancias federales, incluyendo el Sistema de Administración Tributaria, es una buena decisión porque permitirá tener, si se hace esa labor con acierto, por primera vez un control sobre aduanas que, en el trajín burocrático, hace mucho que se había perdido.

No es ninguna novedad decir que la corrupción ha inundado las aduanas. Y para erradicarla se requería hacer algo diferente. El punto, que nunca se terminaba de solucionar por los diferentes intereses involucrados, era cómo combatir la inseguridad en los puertos y aduanas del país, al mismo tiempo que se garantizara la viabilidad comercial de esos espacios junto con la recaudación fiscal que deviene de los mismos.

Y, para ello, la participación de los marinos y soldados en esos esquemas de seguridad y lucha anticorrupción era imprescindible, mucho más que la que tienen, por ejemplo, construyendo sucursales del Banco del Bienestar o cuidando los cilindros de gas en la próxima empresa estatal del sector. Aduanas y puertos son un capítulo estratégico para la seguridad nacional y el comercio internacional, no se puede improvisar. Hace meses que se dieron esos primeros movimientos positivos, pero tampoco había sido suficiente: era necesario concentrar actividades que ahora discurrían por andariveles distintos.

El director de Aduanas, ahora de la nueva Agencia, Horacio Duarte, que llegó sin experiencia en el sector, ha tenido el mérito, que no es menor, de hacer trabajar esas instancias en forma relativamente coordinada. Ahora su compromiso es lograr que ese funcionamiento sea eficiente, en términos comerciales y fiscales, pero que también garantice la seguridad y acabe con la corrupción. Casi nada.

Por nuestras aduanas ingresa, no es ningún secreto, de todo, pero particularmente preocupa el tráfico de precursores para la producción de drogas y cada vez más el manejo descontrolado de opiáceos como el fentanilo, con un consumo cada día mayor (con su secuela de sobredosis y muertes) en Estados Unidos, además de armas, dinero y contrabando.

Existen 44 puntos de entrada en todo el país y el movimiento de todos ellos es intenso y no exento de riesgos. Son innumerables las vertientes que se desprenden de esa suma de intereses y desafíos.

Pero si el comercio, lo fiscal y la seguridad son ángulos inevitables en el comercio aduanero, la corrupción que se detecta en muchas instancias se torna más peligrosa, porque detona otros desafíos. Las aduanas en general deben ser depuradas y para eso se requiere una intervención decidida del Estado y en eso deben jugar un papel clave, por sus implicaciones en seguridad interior y nacional, las fuerzas militares y los mecanismos de inteligencia sofisticados y especializados en ese ámbito. Si no es así, erradicar la corrupción será imposible.

En ese sentido la creación de la Agencia también es una buena noticia: insistimos, por primera vez se pueden conjugar esfuerzos que estaban dispersos y muchas veces hasta encontrados. La fórmula institucional es la adecuada y los mandos parecen estar también bien elegidos: lo que viene ahora es una exigencia de eficiencia, seguridad y control del Estado sobre una de las partes más vulnerables, hoy que son sus fronteras.

UNA BOMBA DE TIEMPO

Hablando de fronteras, hay que prestar atención a lo que está sucediendo en varios puntos de ingreso migratorio, íntimamente relacionados con la seguridad. En Chiapas se siguen acumulando los problemas. No aparecen las armas y equipo robado a personal de la Guardia Nacional, siguen los enfrentamientos entre pobladores y crece la presencia de integrantes de cárteles como el de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación. Lo que era uno de los estados con mejores índices de seguridad pública del país se ha convertido en una bomba de tiempo.

El problema gira en buena medida en torno a la migración. Pero no estamos hablando ya de caravanas o de la simple huida de la gente de realidades imposibles de confrontar. Cada vez más la migración es manejada por los grupos criminales, por los grandes cárteles, que no sólo trafican con gente hasta la frontera con Estados Unidos, sino que también en el camino las secuestran y exigen rescate por muchos de esos migrantes que ellos mismos hicieron ingresar. La lucha por ese mercado, que además se relaciona con el de siempre, las armas y la droga, es lo que ha llevado a la actual disputa que vemos en territorio chiapaneco, y en ello es determinante la llegada de grupos del CJNG, y en menor medida del Cártel del Golfo, que han entrado en disputa con quien ha tenido la hegemonía en la zona desde hace años, el Cártel de Sinaloa, con una presencia cada vez mayor de Los Chapitos, los hijos de El Chapo Guzmán.

Y, al mismo tiempo centenares de refugiados haitianos y de otros países que no han podido transitar hacia Estados Unidos, están hacinados en la estación migratoria de Tapachula. Y se esperan muchos más dada la situación que se vive en el Caribe y Centroamérica. Lo dicho: una bomba de tiempo.

Excélsior