Por la paz

En diversas ocasiones hemos comentado que el Presidente tiene un problema con el pensamiento estratégico. A diferencia de lo que creen sus acérrimos seguidores –creo que ya no hay de otros–, le cuesta mucho imaginar el futuro, y especialmente las consecuencias de lo que dice y hace. Es por eso que la conferencia matutina es tan importante. En ella tapa los agujeros abiertos los días previos, aunque eso signifique escarbar más, y tener que ofrecer al día siguiente una explicación adicional.

Como lo ha documentado SPIN (Luis Estrada), el Presidente produce 88 mentiras o afirmaciones inexactas en cada mañanera. El promedio ha ido creciendo, por cierto, precisamente por la necesidad de tapar hoyos. No va a reducirse en el futuro. Esto hace imposible una discusión racional de las políticas públicas, porque con un mentiroso es imposible dialogar. Quienes se quejan de que la oposición no parece existir, no consideran que para tener interlocución tendrían que superar el nivel de irresponsabilidad del Presidente. Se puede, pero eso implicaría no tener una oposición democrática, sino otro potencial autócrata.

La incapacidad de reemplazar lo que se cancela es ya muy evidente, incluso para quien no quiere verlo. La semana pasada documentamos el crimen de la pérdida de acceso a servicios de salud. Anteriormente hemos comentado el derrumbe de la economía, la dificultad de generar empleos formales, el mayor costo de la vida, el desastre energético. El Presidente y su equipo destruyen, pero no pueden levantar nada a cambio. Como Atila, por donde pasan no vuelve a crecer el pasto.

Poco a poco, la población va entendiendo que la utopía que se les ofreció no era sino eso, algo imposible, inexistente. El 6 de junio, millones de mexicanos decidieron que no volverían a votar por la coalición de López Obrador, y con ello éste perdió la posibilidad legal de reelegirse, o perpetuarse. La ilegal siempre estará disponible. El 1 de agosto, casi nueve de cada 10 prefirieron alejarse del mal uso de un instrumento que debió ser democrático, una consulta. Ahora, el merolico regresa al tema de la revocación de mandato.

La idea de poner a evaluación el desempeño del Ejecutivo en un sistema presidencial no tiene sentido. Por eso no existe, salvo en algunos países que con muchas dificultades podríamos considerar en esa categoría. Existe, por ejemplo, en Estados Unidos, la posibilidad de tener uno o dos periodos, con lo que la elección se convierte en esa revocación. Pero se trata de dos periodos claramente diferenciados. Muy pocos pierden la posibilidad de quedarse, como le ocurrió a Trump.

Partir el sexenio en dos implica destruir cualquier posibilidad de gobernar. Obliga a quien esté en la Presidencia a tomar medidas “populares” para no perder en los primeros tres años, y con eso lo deja incapacitado para los segundos tres. Es una medida absurda, tanto en términos democráticos como de gestión pública.

Pero no es ésa la razón por la cual López Obrador promovió esta votación. Él lo hizo para poder hacer campaña, que es lo único que sabe hacer. Ahora por eso impulsa de nuevo la idea, aunque sin una ley que regule el proceso, es simplemente inútil la votación. ¿Por qué puede con ello violar el artículo 83 constitucional que lo obliga a estar en el cargo hasta el 30 de septiembre de 2024? ¿Por qué podría ignorar el 86 constitucional que sólo permite renunciar por causa grave?

No hay manera de que la revocación de mandato tenga utilidad alguna, pero sí puede producir serias turbulencias políticas. Más grave, será alimento del ego presidencial, de su necesidad de propaganda y polarización. Olvídese de ello. Deje al merolico en paz.

El Financiero