Narco y Morena, relaciones peligrosas

Jorge Zepeda Patterson

Para alguien a quien le importa tanto el juicio de la historia como al presidente Andrés Manuel López Obrador, tendría que preocuparle la iniciativa que ha tomado la oposición para denunciar al gobierno en ámbitos internacionales, por sus aparentes vínculos con los cárteles de la droga en las elecciones de este verano. Desde luego, hay mucho de cálculo político por parte del PRI, el PAN y el PRD al llevar su alegato ante la OEA. A estas alturas es tal su debilidad en la opinión pública y tan peregrinas sus perspectivas en el escenario electoral, que cualquier posibilidad de dañar la imagen del partido en el poder representa oro molido para sus aspiraciones.

Pero el tema que justifica la acusación no es banal. Habría que preguntarnos cuánto hay de cierto y cuáles podrían ser las consecuencias de esta denuncia.

Para empezar hay que partir del hecho de que el crimen organizado participó en las elecciones intermedias en algunas zonas en las que ha extendido su control territorial. Sea para imponer autoridades municipales o para neutralizar algún candidato que le resultaba inconveniente. Están documentados casi un centenar de asesinatos, cientos de amenazas y varios secuestros de equipos de campaña.

Ahora bien, los cárteles están interviniendo en las elecciones desde hace años con Morena o sin Morena. En algún momento consideraron que era más productivo controlar directamente a las policías municipales que simplemente corromper a un funcionario de seguridad. Resulta más rentable utilizar policías con placa en lugar de sicarios para muchas tareas de control, particularmente en contra de bandas rivales. Por lo demás, el crimen organizado entendió que existían nuevas líneas de negocio en la gestión de servicios y obra pública, ya no digamos en la extorsión sistemática y el cobro por derecho de piso, allá donde podía controlar a las dependencias municipales.

Pero también es cierto que un número importante de todas estas acciones terminaron por beneficiar al candidato que representaba a Morena. No exclusivamente, aunque sí mayoritariamente. También hay casos que involucran a otros partidos. Aun quitando el hecho de que muchas de las designaciones de los partidos son meramente de membrete y obedecen al oportunismo político al ir por el candidato con más posibilidades de triunfo y al margen de ideologías, es preocupante que el grueso corresponda al partido oficial.

Por otra parte, que el narco ha elegido apoyar predominantemente a candidatos de Morena no significa necesariamente que esto obedezca a un acuerdo político, como implícitamente lo sugiere la denuncia. Existen amores unilaterales y no correspondidos. Pero el narco no es un candidato para las pasiones platónicas; opera de acuerdo a intereses puntuales que entrañan ganancias materiales. Asumiendo que no hay un acuerdo por parte de Morena, con más razón ese partido tendría que estar preocupado por el hecho de que una alta proporción de sus candidatos locales hayan sido apoyados por el crimen organizado y a través de actos delictivos.

El segundo punto a considerar es la manera en que habría sido interpretada por los capos la política de “abrazos no balazos” planteada por López Obrador. No tengo duda de que se trata de una estrategia de buena fe, fundamentada en su convicción de que la violencia no resolvería la violencia en México. Pero a estas alturas queda claro que la “no violencia” tampoco lo ha resuelto; peor aún, hay muchas evidencias de que los cárteles aprovecharon esta suerte de cese de hostilidades para expandirse territorialmente.

Se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con la estrategia de no confrontar directamente a los cárteles. Tiene razón el Presidente cuando afirma que lo intentado antes no había funcionado, lo cual no se traduce automáticamente que lo correcto consista en hacer lo opuesto. Pero en última instancia se trata de una estrategia.

Lo que cuesta trabajo entender es la actitud que exhibe el Presidente respecto a los narcos y en particular al Cártel de Sinaloa. Frente a la virulencia verbal, intensa y cotidiana, que utiliza para cuestionar a los “adversarios” de su proyecto, a sus ojos enemigos de México, llama la atención la manera casi benigna con la que se dirige a estos criminales que han desangrado al país durante décadas y cometido verdaderas atrocidades. En algún punto afirmó que en última instancia también ellos eran pueblo y se convenció de que con un llamado moral responderían a su actitud de brazos abiertos. Merecería dedicar un texto más extenso a las razones psicológicas o sociológicas que llevan al Presidente a abordar a los narcos con esta actitud que roza el respeto, particularmente en lo que compete a El Chapo. Cabe la posibilidad de que, al menos por lo que respecta al Cártel de Sinaloa, estas intervenciones sean de motu proprio para favorecer a candidatos de un partido que, en su opinión, los deja actuar.

¿Cuáles son las consecuencias que podría entrañar esta denuncia? Legales, prácticamente nulas, como mucho de lo que se presenta en la OEA. Por lo demás, resulta muy difícil que la oposición pueda encontrar pruebas puntuales susceptibles de ser presentadas en un tribunal, más allá de la estadística. Pero en términos de imagen puede dañar seriamente la reputación de López Obrador ante la opinión pública internacional y por ende su legado histórico. Una cosa es que en círculos financieros se le tenga como un presidente con tendencias populistas y otra como un líder que habría establecido alianzas políticas con el narco para apuntalar a su partido. En lo personal estoy convencido de que tal alianza no existe, pero los hechos descritos arriba y la laxitud del Presidente tendrían que ser objeto de una revisión.

El activismo político y electoral del narco no va a desaparecer; y si ya intervino con éxito antes, lo más probable es que se intensifique. Es altamente probable que Morena gane las próximas elecciones, o por lo menos ese es su objetivo. El obradorismo no puede permitirse a sí mismo ganar la silla presidencial con ayuda violenta por parte de los cárteles. Es urgente que el Presidente haga los deslindes que tenga que hacer, para desvincularse de esta peligrosa relación.

Milenio