Oscuridad de la casa

Carlos Loret de Mola

Me da orgullo que el gobierno del presidente López Obrador ofrezca asilo a 130 personas de Afganistán que están huyendo de los talibanes. Me da especial gusto que la mayoría de esos beneficiados sean periodistas, colaboradores de medios de comunicación y sus familias. Su permanencia en ese país les hubiera garantizado la muerte a manos de esos extremistas radicales empoderados.

Darles asilo es una medida que favorece la libertad de expresión… a nivel internacional. Porque a nivel nacional, la actitud del presidente AMLO hacia la prensa es más bien hostil: las organizaciones dedicadas a analizar las condiciones de los medios de comunicación en el mundo consideran que México es uno de los peores países para ejercer el periodismo por la enorme cantidad de periodistas asesinados y por la creciente violencia verbal del mandatario contra la prensa que lo critica.

No es la primera vez que un presidente autoritario utiliza este truco para lavarse la cara de sus pecados internos. Rafael Correa, cuando presidente de Ecuador, fustigó incesantemente a la prensa crítica, pero a nivel mundial logró colgarse la medalla de defensor de la libertad de expresión cuando le otorgó asilo a Julian Assange, fundador de Wikileaks, perseguido por revelar los secretos de Estado de la Unión Americana.

Cuando Edward Snowden también fue perseguido por lo mismo, ¿a qué países acudió? A la Venezuela de Maduro, la Cuba de Castro, la Nicaragua de Ortega, la Bolivia de Evo. ¿Dónde terminó asilado? En la Rusia de Vladimir Putin. El cuadro de honor de los represores de la prensa independiente.

Así pues, cuando es internacionalmente considerado como un acosador de la prensa crítica, le viene muy bien al presidente AMLO la operación de su canciller Ebrard para asilar periodistas afganos. Le es útil para lavarse la cara y esconder la realidad doméstica: Andrés Manuel López Obrador es una amenaza para la libertad de expresión. Lo demuestra cada mañana en sus conferencias de Palacio y confunde el derecho de réplica con un incesante apetito por insultar y descalificar a medios, reporteros y opinadores, y encabezar un acoso que no descansa. No es un presidente que conteste las denuncias, rebata los datos con realidades o presente una sola prueba de sus dichos para descalificar a la prensa crítica. Eso sería ejercer el derecho de réplica. Lo que hace López Obrador es mancillar la libertad. Y eso conduce a peligrosos y violentos caminos, más aún en un país con los niveles de impunidad que tiene México.

Así que ese dulce gesto de abrir las puertas y salvar vidas de un centenar de periodistas y sus familias tiene el agrio sabor de quien no es capaz de crear en su propia casa las condiciones para ejercer una de las libertades básicas de la democracia.

Donde no hay lava-cara posible es en la pandemia. Con la cifra maquillada de 254 mil muertos por Covid somos el cuarto peor país del mundo. No se atreven a poner la cifra real (más bien rondando el medio millón, deja apuntado el dato de “exceso de mortalidad” del INEGI) porque el líder se vería aún peor frente al mundo.

El Universal