Devoradores de bacterias

Eric Rosas

En los meses recientes hemos escuchado tanto acerca de las desventajas que tienen los virus para la salud de las personas, que podría parecer muy difícil que estas entidades microscópicas también puedan ser útiles para curar algunas enfermedades provocadas por bacterias. Sin embargo, efectivamente existen algunos virus que no pueden infectar a las células eucariotas —con núcleo—, como las que poseemos los humanos, pero sí son capaces de hacerlo con las de los seres procariotas —con el material genético disperso en el citoplasma—, entre los que se encuentran las bacterias y las arqueas. A estos microorganismos se les llama virus bacteriófagos o fagos y, entre otros científicos, fueron estudiados por Max Ludwig Henning Delbrück, quien nació el 4 de septiembre de 1906.

Como todos los virus, los fagos no son considerados seres vivos, sino agentes microscópicos acelulares formados por cadenas de ácidos nucleicos, ya sea de ribonucleico (ARN) o desoxirribonucleico (ADN), presentes dentro de su envoltura protectora en número de tan sólo cuatro o hasta algunos cientos. La cápside de los fagos puede tener una forma filamentosa, cual si fuese una cuerda diminuta; una cabeza icosaédrica; es decir, como un globo hecho con triángulos acomodados para formar secciones hexagonales; o una estructura más compleja, formada por el icosaedro montado sobre un soporte con varias extremidades, que hacen recordar a los módulos lunares del programa Apolo.

Estos agentes infecciosos devoradores de bacterias tienen dos maneras para replicarse o tipos de ciclo de vida. El primero se llama el ciclo lítico y el segundo es el lisogénico. En el ciclo de vida lítico, el fago actúa al igual que los virus que nos infectan a las personas: secuestrando a la célula anfitriona a fin de utilizarla como fábrica para hacer numerosas copias. En este ciclo el virus se fija a la pared de la célula bacteriana y luego inyecta su material genético. Una vez dentro del citoplasma, el ARN o ADN del fago se replica y al mismo tiempo fabrica las proteínas para las cápsides. Cuando los recursos de la célula capturada se agotan, los genes de los nuevos virus se ensamblan en sus envolturas y emergen causando la lisis o explosión del procarionte infectado. En el proceso de replicación lisogénico, el virus igualmente se fija a la bacteria e inyecta su material genético, pero ahora éste ya no se replica, sino que se integra al ADN del cromosoma bacteriano, creando los genes modificados que serán multiplicados cuando la célula se divida.

A causa de su inocuidad para los humanos, los fagos podrían convertirse en una solución ante la resistencia creciente de las bacterias a los antibióticos… y así, la luz se ha hecho.