¿Qué pasa con el PAN?

Jorge Zepeda Patterson

El escándalo desatado por la acogida que dieron en el Senado algunos legisladores del PAN al presidente del movimiento ultraderechista español Vox, es una expresión más del desdibujamiento de este partido. La principal opción electoral conservadora padece la crisis de identidad, estrategia y liderazgo más preocupante de su historia o por lo menos de los últimos 40 años. Algo que incluso a los no panistas tendría que preocuparnos. La democracia no solo se construye con instituciones legítimas que aseguren el respeto a la voluntad de los ciudadanos, como el INE, sino también con partidos políticos capaces de canalizar esa voluntad. El mayor riesgo a la estabilidad social y política reside en una situación en la que fuerzas sociales importantes no se sientan representadas y, por el contrario, se convenzan de que sus agravios o necesidades no tienen manera de acceder a las instancias institucionales en las que puedan ser tomadas en cuenta.

En este espacio se ha dicho que al margen de la opinión que cada cual tenga sobre López Obrador y su gobierno, el peor de los escenarios habría sido que la enorme inconformidad e irritación surgida en contra de los últimos gobiernos del PRI y el PAN no hubiese encontrado un cauce electoral en 2018. Mucho se ha hablado de los “incomprensibles” niveles de aprobación de los que goza el Presidente (alrededor de 60 por ciento) y lo que él hace con este capital político. Pero poco nos detenemos a pensar en el efecto que esto tiene en la población que expresa tal aprobación. Imposible saber si la izquierda radical o los grupos sociales más agraviados por la desigualdad tendrían a estas alturas una actitud de confrontación o si incurrirían en actos desestabilizadores frente a un régimen que consideraran adverso a sus intereses. Lo cierto es que, el hecho de que asuman que el Presidente actúa y habla en su nombre, sea o no cierto y dure lo que vaya a durar, es por ahora un dato que conjura o al menos matiza el arrebato en esos sectores.

Pero en sentido inverso podría decirse lo mismo con el otro extremo ideológico. Para que la democracia funcione la derecha y los sectores conservadores deben estar convencidos de que poseen canales competitivos y viables para asegurar que sus intereses y puntos de vista sean reflejados en las opciones electorales y, eventualmente, en las instituciones donde se toman las decisiones públicas que afectan a todos. Si la idea de país que ellos acuñan carece de opciones para expresarse institucionalmente, buscarán otras vías, legales e ilegales pero no electorales, para hacerlas presentes.

En algún momento a fines de los años 80 y principios de los 90, el PAN tuvo la habilidad de convertirse en vehículo político electoral de las preocupaciones de la iniciativa privada y de amplios sectores urbanos modernos; matizó temas confesionales y doctrinarios, y acentuó su vocación democrática y sus propuestas respecto a las relaciones entre Estado y sociedad sobre bases más modernas. El nuevo maridaje le permitió un acceso a candidatos y votantes de un amplio espectro y le otorgó triunfos destacados. Entre ellos, desde luego, la presidencia de 2000 a 2012.

Hoy parecería haber perdido la brújula. En este momento no hay muchos empresarios dispuestos a ponerse su casaca para participar en la política; aunque habría que decir que tampoco los cuadros del partido parecen estar muy dispuestos a que lo hagan. Y no se trata del retorno de un supuesto panismo profundo, confesional e ideológico, pese a lo que acabamos de ver en su relación con Vox; el alejamiento de la iniciativa privada lo atribuyo, más bien, a la mezquindad de los líderes, demasiado ocupados en la rebatinga de los puestos de elección como para ofrecerlos a otros actores sociales.

El PAN arrastra las consecuencias de haberse convertido en gobierno sin haber demostrado la posibilidad de ser una alternativa real al PRI. Mientras lo intentaba, nunca se dio cuenta de que había cambiado el grueso del electorado; los sectores populares dejaron de ser controlados por el PRI y abrazaron al obradorismo, una opción más cercana a sus sentimientos de abandono y urgencia de cambio. Hoy el PAN no sabe qué hacer con ello. Aún no se recompone de cara a esta nueva realidad y, por ende, carece de una propuesta social capaz de competir con Morena frente a ese 60 por ciento que apoya al Presidente. Por más que recurra a la crítica del gobierno de la 4T y a exhibir sus errores, reales o presuntos, cometidos por AMLO, el partido oficial tiene un pulso más cercano a los intereses de las grandes mayorías.

Lo más grave, me parece, es la crisis de liderazgo que hoy muestra el partido, porque eso dificulta una reacción efectiva ante el gris panorama que tiene por delante. Ricardo Anaya, Marko Cortés, Felipe Calderón, Margarita Zavala, Vicente Fox, Diego Fernández de Cevallos, Santiago Creel, Josefina Vázquez Mota, entre otros, parecen cartuchos demasiado desgastados para encender pasiones entre sus propias filas, ya no digamos entre el electorado a mar abierto. Líderes que serían incapaces de provocar un cambio pero, por desgracia, tampoco para permitirlo porque no están dispuestos a hacerse a un lado. Y la siguiente generación de cuadros internos, que podría haber llegado al rescate, quedó en gran medida comprometida en prácticas cuestionables durante la gestión de los gobiernos estatales y comisiones legislativas de las que fueron los operadores.

En aras de la democracia podría decirse que si no hubiera un partido de derecha competitivo habría que fundarlo. Pero tampoco es que existan muchas condiciones para conseguirlo. A corto plazo eso prácticamente asegura un gobierno transexenal de Morena, lo cual tampoco tendría que ser alarmante, sobre todo si da lugar a una versión más sosegada y profesional. Pero a mediano plazo es por demás preocupante.

No es sano que sectores económicos y sociales se sientan huérfanos de una representación política electoral viable. En el mejor de los casos, eso los obliga a resolver sus necesidades por vías informales o incluso clandestinas, directamente con el poder; en el peor de ellos, a abstenerse, paralizarse o buscar incidir de otras maneras. Ninguna de ellas es buena, y algunas podrían ser terribles. A saber.

Milenio