Humanismo ¿revocable?

René Delgado

Con su cauda de tragedia, la pandemia, los desastres naturales y la migración han rebasado la capacidad de reacción y atención del gobierno y están haciendo cisco el humanismo del cual se precia el presidente Andrés Manuel López Obrador, como eje de su práctica ética y política.

Ante esa realidad es un sinsentido llevar a cabo un ejercicio revocatorio-ratificatorio del mandato presidencial, destinándole 3 mil 800 millones de pesos, además de esfuerzo y energía, cuando faltan fondos para aliviar el sufrimiento. El horno y el dolor social no están para bollos o rollos políticos.

En estos días difíciles, la tentación de pasar a la historia por sujetar con carácter vinculatorio y por primera vez el mandato presidencial a la opinión pública es un exceso, más relacionado con la vanidad que con la humildad política. ¿Tiene caso realizarlo a sabiendas del grado de aprobación presidencial y del resultado, gastando dinero susceptible de apoyar causas humanitarias?

Visto que los programas sociales y las obras públicas emblemáticos del sexenio han sido privilegiados presupuestalmente y han llegado a un punto de no retorno –aunque todavía se podría escalonar por etapas la construcción del Tren Maya, en vez de abrir frentes de obra múltiples–, la gerencia de los muy escasos recursos para atemperar las tragedias en curso debe cuidarse y aplicarse con esmero, por no decir con humanismo.

Desde esa perspectiva y considerando que las crisis migratoria, sanitaria y climática con su devastador efecto económico y social van a continuar y complicarán la recuperación, insistir en despilfarrar en un capricho político adquiere visos de insensatez y egoísmo. Y egoísmo, según el diccionario, es “inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás”.

Hacer historia juntos o separados no es desarmar viejas estructuras sin armar nuevas, mucho menos establecer nuevas efemérides, cambiar la nomenclatura de calles, plazas o glorietas, como tampoco reemplazar estatuas o, bien, estrenar instrumentos de participación directa en la democracia que, en la adversidad, son un lujo extravagante, un acto de ostentación política.

Hacer historia exige mucho más: cambiar paradigmas y construir con visión, grandeza, modestia, equilibrio y, sobre todo, con capacidad y entereza para reconocer límites y horizontes. Sí supone sacrificio, pero no martirio.

Las desgarradoras escenas de los migrantes haitianos, cubanos, venezolanos y centroamericanos no se desvanecen bajo el argumento de deportarlos, echarlos o expulsarlos como se ha hecho, por su propio bien.

Si se les contiene para protegerlos de la delincuencia, mejor emplear a la Guardia en el rescate del territorio bajo dominio criminal, en beneficio nuestro y de ellos. No es debido rebajar a calidad de parias a los migrantes en tránsito, nacionales y extranjeros, para luego –de llegar a su destino y enviar remesas– darles rango de héroes anónimos y presumir su expulsión como un gran logro.

Aunque se niegue, el interés del gobierno estadunidense por evitar que la migración arruine su posibilidad reelectoral ha puesto contra la pared a la administración mexicana. Y qué bueno insistir en la necesidad de atender ese fenómeno a partir de planes de desarrollo e inversión en el lugar de origen, pero eso tardará si la idea es tomada en cuenta. Mientras, y dada la situación social y económica, acompañada de desastres naturales en la región, la migración persistirá, si no es que aumenta. Entonces, urge aplicar recursos de aquí, allá y acullá para, al menos, dispensar un trato humano a quienes han sido arrojados de su tierra. Pese a su carácter ancestral y milenario, la migración hoy es una emergencia.

Se requieren poner en práctica valores, no sólo intereses. ¿Participarán los migrantes mexicanos en el ejercicio revocatorio si alcanzan su destino, mandan remesas y se instalan urnas electrónicas?

A esas escenas se suman las estampas nacionales. El drama, a veces la desgracia de los enfermos, los damnificados, los desplazados y la pena de los familiares de ejecutados o desaparecidos, sin hablar de los pobres de siempre o de quienes no han recuperado su trabajo.

La crisis sanitaria no sólo se limita a la pandemia, se expande a los servicios y los insumos de salud. Y a los enfermos que la padecen, ahora, la temporada de huracanes y por lo visto de temblores, incorpora a quienes de un golpe pierden su casa o patrimonio, ven caer el puente o estropearse la carretera que les permitía comunicarse y resienten cómo se anega o desfallece la esperanza. Aquella crisis y la temporada obligan, sobre todo ya no habiendo guardaditos, fideicomisos ni disposición a reasignar el gasto, a velar por los muy pocos recursos destinados a paliar la calamidad en turno, esperando que nuevos eventos no la agraven.

Por eso disuena sostener la revoca-ratificación del mandato, destinándole fondos cuando estos faltan para asuntos vitales.

Suma centenas de miles el ejército de personas afectadas por los fenómenos y los problemas que han vulnerado su esperanza, condición de vida o, peor aún, sobrevivencia.

Mitigar la situación de la gente golpeada por la inclemencia o la falta de salud, trabajo o seguridad lleva a no gastar donde no se necesita. Se está a tiempo de cancelar la consulta revocatoria-ratificatoria del mandato presidencial, de no tirar dinero.

No es cosa de bajarle el costo al ejercicio, llevarlo a cabo sin importar cómo sale porque de antemano se conoce el resultado. Es hora de mostrar humanidad y solidaridad, sensibilidad ante la circunstancia.

El Financiero