El PRI, ¿nuevo Verde?

Jorge Zepeda Patterson

Desde 2015 cada elección se ha convertido para el PRI en una merma, en ocasiones catastrófica. Como el cuento de los perritos, el relato de los últimos años es el de una resta permanente. De las 17 entidades que gobernaba hace apenas un sexenio y las 12 con las que arrancó el periodo de López Obrador, apenas le quedan cuatro. Una y otra vez el fin de cada gubernatura en manos del PRI ha dado lugar a una inexorable pérdida. Oaxaca e Hidalgo, ahora en manos de este partido, afrontan elecciones el próximo año con la resignación anticipada que provoca una intención de voto favorable a Morena. Para cuando termine el sexenio de López Obrador, probablemente el PRI carecerá de una base territorial por vez primera en su historia. Es decir, incluso por debajo del Partido Verde, que gobierna en San Luis Potosí, o de Movimiento Ciudadano, que domina en Jalisco.

Tan perjudicial o más que carecer de una base territorial es el hecho de carecer de una base social. Para desgracia del PRI, Morena se ha convertido en el referente electoral de la enorme base popular que durante décadas apoyó al tricolor. Las propuestas del obradorismo están más cerca del sentir de los grupos sociales desfavorecidos que antes sufragaban por el otrora partido oficial. Los gobiernos tecnocráticos del último priismo desdibujaron las banderas tradicionales que habían sustentado el vínculo de este partido con su electorado histórico: nacionalismo, el Estado benefactor y paternalista, las políticas públicas imbuidas de conciencia social (real o supuesta). Un vacío que fue ocupado rápidamente por los planteamientos de López Obrador.

Se puede argumentar que la recuperación del PRI podría proceder de una base social que actualmente carece de representación política. Sectores urbanos medios e incluso altos, críticos del actual gobierno y ajenos a las propuestas conservadoras que caracterizarían al PAN. Es decir, muchos de los que votaron por Peña Nieto en 2012, tras la desilusión que resulta de 12 años de gobiernos del PAN, y luego por AMLO en 2018, solo para decepcionarse de nuevo. Tal votante estaría huérfano en este momento, por más esfuerzos que el Movimiento Ciudadano y el Partido Verde han realizado por ofrecerles una paternidad.

Pero el PRI no lo tiene fácil para conseguir tal objetivo. En 2012 regresaron al poder bajo la consigna de que ellos sí sabían gobernar, aun cuando no fueran un dechado de honestidad. Sin embargo, tras la experiencia frustrante del peñanietismo y los terribles escándalos de corrupción de su nueva generación de gobernadores, quedó la sensación de que su viejo oficio político se había diluido ante una frivolidad que no se les conocía y una actitud de rapiña que sí se les conocía, pero que el exilio solo había exponenciado.

Y no obstante carecer de base territorial o base social, el PRI tiene la fuerza suficiente en las cámaras para jugar a lo que el Verde ha jugado tan provechosamente durante varias décadas: convertirse en el fiel de la balanza en el Congreso. Hoy por hoy, el PRI no tiene ideología que le estorbe ni convicciones que obstaculicen tan mercenaria y fructífera función.

La única limitación es el cálculo político que supone elegir una opción frente a la encrucijada en la que hoy se encuentran: ¿Hacerse indispensables para que Morena alcance la votación que requieren sus reformas constitucionales y vender caro su amor o mantenerse unido al PAN en un bloque de contención y apostar por una alianza para hacerse del poder en 2024?

Obviamente en el segundo escenario hay mucho más que ganar, pero en este momento parecería una apuesta infinitamente más arriesgada. La intención de voto en favor de Morena supera a las del PRI y del PAN sumadas, al menos al día de hoy; y con la morralla adicional que le ofrecen sus aliados, el obradorismo tendría un margen cómodo para repetir sexenio. Y por lo demás, tampoco es que el bloque opositor tenga por ahora una figura capaz de competir con Claudia Sheinbaum o Marcelo Ebrard, quienes encabezan las encuestas holgadamente.

Lo más probable es que el PRI alargue tomar una decisión en un sentido u otro. Eso le permitirá negociar a su favor cada una de las votaciones que le pidan los hombres del Presidente y, mientras tanto, quedarse a la expectativa de alguna mejoría del gris panorama que por ahora ofrecen las elecciones de 2024, con la confianza de que la política, pese a todo, es un terreno vulnerable a lo imprevisible.

Por lo pronto, ante sus magras realidades, el PRI va sembrando el camino para sentarse a la mesa con los enviados de Palacio. La elección de Rubén Moreira como su coordinador en la Cámara de Diputados es una señal explícita. Como simple legislador, el ex gobernador ya había votado en más de una ocasión en favor de los proyectos de Morena; y por otro lado, siempre ha llamado la atención la actitud tan poco beligerante del Presidente con respecto a los Moreira, particularmente Rubén, pese a las muchas razones que habría tenido para denostarlos.

En suma, el PRI intentará mantener una puerta abierta con el PAN de cara a la posibilidad in extremis de intentar regresar al poder a través de un bloque opositor. Pero si tal escenario se revela imposible, el tricolor bien podría imitar al Verde y convertirse en aliado del candidato de Morena a cambio de prebendas políticas y/o territoriales.

Mientras tanto tratará de sacar la mayor de las ventajas de cada una de las próximas votaciones. En algunos casos podría, incluso, jugar a la pluralidad al interior de su propia bancada. Temas como la reforma eléctrica que propone López Obrador será un tema controvertido para los propios priistas. El viejo PRI, por el cual algunos militantes aún suspiran, fue el impulsor de la soberanía energética que ahora rescata Morena; pero otros suscribirán la propuesta contraria impuesta por Peña Nieto. Un tema espinoso frente al que probablemente los legisladores de este partido se resistan a ser llevados en masa. Serán votaciones que se resolverán contando uno a uno y con los dedos. Nos espera un thriller político en varias entregas, en las que los priistas serán los protagonistas centrales y principales sospechosos.

Milenio