La revolución educativa de los robots

Los juecess examinan si el robot ha dejado las piezas dentro del área exigido.

La vida de la educadora social Helena Guerra cambió el día en que construyó un robot con su hijo en 2009. Vio el potencial que tenía esa actividad extraescolar, lo dejó todo y se volcó en desarrollar Coconet, la primera escuela de robótica en Cáceres: “Fuimos pioneros, ahora hay seis centros en la provincia”. Esta sexagenaria cacereña dirige el torneo internacional World Robotic Olympiad, que reúne desde hace ocho ediciones a equipos de niños menores de 13 años para diseñar autómatas en directo y programarlos con un objetivo concreto. Los participantes, que apenas levantan unos palmos del suelo, lo explican orgullosos: “Se trata de construir un robot y hacer que cobre vida, programarlo para que haga lo que queremos”.

En este caso, el desafío del concurso es lograr que la máquina recorra un trayecto en el mínimo tiempo posible, sorteando los obstáculos que encuentre a su paso. La emoción que exhiben los más pequeños la comparten sus padres. Todos han madrugado para asistir al torneo en el Embarcadero, una gran nave industrial a las afueras de Cáceres donde el pasado mes de septiembre se desarrolló el torneo. Los críos corretean más frescos que nadie para ensamblar piezas e instalar sus ordenadores mientras Beatriz Martín, de 54 años, madre de Aimar, de nueve, celebra la libertad creativa que no hay en las aulas: “Aquí nadie le dicta una lección, le dan herramientas para idear una solución”. El aludido, con dientes de leche y sempiterna sonrisa, agradece la ayuda de sus compañeros: “Entre todos es más fácil”. Los retos deben resolverse en equipo, lo que contribuye, según apunta Guerra, a la socialización.

Manuel Vinagre, de 45 años, reconoce entre risas que su hijo Hugo, de 10, es “un terremoto” y que la robótica, como actividad extraescolar que practica tres horas a la semana, le ha ayudado a potenciar la concentración: “La clave es que aprende a través del juego, y eso facilita que asimile conceptos aparentemente complicados divirtiéndose”. Guerra añade que adquieren confianza y seguridad: “La autoestima se complementa con la tolerancia a la frustración cuando no pueden resolver un problema a la primera”.

La robótica educativa mezcla matemáticas, tecnología, ciencia e ingeniería, y usa la creación de máquinas para que los niños desarrollen la lógica y la creatividad. Una disciplina que ofrece una nueva forma de enseñanza donde los chavales son autónomos y los profesores se limitan a darles herramientas para desarrollar su potencial. También puede fomentar conciencia social, como apunta Juan Antonio Reifarth, presidente del club de ciencia Okola, un centro dedicado a diseñar androides para mejorar la sociedad. Este cacereño, de 45 años, defiende la importancia de aunar tecnología y medioambiente: “Un proyecto increíble fue el de las ciudades sostenibles, con el que diseñaron robots para evitar el desperdicio de agua en un canal público”, rememora Reifarth. Elisa Marcos y Ricardo Bote, de 10 años ambos, cuentan que programaron la máquina para que detectara las fugas de agua y las averías a través del sonido que emitían. Nicolás Caro y Pablo Floriano, de nueve y ocho, destacan por otra parte su robot-papelera con GPS, construido para recoger la basura de su dueño de forma automática: “¡Así no hay excusa para no reciclar!”, apostillan los dos chavales chocando los cinco.

El material de robótica educativa más popular entre los menores de 12 años es Lego Wedo, un conjunto especial de piezas que tiene su propio entorno de programación e incluye un motor, un sensor de distancia y otro de inclinación. Vega explica que los más mayores suelen usar Arduino, una placa electrónica programable con muchas posibilidades. Muchos críos, como Miguel García, de nueve, son ambiciosos: “Cuando seamos mayores haremos proyectos incluso más chulos”, apostilla con vehemencia. “Esto es para todas las edades y no es para superdotados, ahora todos los niños son nativos digitales y la educación debería adaptarse a esta circunstancia”, zanja Reifarth.

Todos los proyectos siguen el mismo esquema: buscar información para resolver un problema, plantear ideas, hallar las herramientas para ponerlas en marcha, y probar hasta dar con la adecuada, aprendiendo de los errores en el proceso. “Yo no soy un profesor, soy un acompañante”, matiza Reifarth. Hugo Vinagre y sus compañeros Pablo y Nicolás cuentan que experimentan con el prueba-error: “Metemos la pata muchas veces pero el robot termina haciéndonos caso”, aseguran entre carcajadas. Sule Vega, ingeniero de telecomunicaciones y entrenador de la escuela Coconet, ahonda en esta idea: “Así se contagian las ganas de innovar, y cuando sean adultos, tener la valentía de emprender sus propios proyectos”.

La robótica sigue siendo una disciplina poco conocida en España. Carlos Soler, experto en la materia y docente en la Universidad Autónoma de Barcelona, señala que los robots están accediendo a nuestras casas, calles, quirófanos y aulas sin que reparemos en ello: “En seis años la World Robot Olympiad (la competición nacional) ha multiplicado por 10 el número de inscritos en su torneo, cada vez más jóvenes se interesan por esto”. Un 40% de la industria española utiliza robots y este porcentaje irá en aumento en los próximos años, según el informe anual de World Robotics Industrial. Soler tiene claro el reto: Incorporar esta disciplina a la enseñanza oficial.

Otro desafío es el de sumar a más niñas a la robótica y promover una igualdad que actualmente deja mucho que desear. Guerra lamenta el prejuicio que impera socialmente para ver esta actividad propia del género masculino: “Ahora tengo un grupo de cinco niñas porque así lo han pedido ellas, es todo un avance”. En el torneo actual sólo hay dos niñas compitiendo, y en las escuelas de robótica, la presencia de hombres sigue siendo mucho mayor que la de mujeres. Begoña Berlana, de 45, y Juanjo Cayuela, de 47, padres de Verónica Cayuela, de nueve, no olvidan la frase que les dijo la cría cuando le propusieron inscribirla: “Ahí no pinto nada, porque eso es un juego de chicos”. El matrimonio celebra que aquello quede aparcado, y que puedan ver a Verónica en una actividad que le apasiona. Helena Guerra otorga esperanza en el futuro: “La robótica se desarrollará cada vez más, y esperemos que sea con tantos hombres como mujeres”.

El País