Prota, deuter y tritan

Eric Rosas

El ojo es uno de los órganos que más nos ayuda en la percepción de nuestro entorno. A través de la vista las personas recibimos siete de cada diez estímulos externos. Con los sensores oculares podemos captar la intensidad luminosa, el color, la forma y la tridimensionalidad (estereopsis) de los objetos; aspectos que en conjunto nos informan acerca de su profundidad y relieve, además de alertarnos sobre muchas otras características subjetivas, como la toxicidad de algunos frutos.

La visión humana, cuya fisiología fue intensamente estudiada por Ragnar Arthur Granit, nacido el 30 de octubre de 1900, tiene como instrumento anatómico a los glóbulos oculares. Éstos son, en esencia, unas cámaras oscuras biológicas con distancia focal autoajustable, cuya pupila —protegida por una córnea— regula su diámetro gracias al iris, un músculo ciliar capaz de variar ampliamente el tamaño de esta abertura a través de la que penetra la luz. Detrás de la pupila se encuentra el cristalino, una lente transparente que puede cambiar su radio de curvatura para enfocar adecuadamente los objetos y poder formar nítidamente sus imágenes sobre la retina, la pantalla formada por la superficie interna del ojo.

La retina es un arreglo de un gran número de sensores de dos tipos: los conos y los bastones, cuya densidad aumenta en una pequeña región denominada mácula, que está localizada justo en el extremo interior opuesto a la pupila. Los conos son unos receptores neuronales concentrados mayormente en la zona macular y con una densidad decreciente en las periferias de la retina, que funcionan bajo condiciones de una iluminación generosa, conocida como fotópica. Están especializados en la detección de los colores gracias a que contienen cualquiera de tres foto-receptores: prota, deuter o tritan, con sensibilidad al rojo, verde o azul, respectivamente. Por otra parte, los bastones están prácticamente ausentes en la mácula, aunque se encuentran con gran densidad en las periferias de la retina. Son incapaces de detectar los colores, pero funcionan precisamente cuando hay penumbra; es decir, cuando la iluminación —escotópica— se reduce a alrededor de una décima parte de aquélla fotópica promedio.

Cuando la luz cargada con la información del entorno penetra a través de la pupila ésta se enfoca en la retina bañando a los conos y bastones con distinta intensidad o coloración. Cada fotoreceptor responde entonces de acuerdo con los fotopigmentos que contiene, unas sustancias formadas con diferentes opsinas, las proteínas especializadas que transforman el estímulo luminoso en un pulso eléctrico que viaja través de los nervios ópticos hasta el cerebro, donde es interpretado… y así, la luz se ha hecho.